"Renunci¨¦ a las palabras porque crean confusi¨®n"
Hermenegildo S¨¢bat (Montevideo, 1933) no sufre de narcolepsia. Sin embargo, esta tarde se ha quedado dormido sentado frente a m¨ª mientras me cuenta sus planes: "Ahora me voy a Londres a ver a un amigo...". El t¨¦ verde con menta est¨¢ humeante e intacto en la peque?a mesa del bar de Las Letras. S¨¢bat despierta dando un saltito y se quita, en un gesto respetuoso, la boina negra que ya forma parte de su personalidad.
-Me estaba contando usted que se va a Londres...
-S¨ª, s¨ª -entusiasmado-, voy a encontrarme con un viejo amigo, ¨¦l es poeta. C¨®mo nos vamos a divertir. Iremos a conciertos, a caminar...
S¨¢bat es un gigante de 85 a?os. La mirada fija. El pelo canoso y una peque?a joroba. No anda por ah¨ª regalando sonrisas f¨¢ciles, pero tiene un fino sentido del humor y conserva la energ¨ªa del joven aventurero que planea viajes con amigos, tras su corta visita a Madrid, donde estuvo invitado por la Fundaci¨®n Nuevo Periodismo. Es probable que el largo viaje desde Buenos Aires sea el culpable de la breve enso?aci¨®n del viejo S¨¢bat, que ahora pide un caf¨¦.
El humorista ha sufrido los insultos de Cristina Kirchner por caricaturizarla
"Yo soy un periodista que dibuja", sentencia quien durante 50 a?os ha retratado con su pluma la rocambolesca vida pol¨ªtica argentina en los diarios Primera Plana, La Opini¨®n y, finalmente, en Clar¨ªn, de Buenos Aires, adonde acude cada d¨ªa para hacer su cr¨®nica dibujada de la noticia del momento. "Renunci¨¦ a las palabras, creo que generan confusi¨®n", se justifica.
La ¨²ltima vez que su trabajo le enfrent¨® con el poder fue en marzo, cuando la presidenta Cristina Kirchner le acus¨® de "cuasimafioso" porque la caricatura de Menchi -como le llaman sus compa?eros y amigos- no fue de su agrado. A lo Picasso, en el rostro de Cristina, que lleva la boca sellada, se adivina el perfil de su marido, el ex presidente N¨¦stor Kirchner. Por esos d¨ªas, la presidenta se enfrentaba a la feroz crisis con los agricultores que ha desembocado en un sonoro fracaso en el Senado, y la prensa se mofaba de que hab¨ªa pronunciado cuatro discursos en una semana sin que se lograra ning¨²n consenso.
"Yo no soy inocente ni culpable, s¨®lo cumplo con mi trabajo", advierte tajante, "fue ella quien le dio dimensi¨®n p¨²blica".
Este hombre enamorado del jazz y la m¨²sica cl¨¢sica, que ha hecho su propio arreglo de El d¨ªa en que me quieras en clarinete y ha retratado a sus ¨ªdolos, Gardel, Gillespie, Borges o Pessoa -"es una devoluci¨®n de atenciones para quienes me han hecho disfrutar tanto", aclara-, vivi¨® tiempos convulsos.
Cuando las palabras no pod¨ªan contar las cosas, el dibujo de S¨¢bat las explicaba. "Tuve que esperar dos a?os antes de hacer a Videla, pero trabaj¨¦ mucho en la ¨¦poca de Isabel Mart¨ªnez de Per¨®n, aquello era un festival", hace como que se va a re¨ªr, pero curiosamente no lo hace.
Una de sus caricaturas m¨¢s c¨¦lebres es la de los cuatro dictadores argentinos vestidos de viudas -Videla, Viola, Galtieri y Qui?ones- que se public¨® en plena dictadura, "y todav¨ªa estoy vivo", ahora s¨ª se r¨ªe, como celebrando su haza?a, y alza la taza de caf¨¦, que a estas alturas est¨¢ helado.
"No me interesa que se hable de m¨ª, sino que el trabajo est¨¦ bien hecho", y acude a una frase de caj¨®n, que a un hombre que le teme a las palabras le resuelve: "Si no se vive como se piensa, se termina pensando como se vive".
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