Antojo de Bucarest
Los vuelos de bajo coste invitan a descubrir la en¨¦rgica capital rumana
Entre las ciudades del mapa de Europa sobre las que el viajero no habr¨ªa puesto el dedo ¨ªndice como itinerario hasta hace bien poco se encuentra Bucarest. Los vuelos de bajo coste entre Madrid y Barcelona y aqu¨¦lla han logrado que pronunciar un "este fin de semana me voy a Bucarest" resulte concebible, aunque, eso s¨ª, para viajeros curiosos y sin prejuicios que sepan comprender los avatares por los que ha pasado esta ciudad y aprecien el gran potencial que posee.
Pero ojo, que visitar Bucarest tampoco supone meterse en el t¨²nel del tiempo y aparecer en un mundo perdido para siempre, en un parque tem¨¢tico que recree la vida tras el tel¨®n de acero: los rascacielos vidriados conviven desde hace tiempo con las vetustas edificaciones sovi¨¦ticas en estado de semiabandono; abundan los caf¨¦s nuevos y las cadenas de franquicias se han reproducido por esporas. Lo que se nos cont¨® de Bucarest y que s¨ª constataremos in situ es lo perturbador de su mastod¨®ntica Casa del Pueblo, que figura en el Libro Guinness de los R¨¦cords por su tama?o. Todos los taxistas de la ciudad relatan al visitante el dato m¨¢s revelador al respecto: estamos ante el segundo edificio m¨¢s grande del planeta tras el Pent¨¢gono estadounidense. Construido a toda prisa en los ochenta a instancias de Ceausescu, es hoy sede del Parlamento rumano y del Museo Nacional de Arte Contempor¨¢neo (MNAC). Si caminamos hacia ¨¦l desde el bulevar Unirii experimentaremos un momento neoversallesco al ver la hilera de fuentes y farolas torneadas que se dispusieron a lo largo con el fin de realzar y ennoblecer la pol¨¦mica construcci¨®n. Pero tambi¨¦n responder¨¢ a nuestras expectativas el esplendoroso pasado decimon¨®nico de resonancias afrancesadas repartido por la ciudad: para dar fe de ello, ah¨ª est¨¢n esos edificios con mansardas, tejados azules de pizarra y marquesinas en vidrio y hierro.
No hemos de olvidar que Bucarest pertenece a Rumania, y que el fuerte tir¨®n que las costumbres rurales tienen en dicho pa¨ªs forzosamente ha de hallarse tambi¨¦n en su capital; de ah¨ª que Bucarest posea dos museos premiados internacionalmente que documentan y valorizan esta realidad sociocultural: el Museo del Campesino Rumano (Muzeul Taranului Rom?n) y el Museo de la Aldea (Muzeul National al Satului). En el primero hallamos los c¨¦lebres huevos pintados, quiz¨¢ demasiado fr¨¢giles para llevar a casa de recuerdo, y, c¨®mo no, las blusas blancas de manga abullonada con bordados multicolores, llamadas ie. En la tienda del museo se pueden comprar, por unos 45 euros, preciosos ejemplares bordados a mano que en su d¨ªa pertenecieron a campesinas rumanas: ?existe algo m¨¢s fashion que vestir hoy una de estas blusas con pasado rural?
Sobre la misma avenida Kiseleff, pero algo m¨¢s al norte, cerca de un muy parisiense Arco del Triunfo que por el momento permanece andamiado, encontramos el Museo de la Aldea. En ¨¦l se exponen construcciones de distintas regiones de Rumania que han sido trasladadas teja por teja y list¨®n por list¨®n para invitar al visitante a moverse por los estilos arquitect¨®nicos populares de regiones como Moldavia, Transilvania u Oltenia, y aprender, por ejemplo, que los pilares de madera tallada originales de la comarca de Gorj, en la que naci¨® el escultor Constantin Br?ncusi, fueron a menudo fuente de inspiraci¨®n para sus piezas de aire tot¨¦mico polinesio.
Nada m¨¢s salir del museo, a ambos lados de la avenida Kiseleff, nos espera uno de los puntos fuertes de la ciudad: hect¨¢reas de zonas verdes por las que pasear o en las que sentarse a leer. En Bucarest, afortunadamente, no faltan: desde jardines peque?os y cucos como los del Ateneo, un auditorio construido en el XIX por suscripci¨®n popular, hasta entornos m¨¢s boscosos y llenos de terrazas veraniegas como las del muy recomendable parque Cismigiu. Y como el contacto directo con la naturaleza abre el apetito, ser¨ªa bueno dirigirse sin m¨¢s dilaci¨®n a Casa Doina, un restaurante situado cerca del museo, al cruzar la avenida; su edificio de aires alh¨¢mbricos es similar al de bastantes villas y casas bajas construidas en Bucarest a finales del XIX. La sensaci¨®n de aqu¨ª-estoy-a-salvo que proporciona se valora especialmente en una ciudad ca¨®tica y tumultuosa como Bucarest. En Casa Doina se puede empezar por alguna sopa t¨ªpicamente rumana: como la ciorba Taraneasca, con verduras y carne y aderezada con un guindill¨®n verde, afortunadamente optativo.
Edificios renovados
Para hacerse una idea completa de Bucarest hay que visitar su casco antiguo o Curtea Veche. En cualquier ciudad, las mayores expectativas est¨¢n puestas en aqu¨¦l, y Bucarest espera entre paciente e inquieta el final de las obras de remodelaci¨®n del suyo. Pasear por las calles Lipscani, Selari, Sm?rdan y Stavropoleos es reparar en los tiempos de cosmopolitismo que vivi¨® esta ciudad, pero tambi¨¦n aguardar con ilusi¨®n los que vendr¨¢n. Los edificios, ya renovados y lustrosos, de la Banca Nacional y del Museo de Historia Natural nos hablan tanto de ese pasado glorioso como de un futuro prometedor. Y a estas alturas nos habremos dado cuenta de que en Bucarest hay que saber hurgar en busca de secretos, de ah¨ª que practiquemos la sana costumbre de entrar a los patios de las casas, que a menudo, tras una fachada anodina, esconden esculturas, iglesias e incluso bares. En el n¨²mero 9 de la calle Selari se encuentran varios: no perderse el Lucky 13, local sin pretensiones, pero acogedor, con su enorme estufa de cer¨¢mica blanca en un rinc¨®n y molduras antiguas en el techo.
En la esquina de Stavropoleos y Sm?rdan, esta ¨²ltima ejemplo de lo bien que quedar¨¢n remodeladas estas calles medievales, nos topamos con Market 8, bar donde se da cita el moderneo local e internacional. Y mientras esperamos a que concluya la restauraci¨®n del imponente caravansar Hanul lui Manuc, la actual joyita peculiar del centro bien podr¨ªa ser el pasaje Villacrosse-Macca, a la altura del 22 de la avenida Victoriei: una peque?a galer¨ªa semicircular con techo de cristal amarillo que lo impregna todo de una especie de sol artificial. All¨ª descubriremos caf¨¦s y restaurantes de comida rumana como Ana Rustic.
Si bien caer¨ªamos en lo manido al aplicarle a la capital rumana el eslogan "ciudad de contrastes", no nos faltar¨ªa raz¨®n al hacerlo. Una manera simple de comprobarlo es, al pasear por la apacible calle Dumbrava Rosie, merendar en el jard¨ªn zen de la teter¨ªa Serendipity y, media hora m¨¢s tarde, plantarnos en Piata Unirii, cuya atm¨®sfera de perenne mercadillo, unida al tumulto de cables -del tranv¨ªa, del troleb¨²s, de la electricidad- que en ella confluyen, nos hace creer que estamos en una ciudad distinta a la anterior. Pero el ant¨ªdoto m¨¢s eficaz contra el bullicio es visitar alguna de las iglesias ortodoxas con las que nos toparemos cada dos por tres, muchas de ellas escondidas tras bloques de viviendas de estilo sovi¨¦tico. Las hay con frescos externos como la Biserica Curtii Vechi, la m¨¢s antigua de la ciudad, o de aspecto indudablemente moscovita como San Nicol¨¢s, construida en 1909 por su tocayo el zar Nicol¨¢s II en la calle Ion Ghica. Con suerte, en alguna habr¨¢ un tr¨ªo de parroquianos o popes cantando himnos bizantinos, o una anciana encendiendo velas en las casitas met¨¢licas con chimenea que se encuentran indefectiblemente a la entrada de cualquier iglesia de rito ortodoxo rumano: una siempre dedicada a los vivos (vii) y otra a los muertos (morti).
A la hora de planear el ocio vespertino es f¨¢cil que optemos por escuchar m¨²sica en directo: en Bucarest la gente lleva a menudo fundas de viol¨ªn por la calle y se anuncian por doquier eventos dedicados a su compositor m¨¢s c¨¦lebre, George Enescu, que figura en los nuevos y a¨²n inmaculados billetes de cinco lei. Echando mano del Time Out, que se publica en ingl¨¦s semanalmente, veremos que en museos como el Nacional de Arte o en la Sala Palatului suele haber conciertos de m¨²sica bizantina, adem¨¢s de m¨²sica folcl¨®rica rumana o jazz en bares y otros locales. Por ejemplo, la popular cervecer¨ªa Caru'cu Beru. Su terraza est¨¢ muy codiciada, pero su interior es tan infinitamente modernista que da pena quedarse fuera. Probar all¨ª la polenta o mamaliga, el acompa?amiento nacional de muchos platos, es obligatorio. Otra opci¨®n para cenar -y, de paso, explorar la encantadora decadencia de la ciudad- es el Gattopardo Blu, en el edificio de la Uni¨®n de Escritores. Sus boiseries, l¨¢mparas de ara?a y espejos viscontianos, sumados al resto de im¨¢genes que ofrece Bucarest, nos har¨¢n disfrutar de una ciudad que ya no necesita al Conde Dr¨¢cula como reclamo para atraer visitantes.
Mercedes Cebri¨¢n es autora de 13 viajes in vitro (Blur).
Gu¨ªa
C¨®mo ir
? Easyjet (www.easyjet.com; 807 26 00 26) vuela sin escalas entre Madrid y Bucarest. En septiembre hay plazas desde 192,98 euros, todo incluido.
? Clickair (www.clickair.com) vuela sin escalas desde Barcelona. En septiembre, plazas desde 221,21 euros, todo incluido.
Visitas
? Museo Nacional de Arte Contempor¨¢neo (www.mnac.ro; 0040 213 18 91 37). Calle Izvor, 2-4. Ala E-4. Abierto de mi¨¦rcoles a domingo, de 10.00 a 18.00. Acceso por la calle 13 de Septiembre. Entrada, 1,40.
? Museo del Campesino Rumano (www.muzeultaranuluiroman.ro; 0040 213 17 96 60). Avenida Kiseleff, 3; sector 1. Abierto de martes a domingo, de 10.00 a 18.00. 1,70 euros.
? Museo de la Aldea (www.muzeul-satului.ro; 0040 213 17 91 10). Avenida Kiseleff, 28; sector 1. Abre todos los d¨ªas de 9.00 a 16.00. De abril a noviembre, hasta las 19.00, de martes a domingo. Entrada, 1,40 euros.
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