Del otro lado
1 - Busco en la biblioteca Seis propuestas para el pr¨®ximo milenio, de ?talo Calvino, para confirmar que recuerdo bien una frase sobre la b¨²squeda de la levedad. Y doy con el episodio del salto del ¨¢gil poeta florentino Guido Cavalcanti, fragmento que Calvino propone como ilustraci¨®n de sus teor¨ªas sobre la ligereza. Quedo un rato clavado a pie de biblioteca y cuando reacciono voy con el libro a sentarme en mi butac¨®n. No me acordaba de ese genial salto de Cavalcanti en un relato del Decamer¨®n, de Boccaccio. Un salto que Calvino ve ligado a la necesaria ligereza que hay que inscribir en la vida y en la literatura.
Boccaccio nos presenta a Cavalcanti como un austero fil¨®sofo que se pasea meditando entre los sepulcros de m¨¢rmol, delante de una iglesia. Los j¨®venes juerguistas de la ciudad -muchachos que cabalgan en grupo y le tienen man¨ªa a Cavalcanti porque nunca quiere ir con ellos de fiesta- le rodean y tratan de burlarse. "Te niegas a ser de nuestro grupo", le dicen, "pero, cuando hayas averiguado que Dios no existe, ?qu¨¦ vas a hacer?".
Escribe Boccaccio que el austero Cavalcanti, vi¨¦ndose rodeado por los juerguistas, raudamente dijo: "Se?ores, en vuestra casa pod¨¦is decirme cuanto os plazca". Y poniendo la mano en uno de los sarc¨®fagos, que eran grandes, como agil¨ªsimo que era dio un salto y cay¨® del otro lado y, libr¨¢ndose de ellos, se march¨®.
Sorprende esa imagen visual que Boccaccio evoca: Cavalcanti liber¨¢ndose de un salto "si come colui che leggerissimo era". Y el fragmento, adem¨¢s, inyecta ansias inmediatas de caer del otro lado. Dice Calvino que, si quisiera escoger un s¨ªmbolo propicio para asomarse a los nuevos tiempos, optar¨ªa por ¨¦ste: el ¨¢gil salto repentino del poeta fil¨®sofo que se alza sobre la pesadez del mundo, demostrando que su gravedad contiene el secreto de la levedad, mientras que lo que muchos consideran la vitalidad de los tiempos, ruidosa, agresiva, rabiosa y atronadora, pertenece al reino de la muerte, como un cementerio de autom¨®viles herrumbrosos.
2
- "Hay grandes escritores y escritores buenos. ?Seamos de los buenos!" (Jules Renard).
Muy a menudo los "grandes escritores" son solemnes, horribles figurones que a los lectores no les aportan nada, salvo cart¨®n piedra, premio Nobel fallido y tonter¨ªa. Algunos forman tr¨ªos, que hasta parecen "el tr¨ªo de la bencina" o el de "los tres tenores". Siempre hu¨ª de ellos. En cambio, en los libros imperfectos de los "escritores buenos", fui encontrando, a lo largo de mis a?os de formaci¨®n, p¨¢ginas verdaderamente interesantes, y hasta ¨²tiles. De hecho, los libros decisivos nunca los hall¨¦ en el cementerio de sepulcros de m¨¢rmol de los "grandes escritores", sino en territorios contiguos, tras dar el salto al otro lado del camposanto. Fueron libros de "escritores buenos" como Calvino. Ha sido una alegr¨ªa hoy reencontrar su cap¨ªtulo dedicado a la levedad, esa cualidad literaria que es, por cierto, piedra rara y preciosa cuando se encuentra en la literatura espa?ola, tan propensa a lo contrario, a cementerios sin brisas y libros como losas, a la gravedad y a la literatura entendida -?todav¨ªa!- como el deber de representar nuestro tiempo: una literatura instalada en la pesadez, la inercia, la falta de humor y la obesidad cr¨ªtica.
3
- De entre esos textos imperfectos, encontrados en a?os de formaci¨®n y que estaban siempre del otro lado, recuerdo muy especialmente Maupassant y "el otro", de Alberto Savinio, donde descubr¨ª que en novela hab¨ªa que escapar de todas las convenciones y no considerar sagrado ningun canon. Y adem¨¢s, tal como hab¨ªa sospechado desde que leyera El mito tr¨¢gico del '?ngelus' de Millet, de Salvador Dal¨ª, no hab¨ªa que ignorar que hab¨ªa vida m¨¢s all¨¢ de la visi¨®n encorsetada de la novela que me hab¨ªan querido imponer como dogma. Es decir, que se pod¨ªan escribir libros en los que, por ejemplo, la trama viniera dada por una investigaci¨®n obsesiva que acabara casi agotando el tema de estudio, apoyada siempre en una creativa asociaci¨®n de ideas. La escritura era fragmentaria y muy libre, y Savinio sab¨ªa utilizar el g¨¦nero o tratamiento literario m¨¢s conveniente para cada fragmento. Lo m¨¢s asombroso era que se hablaba de todo, incluso del tema central de libro, que era en el fondo un pretexto para hablar de todo.
Tiempo despu¨¦s, tambi¨¦n en los a?os de formaci¨®n, encontrar¨ªa otro libro inolvidable, tambi¨¦n imperfecto: Carta breve para un largo adi¨®s, de Peter Handke. Di all¨ª con el tono de voz de mi generaci¨®n, o al menos con el que yo deseaba tener cuando escribiera. Lo que m¨¢s me sorprendi¨® fue que al final de la novela los dos j¨®venes protagonistas hablaban con el cineasta John Ford. ?As¨ª que los personajes reales como Ford pod¨ªan salir en las novelas aunque no fueran exactamente ellos ni dijeran lo que dec¨ªan en la vida verdadera?
En aquella novela, Ford hablaba siempre en plural. "Los americanos hablamos as¨ª, aunque sea de nuestros asuntos privados. Para nosotros, todo lo que hacemos forma parte de una acci¨®n p¨²blica com¨²n (...). No utilizamos el yo con tanta solemnidad como vosotros". Con solemnidad o no, el narrador de Carta breve para un largo adi¨®s utilizaba muy seductoramente su yo, probablemente porque su formaci¨®n era europea. Ni en mis propias narraciones esa sombra del yo me ha abandonado desde entonces: un yo -eso s¨ª- tergiversado y falso siempre, entendido como una variante de ese posible salto al otro lado, como una variante m¨¢s del discurso de John Ford hablando en plural sobre ¨¦l mismo:
"-?Sue?a usted a menudo? -le pregunt¨® Judith.
-Casi nunca so?amos ya -dijo John Ford-. Y si lo hacemos se nos olvida. Como hablamos de todo, no nos queda nada para so?ar".
En este sentido, yo soy norteamericano desde hace tiempo.
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