La vida errante de Luis Bu?uel
Se cumplen 25 a?os de la muerte del gran cineasta espa?ol, cuya trayectoria vital recorri¨® todo el siglo XX
Amante de la buena vida y de los placeres burgueses y ,sin embargo, autor de algunas de las pel¨ªculas m¨¢s provocadoras y revolucionarias de la historia del cine, Luis Bu?uel, de cuya muerte se cumplen el martes 25 a?os, tuvo una intensa vida que recorri¨® el siglo XX. ?stos son los no santos lugares del cineasta.
DE CALANDA A ZARAGOZA
No prescind¨ªa de la buena vida. Aunque tambi¨¦n era el ¨¢crata provocador
En M¨¦xico fue feliz. Vivi¨® hasta su ¨²ltimo suspiro en su casa mexicana
Naci¨® el 22 de febrero de 1900 en Calanda, provincia de Teruel. Un pueblo grande, de tierra f¨¦rtil, sin dejar de ser polvorienta y seca, en el que la Edad Media se prolong¨® hasta los comienzos de la I Guerra Mundial. Era el pueblo de sus padres, el cuarent¨®n Leonardo Bu?uel, un indiano que se hab¨ªa enriquecido en Cuba, y la hermosa joven Mar¨ªa Portol¨¦s, hija de un posadero. Se trasladaron a Zaragoza a los pocos meses aunque nunca dejaron de acudir a Calanda durante los largos veranos y en Semana Santa. Estancias que fijan algunas de sus obsesiones, que marcan su vida y no poca parte de su obra.
"La vida se desarrollaba, horizontal y mon¨®tona, definitivamente ordenada y dirigida por las campanas de la iglesia". As¨ª habla en sus memorias, Mi ¨²ltimo suspiro (Plaza y Jan¨¦s), feliz de haber tenido la suerte de pasar la ni?ez en la Edad Media, aquella a?orada ¨¦poca "dolorosa y exquisita". Calanda es el pueblo de uno de los m¨¢s excesivos de los milagros barrocos. El estruendo que todos los Viernes Santo provocan miles de tambores que no dejan de sonar hasta el d¨ªa siguiente. El pueblo y sus habitantes permanecen atrapados por una especie de embriaguez, por una alucinaci¨®n colectiva que todo lo convierte en ruido. Un sonido que siempre emocion¨® y acompa?¨® a este "ateo gracias a Dios".
En Calanda le pasaron muchas cosas en la libertad de los veraneos, entre la casa se?orial del centro del pueblo, la Torre de las afueras, las escapadas al campo, el descubrimiento de los insectos -que ejercieron en su vida una mezcla de fascinaci¨®n y repugnancia-, el encuentro con la pobreza, la presencia de la muerte, el despertar de la sexualidad, el sentimiento del pecado, la fe y la p¨¦rdida de la fe, la visi¨®n de los burros muertos, el olor del aceite, la sumisi¨®n de los campesinos, las limosnas, los pobres, la hora de la siesta y las primeras revistas er¨®ticas donde llegaron a distinguir el nacimiento de un seno. El lugar donde todas esas experiencias fascinantes hacen de su infancia, de su adolescencia, el espacio central y primero de sus m¨¢s duraderas obsesiones en la vida, en el cine. Sin esos recuerdos medievales del Bajo Arag¨®n, Bu?uel no habr¨ªa sido quien fue.
En Zaragoza, en una enorme casa del c¨¦ntrico paseo de la Independencia, vivieron los Bu?uel. Estudia como medio pensionista en el colegio de los jesuitas, algo que tambi¨¦n imprime car¨¢cter, que nunca olvidan ni el hombre, ni el cineasta. Siempre record¨® las misas, los rosarios, la disciplina, el lat¨ªn, la vida de los santos, el silencio y el fr¨ªo. En Zaragoza vio su primer concierto, asisti¨® al teatro, corri¨® las primeras juergas, se desvirg¨® en uno de sus burdeles, perdi¨® la fe y entr¨® por primera vez a un cine.
MADRID, LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES Y LOS AMIGOS
Finalizado el bachillerato en el instituto de Zaragoza, despu¨¦s de haber sido expulsado de los jesuitas, sin vocaci¨®n clara de estudios, sin pensar demasiado en su futuro, el joven Luis Bu?uel llega a la Residencia de Estudiantes. Lugar central de su juventud, influencia mayor de su vida, azar necesario en sus relaciones y su futuro. "Mis recuerdos de aquella ¨¦poca son tan ricos y v¨ªvidos, que puedo asegurar sin temor a equivocarme, que, de no haber pasado por la Residencia, mi vida hubiera sido muy diferente".
La suya y la de otros amigos tan universales y tan imprescindibles para entender qu¨¦ es de nuestro cine, nuestra pintura, nuestro drama o nuestra poes¨ªa. Tres artistas, tres amigos, Lorca, Bu?uel y Dal¨ª. Y un cuarto amigo, necesario para el azar que les une y les separa, llamado Pep¨ªn Bello, que no hizo demasiado, pero supo sobrevivir a todos, que de todos guard¨® excelente memoria.
Por aragoneses, por divertidos, por dispuestos al juego, el cachondeo y a las ocurrencias, Luis y Pep¨ªn se hacen ¨ªntimos amigos. Un surrealismo vital, recuerdos paralelos, ganas de juerga y cierta afici¨®n a la bebida les unen inmediatamente. Despu¨¦s vendr¨ªa Federico. Y se sumar¨ªa el inquietante, caprichoso y genial Dal¨ª. Todos residentes. Fuera, la ciudad y sus tentaciones. De las verbenas al jazz. De Valle-Incl¨¢n a G¨®mez de la Serna, de Wagner a las borracheras en Toledo.
Despu¨¦s de coqueteos literarios, de ultra¨ªsmos, de acercamientos a la vida de los insectos, de hacer de forzudo con los amigos, de esconder a sus novias, de ser un buen amigo, de quedarse hu¨¦rfano de padre y de engatusar a su madre, el joven se marcha a Par¨ªs, la capital de un mundo que todav¨ªa exist¨ªa. La capital de la cultura, la bohemia y del arte. Un poco despu¨¦s ese centro se trasladar¨ªa a Nueva York
Volvi¨® a Madrid en los a?os republicanos. Ya era un reconocido cineasta surrealista. No regresa como el cineasta iconoclasta. No, el reci¨¦n casado Luis Bu?uel, vuelve con su mujer y con su hijo muy peque?o, para ser el productor de populares pel¨ªculas de Film¨®fono. Bu?uel se instala c¨®modamente en un piso cercano al parque del Retiro. Tiene una oficina en la moderna Gran V¨ªa, un buen coche, muchos amigos y una joven amante. Nadie olvidaba que aquel productor tan eficaz, tan ordenado, era el mismo que hab¨ªa hecho dos de las pel¨ªculas m¨¢s revolucionarias y provocadoras de la historia del cine, adem¨¢s de un documental de denuncia sobre la vida en la Espa?a profunda, Las Hurdes.
No prescind¨ªa ni de los dry martinis en Chicote, ni de las buenas cenas con los mejores vinos en compa?¨ªa de sus bebedores amigos. Bu?uel era as¨ª. Aunque tambi¨¦n era el ¨¢crata provocador, el izquierdista imaginativo, el surrealista sin Bret¨®n, el amigo de Gim¨¦nez Caballero o de Alberti, de Bergam¨ªn o de Hinojosa. Bu?uel, el que hab¨ªa deslumbrado a los surrealistas, el gran burlador, el vanguardista, era un ser humano que hab¨ªa aprendido a vivir c¨®modo entre sus contradicciones.
El revolucionario y el burgu¨¦s. El ilustrado y el hombre de acci¨®n. Bu?uel en Madrid que resiste a los fascistas. Bu?uel amante de las armas y desarmado en una ciudad donde todo el mundo estaba armado.
Matan a Federico. Piensa en irse, en salir, defender a la Rep¨²blica, s¨ª, pero no sufrir los desmanes de la guerra. Su mujer, su peque?o hijo, est¨¢n desde hace meses en Par¨ªs. "Ve¨ªa un viejo sue?o realizado ante mis ojos, y no encontraba en ¨¦l m¨¢s que una cierta tristeza". Bu?uel, escapando de la guerra, en un tren en direcci¨®n a Ginebra. Bu?uel otra vez destinado a Par¨ªs. Adi¨®s, Madrid.
PAR?S, DOS TIEMPOS, DOS ORILLAS
Vuelve a los or¨ªgenes. Pasa sus primeros d¨ªas parisinos, en 1925, en el lugar donde piensa que fue engendrado. Se hace amigo de los exiliados, los refugiados y de los artistas espa?oles en Par¨ªs. Los felices veinte, la bohemia y los compa?eros metecos. En Par¨ªs y soportando los mon¨®logos de Unamuno. Tertulias de La Rotonde, con el franco devaluado y el champ¨¢n barato. Escuchando jazz en el Mac-Mahon, frecuentando bailes del Chateau Madrid y conociendo a Jeanne Rucar, una rubia atl¨¦tica, deportista, amante del piano y empleada en una librer¨ªa. Hermosa mujer, a la que James Joyce tirar¨ªa los tejos, y con la que Bu?uel se cas¨® despu¨¦s de hacer que tirara al Sena una peque?a cruz que llevaba en el cuello. La mujer de toda su vida, la madre de sus hijos. Una bu?uelesca historia de amor.
Y Bu?uel lleg¨® al cine. Trabaj¨® como director de escena en el montaje teatral de El retablo de maese Pedro, de Falla, gracias a su amigo el pintor Ricardo Vi?es. Se conmovi¨® cuando se encontr¨® con el cine de Fritz Lang. Algo se ilumin¨® en su vida, algo que descubri¨® en aquellas pel¨ªculas marc¨® su destino. Trabaj¨® con Jean Epstein, dej¨® plantado a Abel Gance, se acerc¨® a los surrealistas, hizo papeles de actor. Y vivi¨® de cerca e impresionado las manifestaciones de protesta por los asesinatos de Sacco y Vanzetti. Una efervescencia, una toma de las calles que recordar¨ªa muchos a?os despu¨¦s cuando tuvo que suspender un rodaje por los sucesos de Mayo del 68. Bu?uel, el revolucionario tranquilo, el burgu¨¦s anarquista, siempre se escapa cuando las masas toman las calles.
Quiere hacer una pel¨ªcula. Y en compa?¨ªa de Dal¨ª fue encontrando un argumento a partir de todas aquellas ocurrencias, sue?os, visiones y elucubraciones que aquellos imaginativos "irracionales" hac¨ªan surgir de sus imaginaciones desatadas. As¨ª surgi¨® Un perro andaluz. La pel¨ªcula se mantuvo ocho meses en el hist¨®rico Studio 28.
Pasado el ¨¦xito hab¨ªa que seguir rodando. El surrealismo era la v¨ªa, la forma y la manera m¨¢s adecuada de decir algo. Quiso hacer part¨ªcipe a Dal¨ª, ya hab¨ªa aparecido Gala y todo era m¨¢s complicado, aunque firmada por los dos, La edad de oro es casi exclusivamente bu?uelesca. Veinte minutos de libertad y provocaci¨®n. La pel¨ªcula se estren¨® y, despu¨¦s de una semana de ¨¦xito, los grupos fascistas atacaron el cine, rompieron cuadros, mobiliario, lanzaron bombas y consiguieron la prohibici¨®n de la pel¨ªcula. Se pudo ver de manera casi clandestina hasta ser "rescatada legalmente" en los a?os ochenta.
Bu?uel siempre ha sido un mito parisiense. Y una realidad. Siempre regres¨® a la ciudad donde comenz¨® su cine. A Bu?uel en Par¨ªs lo quieren desde Jeanne Moreau hasta el pen¨²ltimo camarero de La Coupole.
M?XICO PASANDO POR NUEVA YORK
Conoci¨® en los a?os treinta Estados Unidos y sufri¨® la ley seca. Nunca bebi¨® tanto. Por all¨ª donde par¨® siempre encontraba el amigo y el lugar para hacer ley mojada lo que llamaron seca. Record¨® siempre algunos de aquellos famosos speak easy en los que llamabas a la puerta y te abr¨ªan a un mundo sin tantas hipocres¨ªas. Le encant¨® Nueva York, se hubiera quedado si su "no amigo" Dal¨ª no se hubiera ido de la lengua. No se hubiera enfangado entre la delaci¨®n y la autopromoci¨®n. En Nueva York, trabaj¨® en el MOMA, mantuvo amigos como Calder y hasta pens¨® montar un negocio con su amigo Juan Negr¨ªn, el hijo del que fuera presidente de la Rep¨²blica. El negocio, en el que participaba la actriz Rosita D¨ªaz, tan admirada por Negr¨ªn padre y casada con el hijo, era un bar. No cualquier bar, sino el m¨¢s escandalosamente caro bar del mundo. Se llamar¨ªa El Ca?onazo.
Vivi¨® bien en Nueva York. All¨ª naci¨® Rafael, el segundo de sus hijos. El primero, Juan Luis, lo hab¨ªa hecho en Par¨ªs. Se adapt¨® a su trabajo en el MOMA, volvi¨® a montar las pel¨ªculas de Leni Riefenstal para demostrar su poder como propaganda a un proyecto que financiaba Rockefeller y seleccionaba pel¨ªculas de propaganda antinazis. Ten¨ªa amigos surrealistas que estaban all¨ª huyendo de la guerra y a un nutrido grupo de republicanos espa?oles. Entonces comenz¨® la caza de los comunistas. Estaba terminando la segunda Guerra y ahora los rojos eran sospechosos, poco dem¨®cratas. Tuvo que dejar su trabajo, su c¨®moda vida, una vez m¨¢s.
Uno de los ¨²ltimos lugares en donde hubiera deseado vivir era la llamada Am¨¦rica Latina. Y sin embargo fue en M¨¦xico DF la ciudad donde m¨¢s tiempo residi¨®. Desde el a?o 46 hasta su muerte, hace ahora 25 a?os. Viaj¨® por Francia, Estados Unidos, Espa?a, pero nunca abandon¨® su residencia mexicana. Tierra de exilio donde se encontr¨® con muchos amigos de los a?os republicanos, donde hizo nuevas amistades y se reinvent¨® como cineasta.
Llevaba muchos a?os sin estar detr¨¢s de la c¨¢mara. Ten¨ªa una familia, necesitaba vivir de su trabajo. Acept¨® pel¨ªculas que no le interesaban, actores que no le importaban y argumentos que no eran suyos. Comenz¨® con una pel¨ªcula, Gran casino con Jorge Negrete, aut¨¦ntico ¨ªdolo de un M¨¦xico que no era el suyo. Fue un fracaso. Tuvo que esperar dos a?os para rodar su siguiente pel¨ªcula. Mientras tanto segu¨ªa viviendo con 46 a?os del dinero de su madre. Preocupado, entreten¨ªa sus ocios en el caf¨¦ y de vez en cuando se escapaba a un hotel en Michoac¨¢n, San Jos¨¦ Pur¨²a, donde escribi¨® muchos de sus guiones. Lo mismo que en Espa?a sol¨ªa hacer en el hotel del monasterio de El Paular. Los dos ten¨ªan un tranquilo y bien surtido bar. A Bu?uel no se le puede entender sin lo que bebi¨®, ni sin lo que fum¨®. Le gustaba el vino. Siempre en casa o en comidas, nunca en el bar. Para los bares las bebidas. El dry martini y el bu?ueloni, un plagio del Negroni, cambiando el Cinzano dulce por Carpano.
Y lleg¨® el momento de poder hacer su cine m¨¢s personal. Recorri¨® las ciudades perdidas, las zonas marginales que rodean M¨¦xico DF, disfrazado con sus ropas m¨¢s viejas se dedicaba a escuchar, mirar, observar muchos de los argumentos, de los di¨¢logos y de los decorados que incluir¨ªa en su pr¨®xima pel¨ªcula, Los olvidados. Muy controvertida en M¨¦xico, triunf¨® en Cannes y cambi¨® el destino de Bu?uel. Octavio Paz, Luis Cernuda, Carlos Fuentes comenzaron a escribir alabanzas de su cine.
En M¨¦xico fue feliz. Rod¨® muchas pel¨ªculas, algunas obras maestras, ?l, La vida criminal de Archivaldo de la Cruz, Nazar¨ªn, El ¨¢ngel exterminador, Sim¨®n del desierto. Comenz¨® a viajar a Europa. Viajaba al sur de Francia, a la frontera para poder ver a su madre. Y finalmente viaj¨® a Espa?a en el a?o sesenta con la relativa tranquilidad que le otorgaba su nacionalidad mexicana.
Volvi¨® a Espa?a, no para rodar como pretend¨ªa una vieja fantas¨ªa er¨®tica que ten¨ªa con la reina de Espa?a, do?a Victoria, elegante y rubia, tipo de mujer que siempre hab¨ªa gustado a Bu?uel. En sus deseos no rodados manten¨ªa un encuentro sexual con la reina que ca¨ªa en sus brazos gracias a un narc¨®tico. Lo que rod¨® fue Viridiana, una de las pel¨ªculas m¨¢s malditas, odiadas y perseguidas por el franquismo. Gan¨® el Festival de Cannes. En Espa?a no se pudo ver hasta despu¨¦s de la muerte de Franco.
Sigui¨® rodando en Francia, en Espa?a, en M¨¦xico, pero vivi¨® hasta su ¨²ltimo suspiro en su casa mexicana. Dese¨® tener una muerte tranquila, como la de su amigo Max Aub, que muri¨® jugando una partida de cartas. Y tuvo una muerte tranquila, se despidi¨® de su mujer, de Jeanne, dici¨¦ndola "Ya me muero". No le sorprendi¨® la muerte. Cuando lleg¨®, la estaba esperando, era un 29 de julio de 1983, cerca de las cuatro de la tarde. Se inciner¨® su cad¨¢ver, sus cenizas se esparcieron por un cercano bosque por el que gustaba dar paseos. Dicen que un sacerdote con el que le gustaba discutir, al que le gustaba provocar, se qued¨® con parte de las cenizas y las tiene escondidas en una capilla de una iglesia de la ciudad de M¨¦xico. Espero que esas cenizas puedan de vez en cuando cumplir con sus ¨²ltimos deseos: "Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un follet¨ªn. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda despu¨¦s no exist¨ªa anta?o, o exist¨ªa menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesi¨®n: pese a mi odio a la informaci¨®n, me gustar¨ªa poder levantarme de entre los muertos cada 10 a?os, llegarme a un quiosco y comprar varios peri¨®dicos. No pedir¨ªa nada m¨¢s. Con mis peri¨®dicos bajo el brazo, p¨¢lido, rozando las paredes, regresar¨ªa al cementerio y leer¨ªa los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba".
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