VERANIEGO
Entr¨® por la ventana el aire seco del verano, y de pronto ese aire acarici¨® el cuerpo, todo el cuerpo, y el sol fue parte de un estremecimiento. Las olas rompieron contra la arena y dibujaron con su espuma blanca una met¨¢fora de los sue?os, y se fue humedeciendo el mediod¨ªa como si la mano huyera a toda prisa de su soledad. Suavemente primero, y despu¨¦s salvaje como una piedra de Famara, el sol se convirti¨® en el propio cuerpo, y la m¨²sica de la mano ascend¨ªa o bajaba obedeciendo a una orden que era tambi¨¦n una caricia. La mano y el deseo, mirando juntos el horizonte. M¨¢s all¨¢ del oleaje blanco, la mano se convierte en el sonido del mar, es el mar propiamente dicho, incluso su textura y su vaiv¨¦n, el ritmo, la m¨²sica del deseo. Y entonces fue como si la plenitud del verano se apoderara de la mano y ¨¦sta entonces se rodeara de deseo y finalmente de carne y de deseo tambi¨¦n, y el cielo y la arena y la vida y los sonidos fueran simult¨¢neamente verano y placer, un d¨ªa cualquiera y el ¨¦xtasis, un sue?o suave sobre la arena, ya las cosas son de nuevo las cosas, y el cuerpo acepta que no es m¨¢s que cuerpo y que lo dem¨¢s es sue?o, o poes¨ªa.
La m¨²sica le viene de dentro, es una sonata y de pronto un vallenato y de pronto un bolero, y ¨¦l va danzando, gracias a su mano y a su sue?o, todas las m¨²sicas que aprendi¨®
Y mientras suced¨ªa, y mientras sucede, cuando ya se calman la mano y los sue?os, se ven en los restos del placer de ese d¨ªa del verano otras escenas que se parecen pero que son ajenas. Este hombre camina lentamente bajo el sol que le abrasa en el verano de C¨¢ceres, resbala de sus manos una botella de agua y ¨¦l se para a recogerla. Mientras cae su mano hacia la botella sudorosa pero helada, ¨¦l se gira, busca que no haya nadie, ninguna compa?¨ªa, el hombre solo en la soledad absoluta de un mediod¨ªa de verano en el centro de C¨¢ceres, piedras y jard¨ªn, el mundo se par¨® y est¨¢ en silencio, as¨ª que no recoge la botella, la deja ah¨ª, y ¨¦l abandona su cuerpo, lo deja caer con la lentitud de los sue?os, y ya ¨¦l y el suelo de hierba son la misma sombra bajo el sol que lo mira. Pero est¨¢ vestido, as¨ª que de inmediato se yergue y acomete la tarea lent¨ªsima, pero placentera, sinuosa, de desprenderse de todas sus ropas, hasta que vuelve a acostarse, desnudo, su sombra es nada bajo el sol, toma otra vez la botella de agua, sigue helada, su mano resbala hasta que se hace firme en el gollete, la pone sobre su cara, se roc¨ªa, roc¨ªa la hierba, r¨ªe mientras el agua cae sobre su mano, sobre su cuerpo y sobre sus genitales, ¨¦l r¨ªe, se est¨¢ ba?ando bajo la luz poderosa del sol y r¨ªe como si disfrutara de un regocijo antiguo, es el son de la soledad sonando, desde aqu¨ª se le escucha, r¨ªe, se mueve con la lentitud de los cuerpos que viajan nadando.
De pronto se ve que la mano recibe un mensaje del propio sol, o de un sue?o, y comienza a acompa?ar su risa, su felicidad tranquila y solitaria, con una m¨²sica que no se escucha pero que debe venir de muy adentro, porque le dicta un movimiento incesante, veloz, que ¨¦l acompasa cuando quiere, con la voluntad de hierro de los que est¨¢n deseando que el placer venga s¨®lo cuando lo dicte la perezosa voluntad del tiempo.
Est¨¢ el sol en su apogeo, y la soledad carece de sombras, el sol ha acabado con las sombras, sobre esta plaza de hierba en C¨¢ceres s¨®lo est¨¢n vivos, movi¨¦ndose, la mano y la mirada y lo que ¨¦sta envuelve, hasta que al fin parece que el verano se adorna de la maravilla solitaria de la vida y ¨¦l deja que aquella perezosa voluntad del tiempo haga al fin la labor que ya no le corresponde, el placer es suyo pero el tiempo dicta su regla, as¨ª que ahora ¨¦l es un hombre desnudo y solitario en medio de una plaza ajena.
Y entonces ¨¦l mira alrededor, arroja agua ahora sobre s¨ª mismo, otra vez, y se tiende boca abajo, en la hierba, a dormir un sue?o de verano.
Claro, eso fue en C¨¢ceres, en la soledad central y bajo el sol, pero algo parecido est¨¢ sucediendo ahora en este descampado vac¨ªo de Colombia. El muchacho escucha a mediod¨ªa una voz que viene, con su guitarra, de un coche viejo y lejano; vive aqu¨ª en la soledad perfecta, ¨¦l cree que no lo ve nadie porque aquel coche, adem¨¢s, est¨¢ vac¨ªo, alguien lo abandon¨® para ir a refugiarse a ning¨²n sitio de este calor insoportable y h¨²medo, nadie le ve, pues; se ve a s¨ª mismo, y es como si el horizonte ajeno estuviera cada vez m¨¢s cerca, haciendo de espejo ante sus ropas, que poco a poco va dejando a un lado, como quien se quitara su propia sombra. As¨ª que lentamente se va quedando a¨²n m¨¢s solo, carne y deseo tambi¨¦n, y ya la m¨²sica no es la del autom¨®vil viejo ni siquiera la de las piedras chocando como casualidades del sol, sino que la m¨²sica le viene de dentro, es una sonata y de pronto un vallenato y de pronto un bolero, y ¨¦l va danzando, gracias a su mano y a su sue?o, todas las m¨²sicas que aprendi¨® desde el primer d¨ªa que prob¨® a qu¨¦ sab¨ªa la solitaria adolescencia. As¨ª que tiene todas las m¨²sicas y todas las edades que tuvo hasta entonces, y la mano lo recuerda todo, va dibujando aquel paisaje en el que vivi¨® esperando este momento que al final llega y ¨¦l lo recibe con la espectacular emoci¨®n de una novedad.
Desde lejos quien lo vio cuenta que parec¨ªa que re¨ªa a carcajadas, como si se hubiera producido un milagro hecho por ¨¦l pero en secreto y en verano.
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