Comerse el mundo
La frase de Bertolt Brecht "primero es el comer y luego viene la moral" ha quedado obsoleta. La justicia es hoy, ante todo, alimentaria. La moral se ha desplazado desde el dormitorio al comedor
Pocas sentencias han quedado tan anticuadas y en tan poco tiempo como aquella c¨¦lebre de Bertolt Brecht seg¨²n la cual "primero es el comer y luego viene la moral". La pronuncia uno de los protagonistas de su ?pera de los tres centavos, en la canci¨®n ?De qu¨¦ vive el hombre?, a la que puso m¨²sica Kurt Weil y que fue estrenada en 1928. En ella retrata las t¨ªpicas hipocres¨ªas que fueron el objeto predilecto de sus denuncias. En este caso, una mafia de mendigos en el Soho londinense del siglo XVIII, que trataba de aprovecharse de la compasi¨®n de los paseantes. Esta afirmaci¨®n tiene pleno sentido en el contexto de criticar la doble moral; al contraponer las necesidades fundamentales y los deberes de la conciencia, la urgencia de sobrevivir y el lujo de las sutilezas morales, sit¨²a el discurso moral en su suelo vital al que necesariamente remite. La moral no debe servir para hacer la vida imposible.
Crece la exigencia de una pol¨ªtica alimentaria respetuosa con los derechos humanos
Nuestra libertad de determinar qu¨¦ y c¨®mo comemos establece l¨ªmites reales a la pol¨ªtica
Reconozcamos que Brecht es un autor fascinante para obtener una imagen del mundo en el que est¨¦ claro d¨®nde se encuentra el bien y d¨®nde el mal; tiene toda la raz¨®n que le falta al capitalismo, pero hace agua cuando la complejidad exige ir m¨¢s all¨¢ del anti capitalismo elemental y la cr¨ªtica requiere mayor sutileza. En cualquier caso, uno siempre puede reconfortarse con sentencias tan elementales como la de "?qu¨¦ delito es el robo de un banco comparado con el hecho de fundar uno?", tambi¨¦n de la misma ¨®pera.
Pero el anacronismo de esta frase est¨¢ en otro registro. Su autor no pudo saber que un d¨ªa casi toda la ¨¦tica fuera a caber en la cesta de la compra y que la justicia alimentaria pudiera simbolizar todas nuestras preocupaciones en torno a la justicia en general. Hoy la moral parece haberse desplazado desde el dormitorio hasta el comedor. La moral ya no viene despu¨¦s del comer sino al mismo tiempo. La food justice se ha convertido hoy en un espacio en el que confluyen todas las exigencias morales. La comida es un ¨¢mbito de obligaciones especialmente intensas, respecto de nosotros mismos, de los dem¨¢s, la naturaleza o los animales. Comer no es un acto privado, ¨¦tica y pol¨ªticamente irrelevante, sino una pr¨¢ctica cotidiana en la que el mundo se juega su destino, lo configuramos o lo destruimos, en la que literalmente nos comemos el mundo. Pensemos en el hecho de que con una met¨¢fora alimentaria (la macdonalizaci¨®n) solemos referirnos al malestar ante la globalizaci¨®n. Con nuestra decisi¨®n acerca de qu¨¦ comer, decidimos tambi¨¦n c¨®mo queremos vivir e incluso en qu¨¦ clase de mundo queremos vivir.
En la justicia alimentaria se concentra buena parte de nuestros principales dilemas ¨¦ticos y pol¨ªticos: los problemas de la alimentaci¨®n presente y futura de una creciente poblaci¨®n mundial teniendo en cuenta la sobrecarga ecol¨®gica del planeta; la discusi¨®n en torno a las posibilidades de suprimir el hambre en el mundo mediante los transg¨¦nicos, con sus riesgos inherentes; el n¨²mero creciente de personas que se alimentan de una manera insana, tambi¨¦n y especialmente en el mundo m¨¢s desarrollado. Se extiende la exigencia de una agricultura sostenible, de una pol¨ªtica alimentaria respetuosa con los derechos humanos; coinciden en el tiempo las exigencias de justicia econ¨®mica global y el desarrollo de una ¨¦tica del consumo, lo que podr¨ªa estar anunciando una nueva convergencia entre el gusto y la justicia.
El desarrollo econ¨®mico que ha tenido lugar desde la segunda mitad del siglo XX ha conducido a una extensi¨®n social del bienestar anteriormente inimaginable. Por primera vez en la historia, gracias a la producci¨®n segura de alimentos y a su provisi¨®n en el mercado, una gran cantidad de consumidores de los pa¨ªses ricos dispone de los presupuestos materiales necesarios para poder comer lo que quiera. En las estanter¨ªas de cualquier gran supermercado est¨¢ a nuestra disposici¨®n una enorme cantidad de productos a precios asequibles. La cuesti¨®n es qui¨¦n vive en ese para¨ªso: nosotros los consumidores de los pa¨ªses ricos. Esa particularidad nos obliga a formular principios ¨¦ticos en orden a la universalizaci¨®n de los bienes y nos sit¨²a frente a las contradicciones del mundo actual en lo que se refiere a las posibilidades y las realidades de la alimentaci¨®n.
?Es posible alimentarse mejor de lo que lo hacemos? ?C¨®mo deber¨ªamos comer y qu¨¦ h¨¢bitos alimentarios deber¨ªamos cambiar de modo que todos se pudieran alimentar bien?
En las relaciones que se establecen como consecuencia de la alimentaci¨®n comparecen asuntos que tienen una fuerte dimensi¨®n de justicia, como la producci¨®n y provisi¨®n de alimentos. Pero el asunto se ampl¨ªa con la progresiva toma de conciencia de que el consumidor est¨¢ igualmente obligado a examinar su conducta de acuerdo con criterios de justicia. Tambi¨¦n el que come debe tomar en consideraci¨®n el valor de justicia de lo que come, si est¨¢ producido con equidad, si da?a el medio ambiente, si pone en peligro su propia salud y se convierte por ello en una carga para otros, si lo hace responsablemente examinando sus consecuencias globales... Ahora bien, ?cu¨¢les son las posibilidades del ciudadano, del sujeto particular, del consumidor, en orden a modificar las injusticias globales en materia de alimentaci¨®n? Mejorar el estado de la alimentaci¨®n mundial no est¨¢ al alcance de uno solo, por supuesto, pero tampoco de los grandes poderes; las autoridades pol¨ªticas y econ¨®micas no pueden nada sin los seres humanos, sin los consumidores y sus microdecisiones cotidianas.
La clave est¨¢ en la fuerza transformadora de los estilos de vida. La renuncia a consumir no es una estrategia practicable de sostenibilidad. Lo que se reclama cada vez con m¨¢s fuerza es una modificaci¨®n de nuestro estilo de vida. En el debate sobre desarrollo sostenible los consumidores ocupan ahora un lugar central; son considerados como verdaderos motores de todo cambio estructural en la medida en que tienen la posibilidad de "hacer pol¨ªtica con el carro de la compra". Andoni Luis Aduriz nos daba recientemente algunas pistas en estas mismas p¨¢ginas.
La relevancia de la alimentaci¨®n en orden a la sostenibilidad es manifiesta: seg¨²n las estimaciones aceptadas, entre un 30% y un 40% de los problemas medioambientales son debidos directa o indirectamente al comportamiento dominante en el consumo. Una gran relevancia para la salud y el medio ambiente tiene, por ejemplo, el elevado consumo de carne; el uso de productos congelados tambi¨¦n plantea graves efectos sobre la sostenibilidad; muchas enfermedades y alergias se deben a una mala alimentaci¨®n, especialmente las que est¨¢n vinculadas al sobrepeso. La alimentaci¨®n sostenible tiene una clara dimensi¨®n ecol¨®gica. Podr¨ªa mencionarse a este respecto la compra de alimentos con criterios de regionalidad, trazabilidad y estacionalidad. De este modo, por ejemplo, se minimiza el transporte y se fortalecen los circuitos econ¨®micos regionales.
Sabemos, por otro lado, que una cuarta parte de las basuras dom¨¦sticas tienen su origen en el empaquetamiento de los alimentos. Los envases reciclables o los productos con poco envoltorio contribuyen a disminuir notablemente la cantidad de basura y el uso de energ¨ªa.
Existe por tanto un contrapoder de los sujetos que es preciso activar mediante la informaci¨®n, los incentivos y las sanciones fiscales. Del mismo modo que la pol¨ªtica requiere de los ciudadanos para su legitimaci¨®n y la econom¨ªa depende en ¨²ltima instancia del comportamiento de los accionistas y consumidores, las pr¨¢cticas cotidianas de la comida act¨²an sobre las relaciones de poder que constituyen el complejo mundo de la alimentaci¨®n (y, por a?adidura, el mundo en general). Dentro de los espacios de juego existentes, nuestra libertad de determinar qu¨¦ y c¨®mo comemos establece l¨ªmites reales a la industria y a la pol¨ªtica.
Las costumbres alimenticias permiten al individuo configurar el tipo de vida que desea para s¨ª y modificar su relaci¨®n con el mundo. Cada uno de nosotros, en el ¨¢mbito de su conducta alimentaria, puede llevar a cabo una mejora del mundo, inapreciable pero insustituible. Comer es hoy un acto pol¨ªtico global, una verdadera conspiraci¨®n revolucionaria. Nuestras decisiones cotidianas en esta materia configuran el mundo, para bien o para mal. Brecht no hubiera formulado aquella simplificadora oposici¨®n de haber sabido que, actualmente, el comer se ha convertido en un asunto moral, en una cuesti¨®n de ciudadan¨ªa.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza.
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