De Mosc¨² al Eixample
Hace ya muchos a?os, all¨¢ por el 80 del pasado siglo, una comunicaci¨®n de ¨²ltima hora reduc¨ªa la lista de futbolistas convocados para los Juegos Ol¨ªmpicos de Mosc¨² de 22 a 20. El seleccionador se vio obligado a descartar a dos jugadores, un portero y un jugador de campo. Y all¨ª me qued¨¦, en tierra, con el traje confeccionado y la maleta hecha. Jugaba por aquel tiempo en el Alav¨¦s y en esos meses de verano cerr¨¦ mi pase al Athletic Club, por lo que di por bien invertida mi decepci¨®n al no poder participar en unos Juegos Ol¨ªmpicos.
Mi siguiente experiencia ol¨ªmpica fue m¨¢s activa, pero igual de improductiva. Comenzaba 1984 y ya estaba consolidado en Primera Divisi¨®n jugando con el Athletic y formando parte de una selecci¨®n sub 21 que despertaba las mejores expectativas. Era aquella que, teniendo a la que luego ser¨ªa conocida como la Quinta del Buitre como base, reun¨ªa a una excelente camada de jugadores que hac¨ªan pensar en un futuro espl¨¦ndido. Llevaba aquel equipo una clasificaci¨®n perfecta para el Europeo sub 21 y como premio nos llevaron a jugar un intrascendente partido de clasificaci¨®n para los Juegos de Los ?ngeles 84 que nos enfrentaba a una Francia ya clasificada y que luego fue campeona ol¨ªmpica venciendo a Brasil en la final. El partido se jug¨® en ?pinal, en un campo rodeado de nieve, en un ambiente g¨¦lido, en un estadio repleto y para cerrar las curiosidades, se jug¨® un 29 de febrero. Nos adelantamos con gol de Butrague?o, pero los franceses se lo tomaron con m¨¢s inter¨¦s y aplicaci¨®n para dejar el resultado en un 3-1 que no deja lugar a dudas. Es mi ¨²nico partido como ol¨ªmpico, a ser sincero, habr¨ªa que decir preol¨ªmpico. Para cerrar el regalo, nos llevaron a ver jugar a la selecci¨®n A contra Luxemburgo en otro partido de nieve y fr¨ªo.
El Ensanche de Barcelona me concedi¨® el honor de recibir la antorcha ol¨ªmpica junto a la Sagrada Familia
Pero si me preguntan cu¨¢l ha sido mi experiencia ol¨ªmpica m¨¢s impactante tendr¨¦ que remitirme a Barcelona 92. Habr¨¢n pensado que, estando en ese tiempo en Barcelona, fueron d¨ªas de deporte vivido y sentido al m¨¢s alto nivel. Pues lamento decepcionarles, ya que estuvimos concentrados en Holanda el tiempo que duraron los Juegos. Casi 21 d¨ªas viendo nuestra ciudad por la tele, sintiendo que el centro del mundo estaba en Barcelona y nosotros a 3.000 km, leyendo a todos que los Juegos de Barcelona estaban siendo los mejores de la historia y nosotros entre ampollas y entrenamientos, jugando partidos contra equipos de aficionados holandeses. El d¨ªa de la final entre Espa?a y Polonia jug¨¢bamos en el estadio del Feyenoord, al mismo tiempo que nuestros chicos de oro se doctoraban y le daban a nuestro f¨²tbol un t¨ªtulo muchas veces minusvalorado.
?Y entonces, cu¨¢l es mi experiencia ol¨ªmpica en Barcelona 92? Podr¨ªa empezar porque nuestra llegada (mi mujer, mi primer hijo y yo llegamos a Barcelona en 1986) coincidi¨® con la concesi¨®n de los Juegos a la ciudad condal, siguiendo por el apoyo del Bar?a a la causa ol¨ªmpica que llevamos en nuestra camiseta mientras dur¨® el periodo de elecci¨®n, acabando, tal vez, por la camiseta que llevaba debajo de mi jersey de portero el d¨ªa que ganamos la Recopa contra el Sampdoria en Berna. Por ¨²ltimo, les podr¨ªa decir que mi medalla ol¨ªmpica me lleg¨® una vez acabados los Juegos, cuando naci¨® mi segundo hijo.
Pero mi actuaci¨®n principal se produjo 24 horas antes de que comenzaran los Juegos. El distrito del Ensanche de Barcelona me concedi¨® el honor de recibir la antorcha ol¨ªmpica junto a la Sagrada Familia y realizar el primer relevo en las calles dise?adas por Ildefonso Cerd¨¢, el Eixample, mi barrio.
Y all¨ª me fui la v¨ªspera, en busca de mi ropa inmaculadamente blanca (nunca el blanco fue tan bien visto en Barcelona) esperando en mi autob¨²s el turno para encender mi antorcha. Horas de paciente seguimiento a los corredores, un crescendo de emoci¨®n en el autob¨²s, cierto temor a que, "no ser¨¢ a m¨ª a quien se le apague la llama...", y, finalmente, llega mi turno, bajo del autob¨²s, subo al escenario preparado para dar realce al momento, presiono la llave de paso del gas de mi antorcha y al contacto del relevista anterior, el fuego sagrado brota. Luego 500 metros en medio de la euforia, de la multitud que, de madrugada, quer¨ªa ser part¨ªcipe principal del momento. Todo muy r¨¢pido, muy intenso, muy corto. Relevo de la antorcha, el relevo sigue, el fuego se aleja al ritmo de las zancadas del siguiente relevista. La multitud acompa?a a la siguiente etapa de la antorcha y yo me voy quedando cada vez m¨¢s solo, al principio de forma suave, agradable, lo justo para ir procesando lo vivido. De pronto, de forma brusca, me veo solo en medio de un Ensanche desierto, como si todos estuvieran en otro sitio. Y empiezo a andar con mi antorcha apagada, de blanco inmaculado, sin m¨¢s compa?¨ªa que mis recuerdos. Todo el Ensanche y un t¨ªo vestido de corto con un encendedor enorme, ?vaya pinta!
Cu¨¢ntas veces he pensado que aquella fue una excelente met¨¢fora de la vida del deportista: hoy en medio de los honores, ma?ana, solo con su antorcha apagada. Al doblar una esquina, descubr¨ª delante de m¨ª a toda mi familia que, sorprendidos, se vieron abrazados por un relevista del fuego ol¨ªmpico que buscaba una mano amiga.
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