La China global
Los chinos se extienden por el mundo desde hace siglos. M¨¢s de 50 millones forman la di¨¢spora m¨¢s interconectada y extendida del planeta. All¨¢ donde van crean una comunidad emprendedora y pr¨®spera
S¨®lo hay que acercarse al bazar de la esquina para entrar en la aldea global. M¨¢s de 50 millones de chinos habitan la di¨¢spora m¨¢s interconectada y extendida por todos los confines del planeta. De Yakarta a Ciudad del Cabo, de Almer¨ªa a Bratislava o de Montreal a S?o Paulo: en la m¨¢s remota de las ciudades del mundo encontraremos con toda facilidad alg¨²n restaurante con linternas y dragones, alg¨²n colmado o alguna lavander¨ªa regentada por chinos. Cuentan que a finales de los a?os setenta, Jimmy Carter le pidi¨® a Deng Xiaoping que permitiese a los chinos salir del pa¨ªs para que pudiesen probar el sabor de la libertad. Con su habitual retranca, el Peque?o Timonel le pregunt¨® cu¨¢ntos millones quer¨ªa que le enviase. Evidentemente, la cosa viene de mucho m¨¢s lejos. La diseminaci¨®n planetaria de la poblaci¨®n china lleva siglos de avance imparable. Adem¨¢s de la Rep¨²blica Popular China, de Hong Kong, de Macao y de Taiw¨¢n -que entre todas suman m¨¢s de 1.350 millones de chinos-, existe un quinto ¨¢mbito s¨ªnico con rasgos propios y en plena expansi¨®n: la China global.
El 70% de los chinos de Espa?a, Francia y Portugal procede de Qiangtian, al sur de Shanghai
La segunda lengua de uso en Internet es el chino, y todo apunta a su primac¨ªa en pocos a?os
En el sureste de Asia ya hace varios siglos que las comunidades chinas lideran el comercio y las finanzas. Los chinos de ultramar llegaron a Am¨¦rica cuando la abolici¨®n de la esclavitud y las guerras del opio abonaron el tr¨¢fico de cul¨ªes. Los trabajadores chinos se hacinaban en las bodegas de los vapores transpac¨ªficos con un contrato de ocho a?os que les conduc¨ªa a un r¨¦gimen de semiesclavitud. La construcci¨®n del ferrocarril del oeste norteamericano, las plantaciones y las minas de Cuba y Per¨² fueron algunos de sus destinos preferentes. Los populosos chinatown de San Francisco o de Nueva York vienen de aquellos lodos. Los chinos empezaron a llegar a Europa en las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XIX. Eran pocos y mayormente buhoneros. Hoy ya casi nadie recuerda que en las playas cercanas a la actual zona del F¨®rum de las Culturas en Barcelona, durante m¨¢s de un siglo hubo un n¨²cleo de barracas conocidas como la playa de Pek¨ªn, top¨®nimo que nos remite al n¨²cleo barraquista de chinos que all¨ª se establecieron hacia el 1860, junto al Somorrostro.
Las antenas parab¨®licas y la red de redes han contribuido a extender los lazos de una comunidad extraordinariamente dispersa, pero siempre estrechamente conectada con sus puntos de partida. No hay que olvidar que la segunda lengua de uso en Internet es el chino, y que todo apunta a su primac¨ªa en pocos a?os. Los chinos transportan a China all¨ª donde van: comen en charla animada cuencos de sopa de fideos en los locales de horarios imposibles que acogen casi en exclusiva a comensales chinos; ven culebrones de ¨¦poca, llenos de concubinas y espadachines que suben paredes; leen peri¨®dicos en chino de edici¨®n ib¨¦rica, en los que se comentan las noticias de Espa?a y Portugal, de China y del mundo, en las que se publicitan los almacenes de mayoristas y en los que cada d¨ªa aparecen m¨¢s anuncios clasificados ofreciendo trabajo de masajista a jovencitas de buena presencia; los chinos de las ciudades espa?olas se cortan el pelo en peluquer¨ªas chinas, juegan al Mahjong, cantan karaoke y se casan de la forma m¨¢s parecida posible a como lo har¨ªan en China. Incluso circunscriben su bajo ¨ªndice de delincuencia a la extorsi¨®n y el delito orientado a su propia comunidad. Exceptuando, evidentemente, los multicopiadores compulsivos de DVD pirata. Los chinos de ultramar son aqu¨ª y en todas partes siempre la comunidad m¨¢s emprendedora y m¨¢s pr¨®spera de todas: la que tiene una mayor capacidad de autoexplotaci¨®n. La ilimitada confianza del paisanaje que se dispensan les concede cr¨¦ditos informales, condiciones ventajosas de comercio que reducen los costes de transacci¨®n. Son aqu¨ª y en todas partes siempre la comunidad que genera m¨¢s asociaciones de todo tipo, asociaciones que act¨²an como redes de ayuda mutua, lejos del t¨®pico de las mafias. Que haberlas, haylas, pero no adquieren dimensiones mucho mayores que las mafias gerundenses, rumanas o castellano-leonesas. Los chinos de ultramar generan no pocas leyendas urbanas a cual m¨¢s peregrina. Supuestamente no se registran en nuestros tanatorios muertes de chinos porque de este modo las mafias har¨ªan desaparecer los cad¨¢veres de los finados para reaprovechar los papeles. De tan rid¨ªculo casi no merece ser rebatido: los chinos que emigran son j¨®venes y los que han venido a Espa?a a¨²n no han tenido tiempo de morirse. Y a sus mayores les gusta descansar en tierra de ancestros.
Hemos tendido siempre a inventarnos a los chinos, a proyectar en ellos estereotipos que normalmente tienen tan poco que ver con sus realidades como el Circo Teatro Chino de Manolita Chen (que ni era Manolita ni Chen, sino un travestido andaluz al que, seg¨²n parece, bautizaron como Manuel Saborido).
Los chinos de ultramar aterrizan en entornos culturales tan ex¨®ticos e incomprensibles para ellos como lo ser¨ªa para nosotros despertar de golpe a las afueras de Pek¨ªn. Mayoritariamente desconocen la lengua de acogida y se entregan a un r¨¦gimen laboral tan espartano que no tienen tiempo para ir mucho m¨¢s all¨¢ del chapurreo precario de palabras salvavidas, indispensables para servir una mesa o atender el mostrador. La familia extensa asegura la transmisi¨®n de valores. Los s¨¢bados por la ma?ana env¨ªan a sus hijos a estudiar chino para que no pierdan sus or¨ªgenes. No es que sean cerrados, es que a los miembros de la primera generaci¨®n de emigrantes apenas les queda tiempo para darse cuenta de que est¨¢n lejos de su tierra: viven en la China global. Son sus hijos escolarizados en Espa?a quienes atienden a los funcionarios municipales y quienes les hacen de int¨¦rpretes en situaciones de necesidad. En Estados Unidos, a los ABC (American Born Chinese), los puristas les llaman despectivamente bananas: amarillos por fuera y blancos por dentro. Amy Tan tiene materia de sobra como para perge?ar unas cuantas docenas m¨¢s de best-sellers repletos de conflictos generacionales y choques de mentalidades.
Los chinos se extienden por el mundo desde hace siglos, pero en estas ¨²ltimas d¨¦cadas de reforma y apertura en el continente chino, el proceso se ha acelerado de forma exponencial. Ya no solamente se dedican a servir rollos de primavera: regentan talleres textiles legales o clandestinos, abren almacenes y bazares multiprecio, compran los bares Marcelino y aprenden a hacer caf¨¦ con leche, bocadillos de tortilla de patatas y lo que convenga; regentan tiendas mayoristas de maletas y bolsos, de calzado, de trapos o de bisuter¨ªa, colocan directamente la producci¨®n manufacturera de su distrito de origen, que en parte financia la operaci¨®n. En los ¨²ltimos a?os se les ve cada vez m¨¢s por ?frica, en paralelo al ingente esfuerzo diplom¨¢tico e inversor chino en el continente olvidado.
En 1980 hab¨ªa apenas 677 chinos censados en Espa?a. Hoy, las cifras oficiales superan los 120.000. La gran mayor¨ªa ha llegado en la ¨²ltima d¨¦cada, en parte, de otros puntos de Europa. Curiosamente, en contraste con su extraordinaria dispersi¨®n diasp¨®rica, la gran mayor¨ªa de chinos que emigran procede de un mismo distrito: China es inmensa, pero se calcula que m¨¢s del 70% de los chinos de Espa?a, Francia, Italia y Portugal procede de la comarca de Qiangtian, de 2.500 kil¨®metros cuadrados, a las afueras de la ciudad de Wenzhou, en Zhejiang, al sur de Shanghai, una zona especializada en la migraci¨®n europea como m¨ªnimo desde la I Guerra Mundial: las remesas, las inversiones y donaciones filantr¨®picas de los chinos de ultramar constituyen una de sus mayores riquezas. De nuevo, la familia y el paisanaje, la inversi¨®n de las autoridades locales y las redes asociativas facilitan un tr¨¢nsito que de otro modo se vuelve quim¨¦rico.
Los habitantes de la China global son ya nuestros vecinos, nos venden refrescos o garrafas de agua en horario nocturno, nos suministran todo tipo de gadgets in¨²tiles, enlazan nuestra econom¨ªa con la del gigante asi¨¢tico. Y a su manera protagonizan su experiencia de la modernidad global: no se pierdan al respecto la ¨²ltima pel¨ªcula de Wayne Wang, La princesa de Nebraska: el retrato inclemente de una joven pequinesa reci¨¦n llegada a San Francisco.
Manel Oll¨¦ es profesor de Estudios Asi¨¢ticos de la Universidad Pompeu Fabra.
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