El beso de la sirena
Gnazio Manisco reapareci¨® en Vig¨¤ta el 3 de enero de 1895, a los cuarenta y cinco a?os, y en el pueblo ya nadie sab¨ªa qui¨¦n era, ni ¨¦l conoc¨ªa a nadie, tras veinticinco a?os en Am¨¦rica.
Hasta que ten¨ªa casi veinte a?os hab¨ªa trabajado como temporero, y se hab¨ªa desplazado con su madre y una caterva de braceros, de campo en campo, donde ora hab¨ªa que hacer la escamonda de los ¨¢rboles, ora recoger almendras u olivas, habas o guisantes, ora tomar parte en la vendimia.
De su padre no sab¨ªa nada de nada, salvo que se llamaba Cola, que se hab¨ªa ido a Am¨¦rica cuando ¨¦l a¨²n estaba en la barriga de su madre, y que ya no hab¨ªa vuelto a dar se?ales de vida, ni buenas ni malas. Entonces su madre hab¨ªa vendido la casa en la que viv¨ªan en el pueblo, de una sola habitaci¨®n -total, los braceros no necesitan techo, duermen al raso, bajo las estrellas, y, si llueve, se refugian debajo de los ¨¢rboles-, y se hab¨ªa metido el dinero en un pa?uelo apretado en la pechera. Al final de cada semana, sacaba el pa?uelo y guardaba el dinero de la paga que hab¨ªa conseguido economizar.
De su padre s¨®lo sab¨ªa que se llamaba Cola, que se hab¨ªa ido a Am¨¦rica cuando ¨¦l a¨²n estaba en la barriga de su madre y no hab¨ªa vuelto a dar se?ales de vida
Ten¨ªa diecinueve a?os cuando su madre muri¨® porque nadie le hizo caso cuando la pic¨® una v¨ªbora. Encontr¨® dinero en su pa?uelo y decidi¨® ir a Am¨¦rica
La cuadrilla de braceros a la que pertenec¨ªan Gnazio y su madre, porque Gnazio hab¨ªa empezado a trabajar a los cinco a?os por un cuarto de paga, estaba al mando del t¨ªo Japico Prestia, que los llamaba a todos "piojos". A los siete a?os, al o¨ªr que lo llamaban "piojo", Gnazio se enfad¨®.
-Usted, se?or Japico, debe llamarme Gnazio, yo no soy un piojo.
-?Te ofendes porque te llamo as¨ª?
-S¨ª.
-Te equivocas. Esta tarde te lo explicar¨¦.
Cuando ten¨ªa ganas, el t¨ªo Japico, una vez terminado el trabajo y antes de que anocheciera, se pon¨ªa a contar historias y todos se reun¨ªan para escucharlo. Por eso aquella tarde cont¨® la historia de No¨¦ y el piojo.
-Cuando el Se?or Dios se cans¨® de los hombres, que se hac¨ªan siempre la guerra y se mataban sin cesar, decidi¨® borrarlos de la faz de la Tierra con el diluvio universal. Y de esa extinci¨®n habl¨® con No¨¦, que era el ¨²nico hombre honesto y bueno que hab¨ªa. Pero No¨¦ le hizo notar que, junto con los hombres, morir¨ªan tambi¨¦n todas las bestias, que no ten¨ªan la culpa del desd¨¦n del Se?or. Entonces el Se?or le dijo que fabricara una barca de madera, llamada arca, y que hiciera entrar en ella una pareja, un macho y una hembra, de todos los animales. As¨ª, el arca flotar¨ªa y despu¨¦s, pasado el diluvio, los animales habr¨ªan podido procrear. No¨¦ tambi¨¦n obtuvo permiso para llevar en el arca a su mujer y a sus tres hijos, y luego pregunt¨® al Se?or c¨®mo conseguir¨ªa advertir a todos los animales del mundo. El Se?or le dijo que ya lo pensar¨ªa ¨¦l. En resumen, para hacerlo breve, cuando todos los animales entraron, empez¨® el diluvio. Tres d¨ªas despu¨¦s, una noche, mientras todos dorm¨ªan, No¨¦ oy¨® una vocecita en su o¨ªdo:
?-?Patriarca No¨¦! ?Patriarca No¨¦!
?-?Qui¨¦n es?
?-Somos dos piojos, marido y mujer.
?-?Piojos? -?y qu¨¦ eran? No¨¦ nunca los hab¨ªa o¨ªdo nombrar-. Y ?d¨®nde est¨¢is, que no os veo?
?-En tu cabeza, en medio de tu pelo.
?-Y ?qu¨¦ hac¨¦is?
?-Patriarca, el Se?or Dios se olvid¨® de advertirnos del diluvio. Pero nosotros nos enteramos y trepamos a ti.
?-?Y de qu¨¦ viv¨ªs, piojos?
?-Vivimos de la suciedad que hay en la cabeza del hombre.
?-?Pod¨¦is moriros de hambre! ?Yo me lavo el pelo todos los d¨ªas!
?-?Ah, no, patriarca! ?Te comprometiste a salvar a todos los animales! ?Nosotros tenemos tanto derecho a alimentarnos como las dem¨¢s bestias! ?Por tanto, desde ahora y mientras dure el diluvio, no debes lavarte!
??Y sab¨¦is por qu¨¦, muchachos, el Se?or Dios se hab¨ªa olvidado de advertir a los piojos? Porque los piojos son como los temporeros, que hasta Dios se olvida de que existen.
Cuando oy¨® el cuento del t¨ªo Japico, Gnazio jur¨® que en cuanto pudiera cambiar¨ªa de oficio.
Ten¨ªa diecinueve a?os cuando su madre muri¨® porque nadie le hizo caso cuando le pic¨® una v¨ªbora. En el pa?uelo en que su madre ten¨ªa los ahorros encontr¨® m¨¢s dinero del que se esperaba y entonces decidi¨® partir ¨¦l tambi¨¦n a Am¨¦rica.
Pero ?c¨®mo llegar¨ªa a Am¨¦rica, que estaba en la otra punta del mundo? Pidi¨® explicaciones a su primo, Tano Fradella, que ya hab¨ªa hecho los papeles y estaba a punto de partir.
-?Qu¨¦ hace falta?
-Ante todo, el pasaporte.
-?Y qu¨¦ es?
Tano se lo explic¨®. Y tambi¨¦n le dijo que, para obtenerlo, deb¨ªa presentar una instancia al delegado de Vig¨¤ta. Y Gnazio se present¨® al delegado.
-?Qu¨¦ quieres?
-Quiero hacer los papeles para irme a Am¨¦rica.
-?C¨®mo te llamas?
Gnazio se lo dijo.
-?Cu¨¢ndo naciste?
Gnazio se lo dijo.
-?C¨®mo se llaman tus padres?
Gnazio se lo dijo.
Y tambi¨¦n le dijo que su madre hab¨ªa muerto y que no sab¨ªa si su padre a¨²n estaba vivo o hab¨ªa muerto en Am¨¦rica.
-?Y quieres ir a buscarlo a Am¨¦rica?
-?Pero si ni siquiera s¨¦ c¨®mo es!
Entonces el delegado mir¨® unos folios que ten¨ªa sobre el escritorio y a continuaci¨®n exclam¨®:
-?Blandino!
-A sus ¨®rdenes -dijo, mientras entraba, un uniformado de guardia.
-Ponle las esposas.
-?Por qu¨¦? -pregunt¨® Gnazio, extra?ado.
-Por no haberte presentado a la leva.
-?Qu¨¦ es la leva?
-Debes hacer el servicio militar.
-Nadie me dijo nada.
-Hab¨ªa carteles de llamada a las armas.
-Pero yo no s¨¦ leer ni escribir.
-Haber pedido a alguien que te los leyeran.
Estuvo cinco d¨ªas en la c¨¢rcel. A la ma?ana del sexto d¨ªa lo llevaron a Montelusa, a un sitio llamado distrito militar. Le hicieron desnudarse. Gnazio estaba abochornado y se tapaba las verg¨¹enzas. Un hombre con bata blanca, despu¨¦s de haberlo mirado por delante y por detr¨¢s, dijo:
-Apto.
Entonces se adelant¨® alguien vestido de marinero y le espet¨®, con mala cara:
-?Atenci¨®n!
?Qu¨¦ significaba? Gnazio mir¨® a su alrededor, no vio ning¨²n peligro y le pregunt¨®:
-Perdone, pero ?por qu¨¦ debo estar atento?
El otro se puso a gritar como un enajenado.
-?Haci¨¦ndonos los graciosos, eh? ?Ya te har¨¦ tragar tus ocurrencias! ?Ve a meterte con aquellos de all¨¢!
Y le se?al¨® a una decena de jovencitos como ¨¦l. Gnazio fue.
-Ma?ana mismo nos embarcan -dijo uno.
-?Y por qu¨¦ nos embarcan? -pregunt¨® Gnazio.
-Porque nos toca hacer de marineros.
?Embarcarnos? ?Mar adentro? ?En medio de las tempestades? ?En medio de las olas m¨¢s altas que una casa de tres plantas? ?En los mares donde hay pulpos tan grandes como una carroza, que te cogen y te tiran hacia abajo, y te ahogan? ?Por Dios! ?Justo a ¨¦l le tocaba hacer de marinero, a ¨¦l, que no quer¨ªa ver el mar ni en pintura! Se puso a gritar como un desesperado:
-?Marinero, no! ?El mar, no! ?Por el amor de Dios! ?Marinero, no!
Y tanto hizo y tanto chill¨® que lo pasaron a soldado de infanter¨ªa.
Como militar se lo pas¨® bien. Lo mandaron a Cuneo y cuatro d¨ªas despu¨¦s un sargento pregunt¨® si hab¨ªa alguien que supiera podar ¨¢rboles. Gnazio s¨®lo comprendi¨® la palabra ¨¢rboles, y pregunt¨®:
-?Qu¨¦ quiere decir podar?
El sargento se lo explic¨®. Escamondar, eso quer¨ªa decir podar.
-Yo s¨¦ c¨®mo se hace -dijo.
Al d¨ªa siguiente se encontr¨® trabajando en un trozo de tierra propiedad del coronel Vidusso, un gran caballero, que hizo lo necesario para que hiciera una mili breve y se ocup¨® de conseguirle los papeles para la partida. En resumen, embarc¨® cuando apenas hab¨ªa cumplido los veinte a?os.
Durante todo el viaje estuvo en la bodega del vapor, en medio del hedor de los dem¨¢s emigrantes, gente que se cagaba y se meaba en los pantalones y vomitaba continuamente, pero nunca subi¨® al puente, le daba tanto miedo sentir el mar en torno que siempre temblaba como por las fiebres tercianas.
En Nueva York fue a buscar a Tano Fradella, que hac¨ªa de alba?il, dado que en aquella ciudad el campo no estaba cerca. Tambi¨¦n ¨¦l empez¨® a hacer de alba?il.
Pero ?qu¨¦ clase de edificios constru¨ªan en Am¨¦rica? Alt¨ªsimos, pero tan altos que a uno le daba v¨¦rtigo cuando se encontraba trabajando en el trig¨¦simo piso y corr¨ªa el riesgo de caer cabeza abajo. Pero, cuando caminaba por la ciudad, Gnazio ve¨ªa muchos ¨¢rboles y jardines muy hermosos.
-Pero ?qui¨¦n cuida de los ¨¢rboles y los jardines? -pregunt¨® un d¨ªa a Tano Fradella.
-Gente pagada por el Ayuntamiento de Nueva York.
-?Y d¨®nde est¨¢ ese Ayuntamiento?
-Tanto da, Gnazio, a ti no te coger¨¢n.
-?Por qu¨¦?
-Primero, porque no sabes leer ni escribir. Y, segundo, porque no conoces la lengua de Am¨¦rica.
Al d¨ªa siguiente, domingo, un paisano le explic¨® que en Muttistrit, cerca de donde viv¨ªan Tano y ¨¦l, hab¨ªa una maestra, la se?orita Consolina Caruso, que daba clases particulares. El mismo d¨ªa, Gnazio se present¨® ante la se?orita Consolina, que era setentona, enjuta, con una cara que parec¨ªa una calavera con gafas, antip¨¢tica. Se pusieron de acuerdo en el dinero y el horario. La maestra le daba clases cada tarde, de ocho a nueve, junto con un ni?o de siete a?os que aprend¨ªa m¨¢s deprisa que ¨¦l y se re¨ªa cuando se equivocaba.
En resumen, despu¨¦s de tres a?os de clases, Gnazio escribi¨® la instancia al Ayuntamiento, que fue aceptada. Lo llevaron a un jard¨ªn, lo vieron trabajar y una semana despu¨¦s lo contrataron como jardinero.
No le pagaban demasiado, pero s¨ª lo suficiente, y era dinero seguro.
Fue as¨ª como algunas ancianas de Broccolino empezaron con las medias palabras.
-Gnazio, ya va siendo hora de que pienses en formar una familia.
-Pero, t¨², Gnazio, ?no piensas casarte?
Y comenzaron a dar nombres:
-Hay una buena chica, la hija de Minicu Schillaci...
-Quiero que conozcas a Ninetta Lomascolo, que es una chica de oro...
Pero ¨¦l esbozaba una risita y no respond¨ªa nada.
Casarse en Am¨¦rica significaba morir en Am¨¦rica, y ¨¦l no quer¨ªa morir en Am¨¦rica, ¨¦l quer¨ªa morir en su tierra, cerrar los ojos para siempre ante un olivo sarraceno.
Cuando ten¨ªa ganas de una mujer, porque era un joven de sangre caliente, se lo dec¨ªa a Tano Fradella, que era un experto en asuntos de mujeres. ?ste sal¨ªa de casa y una hora despu¨¦s regresaba con dos chicas tan hermosas que no alcanzaban los ojos para mirarlas.
Una ma?ana, cuando a¨²n estaba oscuro y volv¨ªa del velatorio de la se?orita Consolina, que hab¨ªa muerto, la muy desdichada, sali¨® de un portal un viejo asqueroso y sucio, con el aliento que hed¨ªa tanto a vino que te emborrachabas con s¨®lo estar cerca de ¨¦l, y agarr¨® a Gnazio por las solapas de la americana.
-Venga, paisano, p¨¢game una copa -dijo con voz lastimera.
-Pero ?no has bebido bastante? ?Est¨¢s borracho a esta hora de la ma?ana! -le replic¨® Gnazio, mientras intentaba que le soltara.
-?Y a ti qu¨¦ te importa si estoy borracho?
Quiz¨¢ fue por c¨®mo estaban hablando, por la entonaci¨®n que daban a las palabras, que se detuvieron y se miraron.
-?De d¨®nde eres? -pregunt¨® el viejo.
-De Vig¨¤ta. ?Y t¨²?
-Yo tambi¨¦n. ?C¨®mo te llamas?
-Gnazio. ?Y t¨²?
-Cola. Cola Manisco. ?Entonces? ?Me pagas una copa o no?
-No -dijo Gnazio, y le dio un empuj¨®n que tir¨® a su padre contra la pared.
Y no se volvi¨® cuando el viejo comenz¨® a gritar que era un maric¨®n y un hijo de puta. No habl¨® con nadie del asunto, ni siquiera con Tano Fradella. -
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