Un Leonardo con gafas de pasta
Buckminster Fuller, Bucky para los amigos, conocidos y miles de admiradores que le escucharon disertar durante horas en las ¨²ltimas d¨¦cadas de su vida, siempre fue un tipo peculiar. Un optimista sin remedio convencido de que hab¨ªa suficientes recursos para todos y de que la mala gesti¨®n ten¨ªa sus d¨ªas contados. Su obsesivo credo era que hab¨ªa que intentar hacer m¨¢s con menos, ahorrar materiales y tiempo; organizar los recursos naturales de forma inteligente; valerse de la tecnolog¨ªa punta para alcanzar la utop¨ªa. Con tres relojes en la mu?eca y unas caracter¨ªsticas gafas de pasta negra, este hombre bajito de rostro redondo y simp¨¢tico dio la vuelta al mundo m¨¢s de una treintena de veces y pregon¨® su ideario cient¨ªfico en unas 6.000 conferencias. Adem¨¢s, escribi¨® nueve libros sin puntuaci¨®n y desde los 12 a?os hasta su muerte, a los 87, guard¨® un exhaustivo diario en el que coleccion¨® fotos, dibujos, cartas, facturas, escritos y cuanto papel se cruzase en su vida. Era parte de un experimento en el que intentaba averiguar de cu¨¢nto era un hombre capaz durante su vida, as¨ª que en estos textos se autodenominaba Conejillo de Indias B.
Odiaba el n¨²mero Pi y desde su m¨¢s tierna infancia se convenci¨® de la superioridad del tri¨¢ngulo. Con el paso del tiempo concluy¨® que el tetraedro era la estructura b¨¢sica en la naturaleza y, por tanto, su forma favorita y esencial. Esta figura expone la m¨¢xima superficie y ocupa el m¨ªnimo espacio. Un menos que da m¨¢s. Bucky destilado. "Cuando pinto un c¨ªrculo, inmediatamente siento unas ganas irrefrenables de salirme de ¨¦l", dijo en una de sus citas m¨¢s c¨¦lebres. A pesar de ello, las c¨²pulas geod¨¦sicas -estructuras esf¨¦ricas realizadas a partir de una serie de c¨ªrculos cuyas intersecciones forman tri¨¢ngulos y distribuyen la presi¨®n de forma equitativa por toda la estructura- fueron el mayor ¨¦xito de Fuller. Su querencia por los m¨¢rgenes no le priv¨® de fama. En vida fue calificado como el Leonardo da Vinci estadounidense. Ocup¨® portadas de revistas y concedi¨® cientos de entrevistas.
Pero Bucky muri¨® en 1983, y con ¨¦l se fue una parte importante del carisma de sus ideas. Sus f¨®rmulas matem¨¢ticas sirvieron para descifrar la estructura de los virus. Su trabajo arquitect¨®nico ha influido a Louis Kahn y a Norman Foster, entre otros. A pesar de todo, Bucky, su inquebrantable fe en la humanidad y sus visionarias ideas sobre la globalizaci¨®n y el desarrollo sostenible quedaron un tanto relegados. "En los ¨²ltimos 20 a?os ha sido complicado abogar por el pensamiento de corte optimista que ¨¦l practicaba. En los sesenta y setenta, todo el mundo salt¨® hacia los m¨¢rgenes. Despu¨¦s lleg¨® la vuelta a las trincheras conservadoras y Fuller fue barrido", explica Dana Miller, comisaria junto al decano de Arquitectura de Harvard, Michael Hays, de la exposici¨®n que el Museo Whitney de Nueva York dedica al inventor.
Buckminster naci¨® en 1895 en Nueva Inglaterra en el seno de una vieja familia de la Costa Este. Ocho generaciones de cl¨¦rigos y abogados le precedieron en el nuevo continente y su t¨ªa abuela, Margaret Fuller, fue una destacada feminista y cr¨ªtica literaria, adscrita al movimiento transcendentalista de Emerson. "Nac¨ª en un a?o extraordinario, en 1895, el mismo en que se inventaron los rayos X y lo invisible se hizo visible. Cuando ten¨ªa tres a?os se descubri¨® el electr¨®n. A los siete, el primer autom¨®vil circul¨® por las calles de Boston, y a los ocho, los hermanos Wright volaron por el cielo. Lo imposible ocurr¨ªa cada d¨ªa, aceleramos a una velocidad tremenda", escribi¨® Fuller.
El severo estrabismo que padeci¨® de ni?o result¨® ser consecuencia de su astigmatismo. Un par de gruesas gafas lograron solucionar el problema, pero le mantuvieron alejado del resto de sus compa?eros. ?l, siempre positivo, pensaba que esta tara ¨®ptica fue lo que le impuls¨® a ampliar la perspectiva. Aseguraba que en la guarder¨ªa, con cuatro guisantes y seis palillos, construy¨® su primer modelo tetra¨¦drico. Bucky fue un brillante estudiante de matem¨¢ticas, aunque a menudo hac¨ªa demasiadas preguntas. Logr¨® que le expulsaran dos veces de Harvard y nunca se gradu¨®. Los veranos los pas¨® en la isla de Bear, propiedad de su abuela. All¨ª fue donde qued¨® absorto por la naturaleza y donde decidi¨® dedicarse a investigar su estructura interna.
Trabaj¨® como aprendiz en una f¨¢brica de maquinaria. Se enrol¨® en la marina estadounidense durante la I Guerra Mundial y al final de ella pas¨® a formar parte de la empresa de materiales de construcci¨®n que fund¨® su suegro, James Monroe Hewlett. En 1922, su hija de tres a?os, Alexandra, muri¨® tras una larga enfermedad. Entonces, Bucky se dio a la bebida. Cuando su suegro vendi¨® las acciones y los nuevos propietarios de la empresa decidieron prescindir de sus servicios toc¨® fondo. Una noche de 1927, frente al lago Michigan, en Chicago, pens¨® en suicidarse. Al final, tal y como cuenta en sus memorias, acab¨® dici¨¦ndose a s¨ª mismo: "No tienes derecho a quitarte de en medio, no eres el due?o de ti mismo, perteneces al universo".
A partir de ese momento, Fuller dedic¨® todas sus energ¨ªas a propagar sus conocimientos, a investigar, a intentar mejorar el mundo en pro del bien com¨²n. "Me di cuenta de que el hombre viv¨ªa bajo la mayor falacia posible, que se supon¨ªa que uno es un fracaso y tiene que ganarse su derecho a la vida. Pero la verdad es que el hombre est¨¢ dise?ado para ser un ¨¦xito", explic¨® convencido en El mundo de Buckminster Fuller, el documental que sobre ¨¦l realiz¨® su yerno Robert Snyder en 1971.
Seg¨²n Bucky, la sociedad contempor¨¢nea no hab¨ªa asimilado las implicaciones de la teor¨ªa de la relatividad -cuya explicaci¨®n mand¨® en un telegrama de 30 l¨ªneas a su amigo el escultor Noguchi-. Las m¨²ltiples interacciones y los sistemas que se derivan obsesionaron a Buckminster. "Todo coexiste", repiti¨® incansable, "lo c¨®ncavo y lo convexo, la tensi¨®n y la compresi¨®n, los protones y los neutrones".
Tras superar su crisis suicida, Bucky dej¨® a su familia y se instal¨® en el Village neoyorquino. "Estaba interesado en tensiones y hex¨¢gonos, no en su esposa", explica en el documental Buckminster Fuller: pensar en voz alta el escultor Antonio Salemme, en cuya casa vivi¨® Fuller.
Unos meses despu¨¦s, Bucky ya ten¨ªa listo su primer dise?o: una casa port¨¢til, desmontable y a prueba de terremotos. Un m¨¢stil central sosten¨ªa las viviendas. Una tripulaci¨®n de avi¨®n se encargar¨ªa del mantenimiento y podr¨ªa trasladar estos bloques. No se trataba de un mero look industrial, Fuller de verdad se tom¨® en serio la idea de la casa como m¨¢quina.
Ni arquitectos ni ingenieros le aceptaron entre los suyos, pero en 1930 Fuller cobr¨® su seguro de vida y compr¨® la revista Shelter, donde escrib¨ªan Frank Lloyd Wright y Philip Johnson. En dos a?os se qued¨® sin fondos, pero antes logr¨® exponer sus planes en las p¨¢ginas de esta publicaci¨®n. En 1933 puso en marcha su siguiente invento: el coche Dymaxion. Construy¨® tres prototipos, y la polic¨ªa de Nueva York le prohibi¨® conducirlo por las calles de Manhattan tras provocar un atasco de siete horas en Madison Square. El ¨¦xito y el asombro acabaron cuando un grupo de expertos europeos sufrieron un fatal accidente. El conductor muri¨® y, aunque la investigaci¨®n posterior demostr¨® que otro veh¨ªculo hab¨ªa provocado el accidente, para entonces el coche ya estaba enterrado. En el Whitney se expone el ¨²nico modelo que sobrevivi¨®, una especie de enorme furgoneta Volkswagen pintada de azul.
Inasequible al desaliento, en la d¨¦cada de los cuarenta Fuller dise?¨® varias casas m¨¢s. Un viaje por Am¨¦rica le hizo reparar en los almacenes de grano que ¨¦l trat¨® de convertir en viviendas. Bucky tambi¨¦n quiso emplear la alta tecnolog¨ªa militar aeron¨¢utica en la construcci¨®n de casas y as¨ª transformar la industria armament¨ªstica en constructoras. En un folleto comercial se anunciaban las maravillas de la nueva casa con fachada de aluminio. De aquello qued¨® un solo prototipo en Wichita, que hoy todav¨ªa sigue en pie. "La magia de Fuller emana de su postura ante la vida y la creaci¨®n. ?l consideraba que no era suficiente con tener una gran idea, hab¨ªa que llevarla a cabo y asumir riesgos", afirma mientras pasea por la exposici¨®n la joven dise?adora y arquitecta Stephanie Smith, fundadora de Ecoshack, una de las empresas punteras de dise?o en Estados Unidos.
En 1948, Bucky particip¨® en los cursos de verano de Black Mountain College, una instituci¨®n en los m¨¢rgenes del ¨¢mbito acad¨¦mico. All¨ª coincidi¨® con Josef y Ari Albers, con Ruth Asawa, William de Kooning y Kenneth Snelson. El siguiente verano, el inventor consigui¨® levantar la primera c¨²pula geod¨¦sica. A partir de ese momento, esta estructura ligera y resistente sirvi¨® para cubrir pabellones de exposici¨®n, cines, iglesias y hasta para construir columpios.
El hiperactivo Bucky invent¨® el Juego del Mundo para intentar promover una nueva gesti¨®n de la informaci¨®n. Era necesario que se propagase un nuevo mapa del mundo sin discontinuidades -que ¨¦l hab¨ªa dise?ado desafiando los c¨¢lculos de Mercator- para poder proyectar y comprender la informaci¨®n acerca de las carencias y los recursos globales. "Fuller quer¨ªa que se vieran las consecuencias de determinadas acciones", se?ala Hays, decano de Harvard y comisario de la exposici¨®n.
El movimiento contracultural de los sesenta y setenta le convirti¨® en un ¨ªdolo de rebeldes. "No te f¨ªes de nadie que tenga m¨¢s de 30 a?os, excepto de Bucky Fuller", rezaba una de las frases en boga entre los j¨®venes hippies estadounidenses de aquellos a?os. Las im¨¢genes del en¨¦rgico anciano, vestido con austeridad, perorando ante una multitud de j¨®venes melenudos a¨²n resultan sorprendentes. "Fuller dijo que Dios era un verbo, habl¨® de acci¨®n, de movimiento, de corrientes e interconexiones. Esto es lo que le vincul¨® al movimiento contracultural y le convirti¨® en un gur¨² de los hippies", explica Hays. Pero Fuller no lo pon¨ªa del todo f¨¢cil, sus conferencias duraban entre seis y ocho horas. ?l lo llamaba "pensar en voz alta". Hays a¨²n recuerda cuando acudi¨® a verle en la Polit¨¦cnica de la Universidad de Georgia en Atlanta. "Aguant¨¦ cuatro horas, pero la charla dur¨® seis. Me sent¨ª muy inspirado sin saber muy bien c¨®mo o para qu¨¦".
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