El fin del mundo en la cuna de Stalin
El bombardeo de la ciudad georgiana de Gori por la aviaci¨®n rusa desata escenas de p¨¢nico - Cientos de soldados y civiles se ocultan en los refugios
Volaban sobre las monta?as como avispones enloquecidos. Rozaron las c¨²spides de los monasterios de Gori antes de abrir fuego: una mara?a de misiles lanzados hacia cinco enormes caserones a las puertas de la ciudad. Es la feroz represalia de Rusia contra la ofensiva del Ej¨¦rcito de Georgia en Osetia del Sur. "Es el fin del mundo", cuenta Andro Toratze, quien sobrevivi¨® a la masacre. "Ya han localizado unos 30 cuerpos entre los escombros. Entre ellos hab¨ªa una mujer embarazada, tres ancianos que estaban tomando el fresco y dos ni?os que jugaban en el patio. Todos civiles".
"Han localizado 30 cuerpos en los escombros, y el de una embarazada"
Gori se encuentra a unos 40 kil¨®metros de Tbilisi, y es la peque?a ciudad en la que, en 1879, naci¨® Joseph Stalin. Caravanas de autom¨®viles tratan de huir y avanzan en direcci¨®n contraria, pero tambi¨¦n hay carros campesinos, animales de carga, hombres y mujeres en bicicleta. "Nos han dicho que en unas horas volver¨¢n a bombardear, por eso quien puede huye hacia las aldeas m¨¢s cercanas", explica Nodari Rukaze. De vez en cuando, la sirena de una ambulancia se a?ade a la triste sinfon¨ªa de esta evacuaci¨®n.
A unos kil¨®metros del centro de la ciudad, hay cientos de soldados apostados en cualquier sitio. Unos est¨¢n arracimados debajo de un puente; otros, escondidos detr¨¢s de una cuneta o entre los ¨¢rboles de un bosque. Tienen que ser reservistas, ya que muchos de ellos acaban de llegar a sus te¨®ricos puestos de la defensa con su propio coche, que intentan ocultar con hojas y pl¨¢sticos. Junto a la ¨²ltima curva antes del pueblo flota una nube de humo de olor acre. Es la p¨®lvora desprendida de los proyectiles reci¨¦n disparados por los aviones rusos.
A un lado surgen los caserones destrozados y acribillados por la metralla. Est¨¢n todav¨ªa abarrotados de bomberos que intentan apagar las llamas y voluntarios cansados que tratan de recomponer lo que queda de quienes hasta hace unas horas viv¨ªa entra esas paredes. En las fachadas de los edificios se distinguen enormes huecos con bordes ennegrecidos. Al otro lado de la calle, una muchedumbre ordenada guarda silencio. Se trata en su mayor¨ªa de mujeres. Observan, sopesan las p¨¦rdidas, lloran por el dolor que han dejado esos misiles en tan s¨®lo un segundo.
Tras cruzar una plaza, tal vez la ¨²nica en todas las ex rep¨²blicas sovi¨¦ticas en las que todav¨ªa se levanta una estatua de bronce del peque?o padre, de Jos¨¦ Stalin, a¨²n venerado en muchos lugares, se llega al centro de la peque?a ciudad. Dicen que han ca¨ªdo bombas tambi¨¦n el mercado y en el estadio. Pero la calle est¨¢ bloqueada. Para proseguir hay que dejar el autom¨®vil y caminar. Cerca hay una chica que arrastra una enorme y pesada maleta, un campesino que camina junto a un ternero y un burro devorado por las pulgas. Se acerca un soldado y dice que hay que regresar a Tbilisi o esconderse en alg¨²n s¨®tano porque "esos, cuando disparan, no se andan con miramientos".
Tendr¨¢ unos escasos 18 a?os, y el uniforme le viene peque?o, as¨ª como el casco. Muestra un emblema de algod¨®n en el pecho que indica que pertenece a la Guardia Nacional. Se trata entonces de un reservista, como casi todos los que se encuentran en la calle. Y como casi todos, tambi¨¦n, est¨¢ sudado, hist¨¦rico, demasiado distra¨ªdo para ser un soldado. Aterrorizado.
Le preguntamos cu¨¢ndo le han alistado. "Ayer por la tarde", dice. "Ver¨¢, tengo mucho miedo de que si esta escalada de violencia no se parara terminar¨ªamos todos aplastados por los rusos, porque nuestro ej¨¦rcito, en comparaci¨®n con el suyo, no es ni siquiera como David ante Goliat, sino m¨¢s bien como un corderito ante un tigre hambriento".
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