La contrarreloj de Phelps
El gigante estadounidense no tuvo ni un minuto de descanso entre las seis y las once de la ma?ana
Como los depredadores que anticipan con placer el momento de la caza, Michael Phelps abri¨® al alba su primer d¨ªa de medalla. A las seis y media de la ma?ana, el gigante del agua rompi¨® a zancadas la pegajosa bruma pekinesa y meti¨® su cuerpo filiforme en la piscina de calentamiento. Llevaba media hora despierto. Hab¨ªa visto c¨®mo Ryan Lochte, su rival y compa?ero de apartamento, se marchaba a desayunar, una hamburguesa, al McDonalds de la Villa Ol¨ªmpica.
Y as¨ª, entre chancletazo y chancletazo, discuti¨® con su entrenador camino de la piscina. "Eran las 6.30 de la ma?ana y bromeamos sobre el r¨¦cord de los 400 metros estilos", resumi¨® Phelps su conversaci¨®n con Bob Bowman; "es una de las carreras m¨¢s duras y le dije que esperaba que fuera la ¨²ltima. 'Ya veremos', me contest¨®; 'depende de si nadas en 4m 5,24s". Tres horas y media despu¨¦s, a las 10.07, el campe¨®n se hab¨ªa asegurado el oro, el r¨¦cord del mundo (4m 3,84s) y el colapso completo de su agenda de deportista.
"Voy a tener rivales rapid¨ªsimos, pero estoy en la mejor forma de mi vida"
Phelps, el chicarr¨®n de las espaldas hiperatrofiadas, fue un ni?o de nueve a?os con receta para consumir Ritalin, un medicamento para tratar la hiperactividad. Un d¨ªa, cansado de tener que acudir diariamente a la enfermer¨ªa del colegio, se plant¨® ante su madre. "Estoy harto", le dijo; "puedo controlarlo". O no. Su programa del domingo, que repiti¨® en la madrugada espa?ola del lunes en busca de su segundo oro, esta vez en el relevo de 4x100, refuerza la imagen de un nadador entregado a una actividad fren¨¦tica. No tuvo descanso desde las seis hasta las once de la ma?ana.
A las 9.50, el monstruo de Baltimore dio por zanjado el calentamiento, se calz¨® su gorro, entr¨® en la c¨¢mara de llamadas y se puso a temblar. "Entr¨¦ y empec¨¦ a sentir escalofr¨ªos", cont¨® luego; "a partir de ese momento me empec¨¦ a emocionar m¨¢s y m¨¢s".
Phelps intent¨® protegerse de los nervios con la m¨²sica de sus cascos. Rode¨® su mundo de rimas hip hop. Dej¨® que su cuerpo procesara el desayuno y que su fina piel afeitada recordara el regusto del agua clorada. Lo que sigui¨® fue un autohomenaje. A las 10.07, tras secar el poyete de salida con su toalla, celebraba su arrolladora medalla en los 400 metros estilos. Luego, la locura. A las 10.10, prensa en la zona mixta. A las 10.36, el podio, con el oro colgado del cuello y el himno cortado a medio camino.
A las 10.45, estiramientos y rueda de prensa retrasada. A las 11.30, 200 periodistas escuchando sus palabras. Y a las 19.15, tras m¨¢s piscina, la comida y la siesta, las series del 200 metros estilos y el descanso permitido en las del relevo de 4x100 ?Qu¨¦ hab¨ªa pasado en medio? "Que cada vez que piensas que te vas a acercar a ¨¦l salta a otro nivel", resumi¨® el h¨²ngaro Cseh, plata por la ma?ana.
El campe¨®n, que se enfrenta a un duro programa de madrugones y descanso discontinuo, se plantea el reto de los ocho oros como un estricto proceso de olvido desapasionado. "Tengo muchas carreras dur¨ªsimas por delante", explic¨®; "va a haber tipos rapid¨ªsimos en ellas. Por eso tengo que volver a concentrarme tras cada una para luego dejarla atr¨¢s cada vez que nado. Tengo que actuar como si nunca hubiera ocurrido. Es un honor haber sido capaz de hacer lo que he hecho. Estoy en la mejor forma de mi vida".
Y se march¨® a descansar. Le esperaban los juegos de cartas en el piso con Lochte, el rival derrotado; la cama y una constataci¨®n sorprendente: con 12 a?os, Phelps fue castigado sin poder utilizar el autob¨²s escolar porque respondi¨® con un pu?etazo a los ni?os que le martirizaban. Casi al mismo tiempo le tuvieron que poner un profesor particular porque era un zote en matem¨¢ticas. Ha acabado en el lado contrario.
El chico calcula sus horarios con la precisi¨®n de la aguja de un sastre. Y el objeto de sus pu?etazos se encoje a cada uno de sus largos: Phelps destroza los relojes.
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