"Soy una mujer, pero no del todo"
La reconstrucci¨®n del cl¨ªtoris es el ¨²ltimo avance para superar el trauma de la ablaci¨®n
Aissatou Gaye no se siente c¨®moda cuando habla de sexo con amigas. Sus complejos tienen fundamento: nunca ha vivido los placeres carnales que explican las dem¨¢s. Su abuela tiene la culpa. Al poco de nacer, llev¨® a Aissatou y a otras ni?as de la familia a ver a una mujer que les extirp¨® los genitales. Aissatou no recuerda aquel episodio. Pero a sus 38 a?os, esta mujer en¨¦rgica y vital a¨²n sufre las consecuencias de aquella ablaci¨®n colectiva acaecida en un remoto pueblo de Senegal. "Supe que ten¨ªa un problema la noche de bodas", dice Aissatou, una enfermera que lleg¨® a Espa?a hace cinco a?os. "No siento nada con el sexo, y me culpo de ello. Noto que me falta algo; que soy una mujer, pero no del todo. Y llenar¨¦ ese vac¨ªo como sea".
Los 'mossos' han evitado este a?o 18 casos de mutilaci¨®n genital femenina
La comunidad africana rechaza cada vez m¨¢s esta pr¨¢ctica ancestral
Aissatou, casada y con tres hijos varones, est¨¢ segura de que recobrar¨¢ lo que le falta. Es una de las diez mujeres que pronto pasar¨¢n por el quir¨®fano para someterse a una operaci¨®n de reconstrucci¨®n del cl¨ªtoris. Ha encontrado un sitio en Espa?a donde es posible: el Instituto Dexeus de Barcelona. Hace tres meses, el doctor Pere Barri sinti¨® "un tremendo orgullo" tras intervenir a sus dos primeras pacientes, dos mujeres africanas v¨ªctimas de la ablaci¨®n. El resultado ha sido ¨®ptimo: "Han recuperado la sensibilidad". La cl¨ªnica realizar¨¢, en el futuro, dos o tres operaciones al mes. La intenci¨®n es que la t¨¦cnica se traslade a otros centros espa?oles para que las mujeres que en su d¨ªa fueron mutiladas dejen atr¨¢s los fantasmas. "Operar es prevenir: decimos a las mujeres que hay remedio", dice Barri.
La ablaci¨®n, una pr¨¢ctica ancestral con vigencia (aunque de forma clandestina) en 26 pa¨ªses de ?frica, se ha hecho presente en Espa?a a trav¨¦s de la llegada de familias subsaharianas. Sobre todo, de Senegal, Gambia o Mali. En los a?os noventa, se efectuaron mutilaciones en territorio espa?ol. Ahora ya no ocurre eso; a la polic¨ªa, al menos, no le consta ning¨²n caso reciente.
El C¨®digo Penal castiga la ablaci¨®n con penas de 6 a 12 a?os de c¨¢rcel. Las familias favorables a esta pr¨¢ctica aprovechan los viajes a su pa¨ªs para zafarse de la ley. Es ah¨ª donde se focaliza la actividad de polic¨ªa, jueces, asociaciones, asistentes sociales y m¨¦dicos, que han redoblado esfuerzos. Tienen un valioso instrumento legal: desde 2005, la justicia puede perseguir las mutilaciones cometidas en el extranjero.
En Catalu?a, la Generalitat ha aprobado un protocolo para prevenir, detectar y abortar casos de riesgo. Este a?o, los Mossos d'Esquadra han evitado 18 posibles mutilaciones. El Cuerpo Nacional de Polic¨ªa no dispone de datos, puesto que no segrega la ablaci¨®n del resto de delitos de lesiones.
M¨¢s all¨¢ de la acci¨®n policial, la clave es la prevenci¨®n, coinciden los expertos. "Hay padres que lo hacen por el bien de sus hijas, porque no conocen las consecuencias", dice la presidenta de la Asociaci¨®n de Mujeres AntiMutilaci¨®n, Mama Samateh. Otras veces, los padres, integrados en la sociedad, rechazan la tradici¨®n. "Pero topan con la familia, que all¨ª tiene mucha importancia", apostilla Yolanda Gracia, de la unidad de proximidad de los mossos. El riesgo, pues, persiste.
M¨¢s que amenazar con el peso de la ley (que tambi¨¦n) se trata de convencer, con argumentos, de que la ablaci¨®n es nociva. Quienes trabajan a pie de calle saben bien donde mirar. "Tenemos indicios para detectar el riesgo si la madre est¨¢ mutilada o si la etnia familar suele practicar la ablaci¨®n. Un dato definitivo son las visitas al pediatra por parte de las ni?as", se?ala Gracia. Si a eso se suma un viaje inminente a ?frica, el riesgo es evidente.
Rosa Negre, otra agente de la unidad de proximidad de la polic¨ªa catalana, acumula una larga experiencia en Girona. "Hace a?os, para la comunidad africana era un tema tab¨²". Negre ha aprendido mucho, y tiene numerosas an¨¦cdotas. Una vez, descubri¨® que no pod¨ªa hablar s¨®lo con las madres cuando un padre le dijo: "Haz lo que quieras. Puedo dar la orden sentado desde este sof¨¢". En otra ocasi¨®n, una mujer se puso a llorar: "Me dijo que si no mutilaba a sus hijas, ning¨²n hombre las querr¨ªa. Por eso hay que hacer mucha pedagog¨ªa".
Las personas que luchan contra la ablaci¨®n tienen claro que hay que implicar, en especial, a las mujeres africanas. Como Aissatou, que tom¨® conciencia del problema cuando una sobrina muri¨® dos d¨ªas despu¨¦s de que le practicaran la ablaci¨®n. Su hermana no quer¨ªa hacerlo, pero la poderosa y extensa familia impuso su criterio. "Sufr¨ª mucho", dice Aissatou, que hizo campa?a en Senegal -"me miraban mal", recuerda- y que ahora trabaja para M¨¦dicos del Mundo.
Las adolescentes de origen africano copan la preocupaci¨®n de las entidades. La prevenci¨®n no lleg¨® a tiempo para muchas de ellas, que ahora descubren que son diferentes y no tienen a nadie con quien hablar. Aissatou coment¨® su problema con los hermanos. Pero nunca ha hablado de ello con su abuela. Y menos lo har¨¢ ahora, que est¨¢ enferma. "Lo que quiero es ponerme ya en manos del doctor Barri y recuperar el tiempo perdido".
"Nos quitaron a las ni?as sin motivo"
Mohammed Fofana y Anna Saydibach, un matrimonio gambiano que vive en Premi¨¤ (Barcelona) consideran que han sido v¨ªctimas de una cadena de errores. En diciembre, un juez de Matar¨® les retir¨® la custodia de sus dos hijas, de 6 y 13 a?os, ante la sospecha de que las llevar¨ªan a su pa¨ªs para practicarles la ablaci¨®n. Al parecer, una de las ni?as habl¨® en el colegio sobre un posible viaje familiar. El comentario lleg¨® a o¨ªdos de la profesora, que activ¨® la maquinaria burocr¨¢tica.
"Nos quitaron a las ni?as sin motivo en las vacaciones de Navidad. Ha sido duro", dice el padre, angustiado porque, por primera vez, su hija mayor ha suspendido. En enero, el mismo juzgado les devolvi¨® a las chicas, pero mantuvo medidas cautelares: la guardia y custodia segu¨ªa en manos de la Generalitat, y los padres se quedaban sin pasaporte y sin poder viajar fuera de Espa?a. La ¨²ltima resoluci¨®n judicial, de junio, rectifica esas decisiones y archiva el caso, aunque alerta de que "no han desaparecido los indicios" que llevaron a investigar el caso.
Tal afirmaci¨®n ha enojado a la familia. Mohammed y Anna est¨¢n dolidos y quieren que, como m¨ªnimo, alguien les pida perd¨®n. Han enviado una queja al S¨ªndic de Greuges (Defensor del Pueblo catal¨¢n) con las "injusticias" que, en su opini¨®n, se han cometido. La educadora social alert¨® del "alto riesgo" de ablaci¨®n despu¨¦s de que la madre no se presentara a una entrevista. Pero ¨¦sta no pudo hacerlo porque la carta lleg¨® tarde y la direcci¨®n estaba equivocada. Los padres, adem¨¢s, no hab¨ªan comprado billete de avi¨®n alguno -no ten¨ªan vacaciones ni dinero para ello- y la menor de las hijas no ten¨ªa los papeles en regla para viajar. Y m¨¢s a¨²n: la madre es miembro de la Asociaci¨®n Mujeres AntiMutilaci¨®n.
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