Versi¨®n laica del 'non possumus'
Con la solemne afirmaci¨®n del rechazo total formulada en lat¨ªn non possumus, (no podemos), la Iglesia cat¨®lica ha expresado en muchas ocasiones su distancia y su rechazo de situaciones civiles radicalmente innegociables. Es el no de Clemente VII a Enrique VIII para divorciarse de Catalina de Arag¨®n, el de P¨ªo IX que se opuso a devolver a un ni?o jud¨ªo a su familia en el terrible caso Mortara, o todos los non possumus del siglo XIX frente a la modernidad.
Esta tajante negativa ante situaciones sociales y humanas supone desde el punto de vista de la Iglesia la existencia de unos espacios exentos, de unas zonas inmunes, de unos cotos vedados reservados a su decisi¨®n, donde el poder soberano no puede entrar ni resolver. Para la Iglesia es el l¨ªmite de la democracia que choca con su ¨¦tica de la verdad. Es tambi¨¦n intelectualmente el l¨ªmite para el siglo de las luces y de su idea del hombre centro del mundo y centrado en el mundo.
No podemos aceptar la tesis de la esencia cat¨®lica de la identidad nacional
No podemos aceptar la postura de la Iglesia respecto a la democracia
La Iglesia reclama un derecho de veto frente al contrato social, a los acuerdos de las mayor¨ªas, y la idea de soberan¨ªa popular. Son los signos m¨¢s evidentes del car¨¢cter antimoderno de la Iglesia cat¨®lica que quisiera para s¨ª lo que est¨¢ institucionalizado en pa¨ªses como Ir¨¢n, donde un poder religioso est¨¢ por encima del poder de un presidente de la Rep¨²blica elegido por sufragio. ?Qui¨¦n iba a decir a la Iglesia de Lepanto que envidiar¨ªa con el paso del tiempo a las estructuras jur¨ªdicas de sus enemigos ancestrales!
No s¨®lo el Vaticano ni el Papa, tambi¨¦n la Iglesia institucional espa?ola ha repetido en innumerables ocasiones que es depositaria de verdades que est¨¢n por encima de las coyunturales mayor¨ªas y de la soberan¨ªa popular. Tambi¨¦n alg¨²n arzobispo ha recordado no hace mucho a un congreso de laicos que no son de este mundo, resucitando la vieja idea de san Agust¨ªn de las dos ciudades, la de los justos y la de los pecadores.
Desde esas coordenadas intelectuales antimodernas que desconf¨ªan del impulso social y pol¨ªtico desde la idea un hombre un voto, se puede afirmar la dif¨ªcil coexistencia y la m¨¢s dif¨ªcil lealtad de la Iglesia con la democracia, que no act¨²a desde la ¨¦tica de la verdad sino desde la dif¨ªcil ¨¦tica que se mueve entre la dial¨¦ctica de dudar y decidir.
Por eso est¨¢ justificado desde el lado de la democracia, en la cultura jur¨ªdica y pol¨ªtica moderna, poner l¨ªmites a la soberbia pretensi¨®n de la Iglesia de tener la ¨²ltima palabra en el ¨¢mbito p¨²blico y se?alar las incompatibilidades radicales de su visi¨®n premoderna del mundo y de la vida, desde un non possumus laico y secularizado frente a los abusos eclesi¨¢sticos. Tambi¨¦n frente a esa laicidad "descafeinada" que pretende la convivencia del pluralismo y de la neutralidad del Estado con privilegios y con una situaci¨®n de diferencia con las dem¨¢s religiones, en base a una "realidad social" mayoritaria, de su funci¨®n nacional y de su influencia sobre la cohesi¨®n de Espa?a.
El principio de la Paz de Augsburgo -cuis regio euis relegius- como forma transitoria para que el poder pol¨ªtico, en cada caso, decida sobre la religi¨®n de su pueblo, hasta la proclamaci¨®n de la paz religiosa y de la tolerancia del Tratado de Westfalia se transformar¨ªa hoy para estos eclesi¨¢sticos resistentes en cuius religio ius et regio.
Frente a toda esa cultura institucional cat¨®lica que niega la modernidad, es necesario ese non possumus, para se?alar lo que desde la cultura democr¨¢tica no se puede aceptar de las posturas de la Iglesia.
Son todos aquellos comportamientos que llevan a la conclusi¨®n de la incompatibilidad de la Iglesia con la democracia, pese a la solemne declaraci¨®n de la Constituci¨®n Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, hoy abandonada en la pr¨¢ctica.
No podemos olvidar las bases de nuestra convivencia, la tolerancia, la libertad, la igualdad, el respeto a la conciencia individual, el pacto social, el constitucionalismo, la separaci¨®n de poderes o los derechos humanos rechazados reiteradamente por la doctrina de la Iglesia en el siglo XIX y tambi¨¦n despu¨¦s, casi hasta nuestros d¨ªas. La Iglesia cat¨®lica se siente inc¨®moda en un escenario que contempla desde su verdad y desde una idea del bien incompatible con cualquier punto de vista que no lo acepte.
Ante ese panorama no podemos asumir la idea de que la Iglesia es el puntal ¨¦tico para fundamentar a "estas sociedades desmoralizadas y desorientadas", ni que es poseedora de un patrimonio de verdades ¨²ltimas sobre el ser humano que condicionan la democracia.
No podemos tampoco aceptar el rechazo de la laicidad que es la esencia de la democracia moderna, con igual trato a todos los ciudadanos. No podemos facilitar la presencia de s¨ªmbolos religiosos que discriminen a las dem¨¢s religiones, ni tampoco equiparar a las autoridades eclesi¨¢sticas con las civiles ni podemos escenificar alianzas excluyentes y discriminatorias en la necesaria cooperaci¨®n con las iglesias, ni basar el orden p¨²blico en la moralidad de una sola religi¨®n ni aceptar un v¨ªnculo sustancial previo de una concepci¨®n del bien que limite la soberan¨ªa del Estado.
Tampoco podemos aceptar que problemas ¨¦ticos sean decididos por la Iglesia, sin perjuicio de regular en su caso la objeci¨®n de conciencia y siempre respetando su libertad de expresi¨®n, en temas como el matrimonio, las relaciones familiares, la investigaci¨®n cient¨ªfica, sobre la forma de acabar las vidas indignas y de imposible recuperaci¨®n.
No podemos aceptar l¨ªmites a la libertad y al pluralismo desde una verdad que se esgrime dogm¨¢ticamente, ni acusaciones de relativismo a una realidad que tiene s¨®lidas ra¨ªces hist¨®ricas desde la recuperaci¨®n de la luz por los seres humanos en la Ilustraci¨®n, fuente ¨²ltima de la autodeterminaci¨®n individual y de la democracia.
No podemos aceptar la tesis de la esencia cat¨®lica de la identidad nacional ni confundir ciudadanos con creyentes. Es el rechazo de los reduccionismos simplificadores de la identidad como hecho hist¨®rico incontrovertible, de la historia de Europa con el cristianismo y del cristianismo con la Iglesia cat¨®lica. No podemos tampoco aceptar su acr¨ªtica inocencia hist¨®rica con la que afronta sus errores, sus desviaciones o sus graves ataques a la dignidad humana, ni tampoco la consideraci¨®n como inferiores de todos sus interlocutores en los planos moral y racional, incluyendo a las m¨¢ximas autoridades civiles representantes de la soberan¨ªa popular.
Finalmente, no podemos aceptar la postura de la Iglesia respecto a la democracia ni que nunca la haya reconocido como el ¨²nico r¨¦gimen leg¨ªtimo, ni la consideraci¨®n del relativismo como un mal puesto que es expresi¨®n de la libertad de conciencia y del respeto a la autodeterminaci¨®n, expresi¨®n de la dignidad humana. ?Non possumus! No podemos si queremos ser dignos de respeto.
Gregorio Peces-Barba Mart¨ªnez es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid.
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