LAS PESTA?AS DE MI PRIMA
y, ?c¨®mo duele!- se quejaba mi prima.
-?brelo bien- le dec¨ªa yo, volcada sobre ella. -Si no lo abres del todo no puedo quit¨¢rtela.
Mi prima llevaba un ojo tapado, por vago, con un parche de color carne, y a la pobre se le hab¨ªa metido una pesta?a en el otro. Como cada a?o, mi prima hab¨ªa venido de un pueblo del interior para pasar unos d¨ªas con nosotros en la costa. Hab¨ªa llegado a primera hora de aquella misma ma?ana, en tren litera, sola, con un cartel¨®n colgado al cuello, la maleta cargada de cuadernos escolares porque hab¨ªa suspendido varias asignaturas, tres chorizos, queso de oveja y pan casero, un paquete de compresas enormes y algunos amuletos para espantar la mala suerte: cabezas de ajos, bolsitas de hierbas, piedras de r¨ªo.
Cerr¨¦ los ojos para formular mi deseo, invocando a todas las fuerzas veraniegas, hasta que sent¨ª que el sol ya no quemaba. Las nubes de tormenta lo hab¨ªan cubierto
Mi prima era un a?o mayor que yo, y con trece ya sufr¨ªa su primera menstruaci¨®n. Su abuela le hab¨ªa dicho que no pod¨ªa ba?arse en esos d¨ªas, ni siquiera lavarse el pelo. As¨ª que all¨ª est¨¢bamos las dos en nuestro primer d¨ªa de playa, vestidas, aburridas, p¨¢lidas, malhumoradas. En solidaridad con mi prima y su situaci¨®n, me hab¨ªa propuesto no ba?arme y luc¨ªa tambi¨¦n una camiseta larga hasta las rodillas, con flecos de los que colgaban unas bolitas de madera, y en el pecho el dise?o de una india recogiendo flores. Tratando de conjuntar todo aquello de alguna manera, yo me hab¨ªa hecho dos trenzas, pero mi prima, con su parche en el ojo y un turbante que ocultaba su pelo sucio, parec¨ªa una pirata con muy mala hostia:
-?Esto escuece que te cagas!
-?Por qu¨¦ no vas hasta la orilla y te echas un poco de agua?
-Mi abuela dice que si te ba?as con la regla se te llena el cuerpo de manchas y puede que, de mayor, te salgan beb¨¦s deformes.
-Ah. -Las supersticiones de mi prima siempre me dejaban intrigada y desconcertada.
Por detr¨¢s se acercaban nubes grises, aunque brillaba el sol y los chicos jugaban a empujarse en la orilla. Como cada a?o, no nos hac¨ªan ning¨²n caso. Pero no nos importaba, porque guard¨¢bamos un as bajo la manga: cigarrillos para compartir con ellos en cuanto la tarde decayera y se retirasen las familias vecinas, y con ellas el riesgo de chivatazo.
-Oh, no, lo que faltaba -dije-. Mira qui¨¦n viene.
-?No veo nada! No me digas que es Ella...
-S¨ª, es Ella.
Por la orilla, a paso cadencioso y con un elegante collie trotando a su alrededor, ven¨ªa Ella. A sus diecinueve a?os, la m¨¢s adulta de las chicas que ven¨ªan de fuera y ofrec¨ªan algo de misterio a los chicos del pueblo. All¨¢ ven¨ªa la m¨¢s rubia, la m¨¢s mona. Con su figura esbelta y bronceada, su estilo deportivo, su pelo manejable, su bikini blanco y sus gafas de sol, sus cientos de pulseritas en mu?ecas y tobillos, su capacho hippy, su pareo rosa con moneditas tintineantes atado la cintura.
-?Qu¨¦ hace?
-Pues lo ¨²nico que sabe hacer, la pobre. Exhibirse, fardar de tipo, de bikini blanco...
-?Bikini blanco, dices? Si se ba?a, prima, estamos perdidas.
-?Sacamos los cigarrillos ya?
-Si se ba?a -insist¨ªa, amenazadora-, se le transparentar¨¢ todo y entonces... Entonces no habr¨¢ cigarrillos que valgan, y t¨² y yo desapareceremos del todo para ellos, ?comprendes?
Ten¨ªa raz¨®n. Si tras una aparici¨®n de las que causan sensaci¨®n y expectativas, Ella se ba?aba y la luz del sol resaltaba todos sus dorados, ya habr¨ªamos podido encender todos los cigarrillos y fum¨¢rnoslos por la nariz y por las orejas, que nadie habr¨ªa reparado en nosotras. Mi prima solt¨® una palabrota y se estir¨® con fuerza de las pesta?as, montando el p¨¢rpado superior sobre el inferior.
-?Qu¨¦ hace ahora?- preguntaba, nerviosa.
Yo informaba con tanto detalle como era capaz:
-Se ha quitado el pareo y lo ha dejado dobladito en el capacho. Ahora se estira del bikini y sacude el pelo. Cagada, prima. Me parece que se va a ba?ar, con gafas y todo.
Mi prima se arranc¨® una pesta?a y me dijo sin verme:
-Toma.- Acerc¨® su cara a la m¨ªa. -Ahora esc¨²chame bien, p¨®ntela en la mano y pide un deseo con todas tus fuerzas. Luego, sopla. Si la pesta?a sale volando, tu deseo se cumplir¨¢.
-?T¨² crees? ?As¨ª de f¨¢cil?
-T¨² no conoces a mi abuela. Sabe much¨ªsimo. Si ella dice que va a llover, llueve, si dice que mis ojos son vagos, es que lo son. Y si dice que mis pesta?as son m¨¢gicas, es que son m¨¢gicas.
Mir¨¦ la min¨²scula pesta?a en la palma de mi mano. Mi prima insist¨ªa:
-?Qu¨¦ est¨¢ haciendo ahora?
-Ha entrado en el agua dando saltos rid¨ªculos, metiendo barriga porque sabe que todo el mundo la est¨¢ mirando.
Cerr¨¦ los ojos para formular mi deseo, invocando a todas las fuerzas veraniegas, hasta que sent¨ª que el sol ya no quemaba. Las nubes de tormenta lo hab¨ªan cubierto, arrastradas por el viento. El mar se enfurec¨ªa, y mi prima frotaba su ojo con desespero. Y entonces sucedi¨®: una ola traicionera se levant¨® a espaldas de Ella y la golpe¨® en las lumbares, dobl¨¢ndola hacia atr¨¢s, haciendo saltar sus gafas modernas y derrib¨¢ndola sin glamour. En el revoltijo de espuma y pelos asom¨® un pie con la tobillera.
-?Hala!- exclam¨¦.
-?Qu¨¦ pasa? ?Qu¨¦ ha pasado? ?Cu¨¦ntamelo!
-?Que una ola la ha derribado y le est¨¢ dando un meneo que no veas!
Ella se incorpor¨® confusa y desorientada, el pelo sobre la cara y el bikini descompuesto, dejando ver una porci¨®n blanca de nalga. Pero ya nadie la miraba. Retroced¨ªa tragando agua cuando una segunda ola la pill¨® desprevenida, revolc¨¢ndola aparatosamente hasta la orilla. El collie se puso nervioso y, no sabiendo qu¨¦ hacer, meti¨® el hocico en el capacho y sali¨® disparado arrastrando el pareo por la playa.
Mi prima abri¨® al m¨¢ximo su ojo entumecido:
-?D¨®nde est¨¢?
Con una sonrisa triunfal, se?al¨¦ la orilla. Ella corr¨ªa absurdamente tras el collie, lloriqueando de rabia y de verg¨¹enza, entre la indiferencia general.
-?Lo ves? Qu¨¦ te dije. Son m¨¢gicas. -Mi prima me gui?o el ojo, ya liberado. -Pu?eteras, pero m¨¢gicas.
Nos olvidamos de Ella, de los chicos y de los cigarrillos, de los suspensos y los nefastos pron¨®sticos de ba?arse con la regla. Y pasamos el resto de aquella ventosa tarde ideando la forma de arrancar a mi prima todas las pesta?as posibles. Iba a ser un gran verano.
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