El sue?o de la Atl¨¢ntida
Hubo una vez hace mucho (hace casi diez mil a?os) una gran isla, pr¨®spera y bien poblada, que los griegos llamaron Atl¨¢ntida, porque estaba en el oc¨¦ano occidental, m¨¢s all¨¢ de las Columnas de H¨¦rcules, frente al Atlas africano. Y tambi¨¦n porque su primer rey se llam¨® Atlas, primog¨¦nito del dios Poseid¨®n y de la bella Clito. De la estirpe del prol¨ªfico dios marino fueron sus diez primeros reyes, cinco pares de gemelos. Ellos y sus descendientes afirmaron el poder mon¨¢rquico y dieron leyes a un extenso imperio. En el llano central de la gran isla -m¨¢s extensa que Libia y Asia Menor unidas- se alzaba una colina y en ella la espl¨¦ndida ciudad de los atlantes. Estaba rodeada de varios anillos de tierra y mar -tres canales acu¨¢ticos y dos anillos terrestres- , que en un principio sirvieron de defensa a la poblaci¨®n, pero luego se enlazaron mediante pasajes subterr¨¢neos y puentes. Y en sus puertos y astilleros albergaron una magn¨ªfica flota para su formidable talasocracia. Pues pronto los atlantes lograron grandes progresos t¨¦cnicos y crearon un numeroso ej¨¦rcito.
El esplendor urbano y la riqueza de la ciudad de los atlantes evoca las maravillas de ciudades como Babilonia y Susa
Con apoyo divino la estirpe de los atlantes se multiplic¨® y logr¨® inmenso poder¨ªo. Nunca una dinast¨ªa regia dispuso de tantas riquezas. La isla era extraordinariamente rica en metales: oro, plata, hierro, adem¨¢s del fabuloso oricalco, y en su flora y fauna. Con su variedad inagotable de plantas, f¨¦rtiles cosechas y animales de todo tipo, incluidos los elefantes, ofrec¨ªa recursos y maravillas en cantidad ilimitada. La arquitectura y la ingenier¨ªa rivalizaban en mostrar su esplendor: las murallas refulg¨ªan recubiertas de hierro, plata y oro; marfil y oricalco se a?ad¨ªan al oro en los templos, rodeados de estatuas espl¨¦ndidas; las animadas d¨¢rsenas y amplios puertos, el gran hip¨®dromo, los verdes parques y las piscinas completaban un espect¨¢culo magn¨ªfico. Pero ese esplendor impulsaba tambi¨¦n la ambici¨®n imperial de los atlantes que, embriagados de lujo y soberbia, se lanzaron con sus muchos miles de guerreros y nav¨ªos a someter a todos los pa¨ªses del Mediterr¨¢neo. Y casi lo hab¨ªan conseguido ya cuando chocaron con los atenienses de entonces, dispuestos a luchar en defensa de la libertad.
La antigua Atenas, protegida por Atenea y Hefesto, era entonces una ciudad austera y organizada seg¨²n severas leyes c¨ªvicas como las que Plat¨®n describi¨® en sus proyectos de la ciudad ideal. Y sucedi¨® que en una sola batalla, su ej¨¦rcito ciudadano derrot¨® al much¨ªsimo m¨¢s numeroso de los invasores atl¨¢nticos, con el mismo coraje heroico que emple¨® muchos siglos despu¨¦s contra el inmenso ej¨¦rcito de los persas de Jerjes. La derrota puso fin al af¨¢n imperial de la orgullosa Atl¨¢ntida. Y poco despu¨¦s la isla entera desapareci¨®. En un violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un d¨ªa y una noche, Atl¨¢ntida acab¨® sumergida bajo las aguas del oc¨¦ano. La inmensa cat¨¢strofe fue, al parecer, un castigo de los dioses, un golpe del justiciero Zeus, a su soberbio esplendor y desmedida arrogancia.
Todo el relato m¨ªtico sobre la Atl¨¢ntida es una fantas¨ªa del viejo Plat¨®n, que nos lo cuenta en dos di¨¢logos tard¨ªos: el Timeo y en el Critias. La intenci¨®n del fil¨®sofo era oponer la desmedida soberbia de un imperio desp¨®tico a la valent¨ªa de su ciudad ideal, sencilla y heroica combatiente por la libertad. El esplendor urbano y la riqueza de la ciudad de los atlantes evoca las maravillas de ciudades orientales como Babilonia y Susa; la talasocracia atl¨¢ntica, el legendario poder¨ªo naval de la minoica Creta. La arcaica Atenas que Plat¨®n describe tiene, como la ciudad de sus Leyes, reflejos espartanos. Por lo dem¨¢s, el desmedido imperialismo atl¨¢ntico evoca el empe?o imperial de la Atenas demag¨®gica, que se lanz¨® un d¨ªa a la conquista de Sicilia de tr¨¢gico final. Plat¨®n opone a la Atenas democr¨¢tica y ambiciosa de su tiempo esa primitiva y virtuosa Atenas, educada seg¨²n sus dise?os ut¨®picos. Para su lecci¨®n juega con la trama m¨ªtica. La introduce, con h¨¢bil iron¨ªa, como una narraci¨®n que un sacerdote egipcio (pues los egipcios conservan memoria de un pasado milenario frente a los griegos que, para los sabios egipcios, suelen ser como ni?os) refiri¨® a Sol¨®n, el sagaz viajero, quien lo cont¨® luego a Critias, el abuelo del Critias que, a su vez, lo relata en el Timeo. Al viejo Plat¨®n, un tanto melanc¨®lico, le encantaban los mitos, y en el Critias, que dej¨® inacabado, se deleita contando las maravillas de la Atl¨¢ntida, un espejismo que ¨¦l mismo cre¨® y destruy¨®. (Esa destrucci¨®n mediante una cat¨¢strofe natural pudo inspirarse en diluvios de relatos m¨ªticos. Alg¨²n arque¨®logo moderno sospecha que el cataclismo es un eco del gran terremoto que casi hundi¨® en el Egeo la isla de Tera, en Santorini, y destruy¨® los palacios de Creta en el segundo milenio antes de Cristo).
Ni en sue?os imagin¨® Plat¨®n la fascinaci¨®n perdurable que su ejemplar ficci¨®n suscitar¨ªa desde el comienzo de la edad moderna, unos dos mil a?os m¨¢s tarde de su invenci¨®n. La Nueva Atl¨¢ntida, de Roger Bacon (publicada tras su muerte, en 1627), y la famosa novela La Atl¨¢ntida, de Pierre Benoit (1919), son s¨®lo los dos ejemplos literarios m¨¢s conocidos de los cientos y cientos de escritos sobre la isla fantasmal. En esos textos se han prodigado los mensajes exot¨¦ricos y las novelas ut¨®picas y la ciencia-ficci¨®n. Incontables son los mapas que tiene la Atl¨¢ntida dibujada en medio del oc¨¦ano entre Europa y Am¨¦rica, desde el siglo XVII, y los ecos del mito y las sombras de los atlantes resurgen en las discusiones y fantas¨ªas sobre el Nuevo Mundo ya en el anterior. Desde luego, al mito no le faltaban ingredientes de enorme seducci¨®n: la Edad de Oro, la isla del para¨ªso (que combina la m¨¢s pr¨®diga naturaleza con la m¨¢s refinada arquitectura), el fulgor de su perfecta geometr¨ªa urbana, una monarqu¨ªa de origen divino y el dominio de los mares, y, para culminar su fantasmagor¨ªa, la sorprendente y misteriosa cat¨¢strofe final. Sobre esa prodigiosa deriva imaginaria de la isla oce¨¢nica tenemos ahora el reciente libro de Pierre. Vidal-Naquet, La Atl¨¢ntida. Peque?a historia de un mito plat¨®nico (Akal), que rastrea su estela inagotable y analiza la bibliograf¨ªa de los ¨²ltimos siglos. Es, sin duda, el mejor estudio cr¨ªtico sobre el tema, y une su clara amenidad a su admirable erudici¨®n. -
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