D¨ªas de Bellow
Sin propon¨¦rmelo mucho me he encontrado leyendo de nuevo a Saul Bellow en las siestas de agosto, en las noches en que el calor y el trastorno de un viaje muy largo ahuyentan el sue?o. No es que haya decidido volver a ¨¦l por un motivo especial, sino que sus libros forman parte de mi paisaje m¨¢s cercano, de modo que encuentro uno en el caj¨®n de una mesa de noche que no he abierto en varios meses y empiezo a leerlo o lo abro al azar por la mitad y ya no me resigno a dejarlo, o encuentro en una librer¨ªa una edici¨®n nueva y tentadora que me devuelve la ilusi¨®n del descubrimiento, o simplemente veo uno de sus t¨ªtulos alineados en la estanter¨ªa y la mano se va hacia el lomo del libro con esa naturalidad con que nos gusta tocar las cosas que nunca nos defraudan, un l¨¢piz, una copa de vino, un cierto cuaderno. Penguin ha sacado una edici¨®n austera y exquisita de los libros de Bellow, lo cual es un buen pretexto para descartar aquellos vol¨²menes de portadas atroces de los a?os ochenta, los primeros que yo le¨ª. Pero a la hora de la verdad no me decido a desprenderme de ellos, aunque el papel era de muy mala calidad y se ha puesto quebradizo y amarillo, y las ilustraciones de las portadas se han vuelto todav¨ªa m¨¢s chillonas con el paso de los a?os. De modo que ahora tengo el Herzog feo y maltratado que le¨ª por primera vez har¨¢ unos quince a?os junto al impecable que compr¨¦ la semana pasada, y es como si a la materia inalterada de la novela se agregara mi vida de lector, la vida misma que ha ido transcurriendo mientras yo le¨ªa y rele¨ªa este libro, familiariz¨¢ndome m¨¢s con ¨¦l a medida que iba conociendo mejor el idioma en el que est¨¢ escrito y los lugares en los que sucede, el habla y hasta la apariencia f¨ªsica de los tipos humanos que retrata.
El v¨¦rtigo de inmediata y trastornada verdad que tiene el ir dando tumbos de un lado a otro de Moses Herzog procede en gran parte de la experiencia cruda de su autor
La novela se me multiplica igual que sus lecturas, volviendo simult¨¢neo lo que me ha sucedido a lo largo de los a?os, haciendo visible la cualidad acumulativa del gusto de leer
Con algunas novelas le pasa a uno como con la mejor poes¨ªa, que no puede darlas nunca por le¨ªdas, que son nuevas cada vez y van haci¨¦ndose m¨¢s hondas seg¨²n la propia vida se va colmando de experiencia, o seg¨²n el paso del tiempo nos va dejando un grado inevitable de sabidur¨ªa. Saul Bellow public¨® Herzog cuando ten¨ªa 49 a?os. Yo era bastante m¨¢s joven las primeras veces que le¨ªa la novela. Esta vez pienso, inopinadamente, que ya soy mayor que Bellow cuando la estaba escribiendo, y eso me produce una sensaci¨®n equ¨ªvoca. Herzog, como casi toda su literatura, es una confesi¨®n personal muy tenuemente disimulada, la cr¨®nica de una de sus m¨²ltiples rupturas matrimoniales, m¨¢s dolorosa o m¨¢s vergonzante para ¨¦l porque su mujer hab¨ªa estado enga?¨¢ndolo con uno de sus mejores amigos. Familiares, amantes, esposas, abogados, se reconoc¨ªan sin dificultad y muchas veces con extrema irritaci¨®n en las novelas de Bellow. El v¨¦rtigo de inmediata y trastornada verdad que tiene el ir dando tumbos de un lado a otro de Moses Herzog procede en gran parte de la experiencia cruda de su autor, de la desenvoltura y el descaro a los que se abandona un novelista cuando encuentra la manera de contar convertida en ficci¨®n una parte sombr¨ªa y todav¨ªa palpitante de su propia vida, ahorr¨¢ndose por igual la tentaci¨®n del decoro y la del narcisismo, tan propias de la escritura de memorias.
Moses Herzog se parece a Saul Bellow tanto como cualquiera de los protagonistas de sus novelas y se alimenta como un par¨¢sito saludable de las desventuras conyugales, la memoria sentimental y las divagaciones filos¨®ficas de su autor, pero eso no mengua su soberan¨ªa de h¨¦roe de la literatura, miembro del linaje espl¨¦ndido de los divagadores errantes y m¨¢s bien alucinados, ansiosos por sumergirse en el mundo real y por escaparse de ¨¦l, braceando como don Quijote contra fantasmas y molinos de viento, persiguiendo quimeras. Como todos ellos, Herzog, un hombre trastornado que da en la rareza de escribir cartas de manera incesante, cartas imaginarias a los vivos y a los muertos, a personajes c¨¦lebres y a gente desconocida, existe en virtud de un acto primordial de invenci¨®n verbal que se nos impone desde la primera l¨ªnea: If I am out of my mind, it's all right with me, thought Moses Herzog.
Traducir es siempre muy dif¨ªcil, incluso cuando parece f¨¢cil. Abro la edici¨®n de Herzog reci¨¦n publicada en Espa?a por Galaxia Gutenberg y encuentro el arranque que le ha dado Vicente Campos: Si estoy como una cabra, qu¨¦ le voy a hacer, pens¨® Moses Herzog. El feo coloquialismo de la cabra probablemente no era necesario, pero a partir de ah¨ª la traducci¨®n fluye con una briosa naturalidad que por fin hace justicia en espa?ol al estilo de Bellow, tan maltratado casi siempre en nuestro idioma. Traducir a Bellow es dificil¨ªsimo: en la misma frase puede ir de la divagaci¨®n abstracta al habla callejera, incluir una alusi¨®n literaria o una referencia a hechos pol¨ªticos del momento, a una comida, a un pormenor topogr¨¢fico. Entre su lengua y su mundo hay una correspondencia exacta: son la lengua y el mundo de esos personajes jud¨ªos que viven enraizados en una cultura material a la vez muy americana y muy centroeuropea, entre el ingl¨¦s y el yiddish, entre sus or¨ªgenes en los barrios de emigrantes y sus ambiciones intelectuales o de ascenso social. Philip Roth es bastante m¨¢s f¨¢cil de traducir, porque las vidas que retrata ya son plenamente americanas. Herzog, yendo de un sitio a otro, redactando cartas mentales que no env¨ªa y ni siquiera llega a escribir, es un hombre sin sosiego, perdido entre el pasado que ya no existe y el presente en el que no acaba de encontrar su lugar. Si traducir es, sobre todo, leer con un grado m¨¢ximo de atenci¨®n, leer tan hondamente que se acaba escribiendo en el propio idioma lo le¨ªdo en el otro, Vicente Campos ha sido un lector heroico de una novela indomable, un lector pionero que despeja a otros el camino hasta ahora tan ingrato de la lectura de Saul Bellow en espa?ol. Alguna vez se despista, y hace que un personaje madrugador desayune improbablemente "aros de cebolla y vino de Nueva Escocia", en vez del pan de cebolla (onion rolls) y el salm¨®n ahumado (Nova Scotia) tan comunes en los restaurantes jud¨ªos de Nueva York, los viejos diners ahora casi perdidos, frecuentes todav¨ªa en los tiempos de Herzog.
Pero la prosa transmite el denso ritmo vital de la escritura de Bellow, y el libro en s¨ª es una delicia para la mirada y para las manos, con su letra clara, su tapa dura, su papel digno, su portada espl¨¦ndida, con una fotograf¨ªa de figuras an¨®nimas apresur¨¢ndose por Grand Central Station: cualquiera de ellas podr¨ªa ser Moses Herzog. As¨ª que ahora la novela se me multiplica f¨ªsicamente igual que sus lecturas, volviendo simult¨¢neo lo que me ha sucedido a lo largo de los a?os, haciendo visible la cualidad acumulativa del gusto de leer, la riqueza de capas sedimentarias que un solo libro puede ir dejando en nosotros. Los d¨ªas de Bellow son los de mi propia vida.
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