Sicalipsis a 40? a la sombra
La acci¨®n -si es que se le puede llamar as¨ª a lo que sucede en esta viscosa quietud- tiene lugar en una habitaci¨®n estrecha y abarrotada de libros y papeles, en casa de un pringao. Se escuchan dos sonidos, uno m¨¢s apagado que llega desde el reproductor de ced¨¦s y corresponde a la voz de Eliane Elias, que canta bossanovas de repertorio azucaradas por los pegajosos arreglos de los que tambi¨¦n es responsable. El otro, m¨¢s n¨ªtido, lo produce el mon¨®tono chirriar de las aspas desengrasadas de un ventilador que s¨®lo sirve para crear un siroco artificial en el que tambi¨¦n suenan amortiguadas las teclas que, presionadas, forman letras que en otro ahora diferente quiz¨¢s alguien lea. Me hipnotizo con una foto de El sexo de las lagartijas (Tusquets), de Ambrosio Garc¨ªa Leal, en la que se representan dos caracoles en plena c¨®pula. Me entero por el pie de foto de que los familiares gaster¨®podos (bueno, eran familiares cuando a¨²n llov¨ªa), que tan bien saben preparados a la llauna, son perfectos hermafroditas, lo que no deja de ser una ventaja: s¨®lo ejercen de hembras cuando son portadores de ¨®vulos fecundables. Ya ven, al contrario que usted y que yo, improbables lectores sexualmente definidos (en fin, eso creo). El sexo, en verano, de Rodr¨ªguez y pringado, no es lo mismo: nada que ver con las t¨®rridas escenas de Body Heat (Lawrence Kasdan, 1981), cuando una Kathleen Turner que todav¨ªa ten¨ªa forma humana le abr¨ªa todas sus puertas al est¨®lido de William Hurt: quiz¨¢s sea a eso a lo que se refiere Mario Perniola en Del sentir (Pre-Textos) cuando habla del "hacerse sentir" te¨¢trico, "un ofrecerse con entusiasmo a ser pose¨ªdos por fuerzas cuya din¨¢mica resulta enigm¨¢tica y contradictoria". Encuentro sexo y sicalipsis en dos libros muy diferentes: las Memorias de una madame americana (Sexto Piso), de Nell Kimball, un testimonio apasionante y profesional de la due?a y animadora de algunos de los m¨¢s lujosos burdeles en la ¨¦poca dorada del sexo de pago en EE UU. Y tambi¨¦n en La semilla de la ira (Seix Barral colombiana), de Consuelo Trivi?o, en la que se novela en primera persona la singular existencia del escritor colombiano, ateo y anarcoide, Jos¨¦ Mar¨ªa Vargas Vila (1860-1933), cuyas novelas yo le¨ªa clandestinamente en viejas ediciones de Maucci o Sopena que encontraba de adolescente en la segunda fila de la biblioteca de mi abuelo materno, el ¨²nico republicano y sical¨ªptico de la familia.
A veces, cuando me pongo a r¨¦gimen, me da por hojear manuales de cocina ilustrados con im¨¢genes de los platos que no puedo saborear
Herzog
Examinado con la perspectiva de casi medio siglo Herzog (1964), de Saul Bellow, se revela como una pieza clave en brillant¨ªsimo puzzle de la novela estadounidense de la segunda mitad del siglo XX; una piedra miliar en la evoluci¨®n de un g¨¦nero del que Estados Unidos hab¨ªa tomado el relevo tras el espectacular desarrollo europeo (Francia, Rusia, Gran Breta?a) en el siglo anterior. Herzog representa algo semejante a lo que supuso ?Absal¨®n, Absal¨®n! (1932), de Faulkner, en la primera mitad del XX, o Moby Dick (1851), de Melville, y Aventuras de Huckleberry Finn (1885), de Twain, en el XIX. Rele¨ªda en la traducci¨®n de Vicente Campos publicada por Galaxia Gutenberg (que se ha tomado en serio la tarea de reeditar la obra del escritor jud¨ªo-norteamericano), la historia de Moses Herzog, el atrabiliario personaje que, sumido en la crisis de los cuarenta (dos divorcios, traiciones, desconcierto, problemas de identidad), se ve dominado "por la necesidad de explicarse, de expresarse, de justificarse, de ponerlo todo en perspectiva, de aclararse, de corregirse", sigue invitando a sus lectores a la identificaci¨®n. Algo que, desde El Quijote o Robinson Crusoe, es uno de los rasgos de un g¨¦nero que constituye, por su misma indeterminaci¨®n y capacidad asimiladora, una privilegiada instancia de conocimiento del mundo. Herzog, un intelectual al que ya no le sirve lo que sabe y que (a¨²n) ignora lo que podr¨ªa servirle, intenta aclararse escribiendo cartas que nunca env¨ªa (a sus amigos, a sus amantes, a Eisenhower, a Dios) y en las que, a prop¨®sito del desastre de su vida, ajusta cuentas con la tradici¨®n filos¨®fica moderna. Criticado por algunos (Nabokov, por ejemplo) como novelista "tradicional", la estructura de Herzog evoluciona desde el aparente caos y el pastiche (un homenaje a la literatura epistolar del siglo XVIII) a la linealidad, al tiempo que cambia la percepci¨®n que su protagonista tiene de s¨ª mismo y de sus relaciones con el mundo. Novela (autobiogr¨¢fica) de la memoria y de la alienaci¨®n, de la impotencia y de la esperanza, Herzog es una de esas lecturas que ganan con el tiempo. Y a la que resulta instructivo revisitar cuando tenemos la sensaci¨®n de que hemos rebajado demasiado nuestro list¨®n de lectores de novelas.
Costa
Quiz¨¢s sea puro masoquismo, una especie de perverso consuelo a la inversa. O tal vez se trate del deseo de ponerme en peligro para vencer la tentaci¨®n y salir triunfante. Pero les confieso que, a veces, cuando me pongo a r¨¦gimen, me da por hojear manuales de cocina ilustrados con im¨¢genes de los platos que no puedo saborear. Es como si necesitara escudri?ar lo que comen los que no tienen que reprimirse, imaginar texturas y olores que las reproducciones a todo color de esos manjares perfectamente dispuestos en fuentes y bandejas no pueden reflejar, desmintiendo radicalmente la presunta idoneidad de la fotograf¨ªa para mimetizar la realidad del mundo. Un estado de ¨¢nimo semejante es el que me ha llevado estos d¨ªas, en los que el calor madrile?o aplasta y los objetos met¨¢licos (una moneda de cinco c¨¦ntimos, una horquilla para el cabello) se incrustan como f¨®siles en el asfalto reblandecido, a retomar un par de libros que hablan de la costa andaluza, que es donde imagino con envidia que estar¨¢n refresc¨¢ndose algunos de mis improbables lectores. Se trata de La Costa del Sol en la hora pop, de Juan Bonilla, y Almer¨ªa, cr¨®nica personal, de Antonio Orejudo, ambos incluidos en la estupenda colecci¨®n -ya clausurada- Ciudades Andaluzas en la Historia, publicada por la Fundaci¨®n Jos¨¦ Manuel Lara. Dos cr¨®nicas (ilustradas) con su amplia dosis de nostalgia cr¨ªtica -si se me permite el ox¨ªmoron- acerca de dos mundos muy diferentes que han sucumbido a la masificaci¨®n tur¨ªstica y la especulaci¨®n inmobiliaria. Sin duda es el texto de Bonilla -el menos personal- el que profundiza con m¨¢s br¨ªo en la evoluci¨®n de ese sue?o desarrollista que alcanz¨® su edad de oro en los sesenta y setenta con el "pionero" Ricardo Soriano y su socio Alfonso de Hohenlohe, y termin¨® en la s¨®rdida astracanada de Gil y Gil y lo que vino despu¨¦s. Torremolinos y Marbella como cifras de un sue?o de glamour que ha llegado a convertirse en pesadilla de cemento y aire acondicionado. Dos libros de dos estupendos narradores que entonan oblicuamente sendos ubi sunt por lo que hubo y pudo ser -y ahora ya no- en buena parte de la costa oriental andaluza.
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