El hijo del cementerio
Francisco Garc¨ªa Escalero, un mendigo esquizofr¨¦nico y obsesionado con la muerte, se confes¨® autor de m¨¢s de una docena de asesinatos a mediados de los noventa
La ma?ana del 22 de diciembre de 1993, el abogado Ram¨®n Carrero entr¨® en la enfermer¨ªa de la c¨¢rcel de Carabanchel. Le esperaban un psiquiatra, dos inspectores del Grupo de Homicidios y un transcriptor. Junto a ellos, un vagabundo: su cliente. Un hombre en pijama, con un mar de tatuajes anudado a los brazos y barba rala. Carrero hab¨ªa recibido una llamada del Colegio de Abogados la noche anterior, en su turno de oficio. Sab¨ªa que ten¨ªa un caso que defender, pero no se imaginaba que su hombre era uno de los mayores asesinos en serie de la historia de Espa?a.
Hier¨¢tico, indolente, el vagabundo miraba fijamente pese al estrabismo de su ojo derecho. Se llamaba Francisco Garc¨ªa Escalero y ten¨ªa 39 a?os. Un hombre al que, en el juicio que vendr¨ªa, los psiquiatras iban a definir como "paradigma de la locura". La polic¨ªa quer¨ªa demostrar que hab¨ªa matado a V¨ªctor Luis Criado, de 34 a?os, un compa?ero del hospital Psiqui¨¢trico Provincial. Su cuerpo hab¨ªa aparecido calcinado junto al cementerio de la Almudena. La polic¨ªa detuvo a Francisco, que hab¨ªa abandonado el centro con V¨ªctor el 19 de septiembre para regresar a las pocas horas solo. Nadie se imaginaba la cadena de horrores que iba a desvelar la confesi¨®n de aquel crimen.
Con el dinero que mendigaba compraba alcohol. Beb¨ªa, perd¨ªa el control y apu?alaba o lapidaba a sus v¨ªctimas
Le obsesionaba la muerte. En prisi¨®n pasaba los d¨ªas con "los p¨¢jaros muertos que guardaba en la celda"
?nicamente hablaba cuando le preguntaban. Sin inmutarse, Garc¨ªa Escalero confes¨® que hab¨ªa machacado el cr¨¢neo de V¨ªctor. A un polic¨ªa se le ocurri¨® preguntar por otro crimen, y ¨¦l respondi¨®. Sigui¨® haci¨¦ndolo durante cuatro horas, describiendo con su voz cavernosa escenas cada vez m¨¢s escalofriantes. A veces sonre¨ªa t¨ªmidamente. Ante la perplejidad de la polic¨ªa, se atribuy¨® 11 cr¨ªmenes entre agosto de 1986 y septiembre de 1993. En d¨ªas posteriores reconoci¨® cuatro homicidios m¨¢s que no pudieron ser probados. Todas las v¨ªctimas eran limosneros cuya desaparici¨®n estaba enterrada en el caj¨®n de casos sin resolver.
Mataba siguiendo un patr¨®n. Con el dinero que mendigaba junto a las v¨ªctimas compraba alcohol. Beb¨ªa, perd¨ªa el control y las apu?alaba o lapidaba. Luego quemaba los cad¨¢veres con colchones viejos y cartones. En ocasiones les rebanaba los pulpejos de los dedos para dificultar su identificaci¨®n. Tres de los muertos aparecieron en un pozo de la Cuesta del Sagrado Coraz¨®n. Escalero los arrastraba hasta all¨ª y los dejaba desplomarse en un vac¨ªo tan profundo que ten¨ªa que esperar varios segundos antes de o¨ªrlos tocar fondo.
Para la prensa, Escalero se convirti¨® en el "Mendigo Psic¨®pata" o el "Matamendigos". Su cuadro cl¨ªnico era espeluznante: esquizofrenia alcoh¨®lica, man¨ªa depresiva, necrofilia... Todo agudizado por una vida de vagabundeo y drogas. El psiquiatra forense Juan Jos¨¦ Carrasco, uno de los responsables del informe pericial que se utiliz¨® en el juicio, recuerda c¨®mo el mendigo le explic¨® que la sinraz¨®n criminal la pod¨ªa desatar una discusi¨®n por un cart¨®n de vino o un puesto en la puerta de la iglesia. "Eran luchas de supervivencia, de una brutalidad primitiva". Actuaba siempre narcotizado: cinco litros de vino diarios m¨¢s un pu?ado de medicamentos psicotr¨®picos despertaban la voz que le controlaba desde su cabeza. La "fuerza interior" se apoderaba entonces de ¨¦l, embriagadora, irresistible. Envestido de una energ¨ªa descomunal, abr¨ªa como pi?ones las cabezas de sus v¨ªctimas. En seis a?os dej¨® tras de s¨ª un reguero de decapitados y mutilados, troncos huecos, sin entra?as ni coraz¨®n.
En parte de los ataques le acompa?¨® su c¨®mplice, ?ngel Serrano, El Rubio. Fueron siete a?os de asociaci¨®n criminal, pero Escalero no era un sentimental: acab¨® convirtiendo en papilla la cabeza de El Rubio la noche del 29 de julio de 1993.
La sexualidad atormentada del Matamendigos est¨¢ detr¨¢s de muchas de sus agresiones. Era demasiado t¨ªmido y s¨®lo lograba saciar sus apetitos con el cuerpo de los muertos, que le fascinaban. La polic¨ªa lo hab¨ªa devuelto varias veces al Psiqui¨¢trico Provincial tras descubrirlo profanando tumbas. En una ocasi¨®n lo encontraron frente a tres cuerpos desenterrados. Los hab¨ªa colocado contra un muro y se masturbaba frente a ellos; cuando le interrogaron asegur¨® que no hab¨ªa llegado m¨¢s lejos porque la fetidez de la carne en descomposici¨®n era insoportable.
S¨®lo una persona sobrevivi¨® a sus ataques: Ernesta de la Oca, una limosnera a la que Escalero y El Rubio acorralaron en un 7Eleven de la avenida de Am¨¦rica, la arrastraron a la calle ante la mirada indiferente del guardia de seguridad y violaron en un descampado. La golpearon hasta que creyeron que estaba muerta. La mujer compareci¨® en el juicio con el rostro cosido a navajazos y pedradas. "No me dejaban. Me tocaban como en un juego de imaginaci¨®n. Les mov¨ªa como una potencia". "Si quieres matarla, m¨¢tala", recuerda Ernesta que le dijo Escalero a El Rubio con displicencia mientras fumaba un cigarrillo y contemplaba la tortura. Despu¨¦s de declarar, Ernesta volvi¨® a desvanecerse en su oscura noche de cartones de vino barato.
La casa de Escalero, un antiguo chamizo que hoy corresponde al n¨²mero 36 de la calle de Marcelino Roa V¨¢zquez, est¨¢ a unos 200 metros del cementerio de la Almudena. Su madre, Gregoria, muri¨® el a?o pasado. Los vecinos recuerdan a la familia como un grupo extra?o. El ¨²nico miembro que sigue vivo, el hermano de Francisco, pasa una vez al mes por la zapater¨ªa de la calle para pagar la comunidad. Los problemas entre Francisco y los vecinos eran constantes. Cre¨ªa que le persegu¨ªan, que le espiaban miles de orejas pegadas a su puerta. En un rapto de locura tir¨® a una vecina por las escaleras.
Fue un paso m¨¢s en un camino hacia el vac¨ªo que arrancaba de las l¨¢pidas entre las que Escalero consumi¨® su infancia. Naci¨® en 1954 en Madrid. Su padre, un alba?il curtido en la miseria del campo de Zamora, le golpeaba con frecuencia. No entend¨ªa el culto a la muerte de su hijo, sus paseos de madrugada por el camposanto, los cortes que se inflig¨ªa o su afici¨®n a arrojarse ante los coches. A los 14 a?os comenz¨® a desaparecer intermitentemente. Merodeaba con un cuchillo por casas abandonadas, espiando a parejas y masturb¨¢ndose. Siempre volv¨ªa al cementerio. All¨ª, en 1973, particip¨® en la violaci¨®n de una mujer. En castigo pas¨® 11 a?os en prisi¨®n, durante los que no se le detect¨® ning¨²n s¨ªntoma de locura. Quiz¨¢ porque no se met¨ªa en problemas; prefer¨ªa encerrarse a jugar con sus mejores amigos, "los p¨¢jaros muertos que guardaba en la celda", recuerda el doctor Carrasco que le revel¨® un d¨ªa.
Cuando recobr¨® la libertad se encontr¨® en un mundo hostil. Apenas sab¨ªa leer, no trabajaba. Empez¨® a mendigar por las avenidas de Madrid, narcotizado hasta que la "fuerza interior" le pose¨ªa y le insuflaba una vida de una intensidad demoniaca.
En una sofocante tarde de verano, el forense Juan Jos¨¦ Carrasco pelea contra el aire acondicionado de su consulta. "El problema de Escalero es que no estaba ingresado ni recib¨ªa tratamiento", explica. "Permanec¨ªa en el espacio de la marginaci¨®n. Fall¨® ¨¦l, pero tambi¨¦n el resto de la sociedad. La red sociosanitaria no supo prever ni evitar las consecuencias de su locura". Despu¨¦s de cada crimen, el asesino regresaba al Psiqui¨¢trico Provincial y forzaba su ingreso entre hipidos: "He matado a alguien". Nadie le tom¨® en serio.
A lo largo del juicio, en la Secci¨®n Primera de la Audiencia Nacional, Escalero mejor¨® f¨ªsicamente. Acud¨ªa con la calva repeinada y las mejillas arreboladas. Permanec¨ªa siempre cabizbajo, escuchando. La tranquilidad con que subi¨® al estrado el d¨ªa de su declaraci¨®n cort¨® la respiraci¨®n de la sala.
-?Recuerda usted a Julio Santiesteban, al que mat¨® en un descampado de Hortaleza?
-Por el nombre no lo recuerdo bien.
-?Recuerda que le acuchill¨® y que despu¨¦s le cort¨® el pene y se lo introdujo en la boca?
-No recuerdo. Estaba bajo el efecto del alcohol y de las pastillas. No sab¨ªa lo que hac¨ªa.
A su lado se sentaba su nuevo abogado. Atra¨ªdo por la sangre y la luz de los flashes, se hab¨ªa incorporado al espect¨¢culo un letrado con vocaci¨®n de tibur¨®n: Emilio Rodr¨ªguez Men¨¦ndez, poco ortodoxo conductor de casos como el de La dulce Neus o El Dioni. Ram¨®n Carrero, el viejo abogado de oficio, a¨²n no ha olvidado el d¨ªa en que descubri¨® que la defensa de Garc¨ªa Escalero ya no depend¨ªa de ¨¦l. "Antes de que las diligencias llegaran al juzgado, Rodr¨ªguez Men¨¦ndez se cruz¨® y se llev¨® el caso de mi vida", explica con su voz rota por el tabaco. Se detiene y da una calada al pitillo apoyado en la puerta de la Consejer¨ªa de Asuntos Sociales de la Comunidad de Madrid, donde trabaja como consultor. "Es una de esas experiencias que te agr¨ªan el car¨¢cter", sonr¨ªe y se echa el pelo hacia atr¨¢s con un golpe de mano.
"La defensa no ten¨ªa ninguna dificultad: el informe pericial era avasallador", explica el forense Carrasco. Reconocida la autor¨ªa y la inimputabilidad de Escalero por enfermedad mental, el juicio se centr¨® en determinar si le confinar¨ªan a un hospital penitenciario o a una residencia civil, como solicitaba Rodr¨ªguez Men¨¦ndez. El abogado no consigui¨® seducir al tribunal, pese a su intento de presentar a su cliente como un ni?o grande un poco bruto. "Le voy a decir al juez que voy a ser bueno y que nunca m¨¢s beber¨¦ vino, para no hacer cosas tan malas como las que he hecho. Y que tomar¨¦ la medicaci¨®n que el m¨¦dico me diga", sol¨ªa musitarle Escalero al abogado, seg¨²n cont¨® ¨¦ste a los periodistas.
El tribunal entendi¨® que Escalero, autor de 11 asesinatos, una agresi¨®n sexual y un rapto, era un hombre peligroso cuyo "riesgo de fuga ser¨ªa incuestionable" en un centro abierto. Despu¨¦s, Rodr¨ªguez Men¨¦ndez perdi¨® varios juicios m¨¢s; el ¨²ltimo, el suyo: en 2005 fue condenado a seis a?os por un delito contra la Hacienda p¨²blica, y a dos m¨¢s por difundir un v¨ªdeo er¨®tico de un famoso periodista.
Escalero termin¨® en el psiqui¨¢trico penitenciario de Fontcalent (Alicante). Instituciones Penitenciarias no permite hablar con ¨¦l. S¨®lo el tribunal tiene noticias suyas: cada seis meses recibe un informe sobre su evoluci¨®n. Carrasco tuerce el gesto. Sabe que sus posibilidades de rehabilitaci¨®n son remotas. No podr¨¢ permanecer en Fontcalent m¨¢s de los 30 a?os equivalentes a la pena m¨¢xima. Despu¨¦s pasar¨¢ a otro centro, m¨¢s tarde, a otro.
"Los albergues est¨¢n llenos de personas como ¨¦l", afirma el psiquiatra. "Antes estaban en los manicomios, que se cerraron por caros e impopulares. Los dementes han pasado a la mendicidad, muchos recalan en la c¨¢rcel, sin tratamiento". Un problema que merece atenci¨®n, aunque no todos sigan el itinerario del limosnero de Madrid. Su caso es especial. El psiquiatra recuerda la ¨²ltima vez que se vieron, cuando preparaba su informe. Escalero le mir¨® con su ojo estr¨¢bico: "Las voces siguen... Se r¨ªen de m¨ª... Me dicen que quieren sangre". -
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