Turismo, m¨¢s o menos
Afirma Horacio, el poeta latino, que "cambia el cielo sobre tu cabeza, pero no tu cabeza bajo el cielo". La cita da de lleno en el blanco y constituye una temprana meditaci¨®n sobre la experiencia del viaje. Uno deja su lugar, su ciudad, su pa¨ªs, pero no puede dejarse a s¨ª mismo. Tal vez, sin embargo, Horacio s¨®lo recriminaba a alg¨²n pesado que se obstinaba en contarle las menudencias de sus viajes, como esos amigos que pretenden que nos traguemos su colecci¨®n entera de fotos y v¨ªdeos despu¨¦s de regresar de Pernambuco o del Taj Mahal. Al fin y al cabo hay que tener en cuenta que ya los romanos gustaban de hacer turismo por los confines del imperio.
De hecho, la pasi¨®n por el mundo desconocido ha sido siempre tan fuerte que uno podr¨ªa llenar su biblioteca de libros de viajes escritos en todas las ¨¦pocas. Los mejores pueden ser, sin embargo, aquellos que le toman a uno por objeto. Ser el negro bant¨² de otros puede causar un efecto muy extra?o, pero es agradable saber que alguna vez hubo alguien que tuvo el inter¨¦s de disecarlo a uno y meterlo en una vitrina. Las reflexiones de los viajeros ingleses decimon¨®nicos son, muy en particular, impagables. No s¨®lo las de George Borrow. En Galicia vista por un ingl¨¦s (Editorial Galaxia, 1994) se pregunta por ejemplo Aubrey Bell, un corresponsal del peri¨®dico Morning Post londinense que se dej¨® caer por aqu¨ª a principios del pasado siglo: "?C¨®mo explicar que los gallegos, aparentemente d¨¦biles y sumisos, tenidos en dos continentes por tontos y testarudos, hayan conseguido tanto?".
De la importancia econ¨®mica del turismo no cabe dudar: constituye el 12% del PIB de Galicia
De la importancia econ¨®mica del turismo, en todo caso, no cabe dudar. El turismo constituye el 12% del PIB gallego y Espa?a es el segundo destino tur¨ªstico mundial medido tanto por n¨²mero de viajeros como por los d¨®lares que deja. Aunque los grandes conglomerados del sector no tienen marca gallega -aqu¨ª han faltado experiencia y masa cr¨ªtica- no cabe duda de que desde el Xacobeo del 93 el n¨²mero de visitantes ha ido en aumento y no es de esperar -con la salvedad de que no podemos saber la profundidad y la extensi¨®n de la crisis- que la marca del Camino de Santiago decaiga.
Ahora bien, se echa en falta una reflexi¨®n sobre el significado del turismo que vaya m¨¢s all¨¢ de la constataci¨®n de lo obvio. No cabe duda de que el viajero de la ¨¦poca capitalista tiene que ser adem¨¢s un consumidor y tampoco de que, por supuesto, viajar es una de las formas m¨¢s establecidas de consumo conspicuo. Al parecer, los negros ricos de Norteam¨¦rica gastan en especial en coches, ropa y joyas por oposici¨®n a los blancos, en cuyas facturas de gasto el viaje ocupa un lugar preeminente como forma de distinci¨®n social. La riqueza de hoy compra tiempo y atenci¨®n, servicios y experiencias, m¨¢s bien que objetos visibles.
Tal vez se toma menos en consideraci¨®n que el turismo de masas es un fen¨®meno estrictamente contempor¨¢neo, que se ha multiplicado desde que, a finales del pasado siglo, hicieron su aparici¨®n las primeras l¨ªneas a¨¦reas de bajo coste. Si el fen¨®meno urbano, el coche y el cine marcaron nuevas formas de experiencia humana en los primeros a?os del siglo XX, el turismo est¨¢ desplegando ante nuestros ojos transformaciones del gusto y de la sensibilidad -por no decir de los sistemas pol¨ªticos, como bien sabemos en Espa?a- que apenas s¨ª nos atrevemos a dibujar.
El fil¨®sofo Ernst Bloch afirma que "desde que los viajes se han hecho c¨®modos no llevan ya tan lejos. El viaje lleva consigo m¨¢s cosas acostumbradas y penetra menos que antes en las costumbres del pa¨ªs". Es cierto, pero por primera vez en la historia de la humanidad es posible contemplar en directo en los cinco continentes, las ciudades los monumentos y las gentes. Puede que esta experiencia sea superficial y que el mundo se haya vuelto un inmenso parque tem¨¢tico -un Disneyworld cuyos l¨ªmites coinciden con los l¨ªmites de la geograf¨ªa f¨ªsica del planeta- al alcance de adultos infantilizados, pero el viaje derrumba fronteras e inunda las rutas de gentes a la b¨²squeda de vistas impresionantes, de nuevas formas de espiritualidad o de sexo.
As¨ª como cada persona tiene en sus profundidades sedimentos de las distintas etapas por las que ha pasado que no por no ser visibles a simple vista dejan de tener efectos, as¨ª las ciudades y pa¨ªses tienen capas de significado que el viajero ha de saber reconocer. En diez o doce horas podemos estar casi en cualquier otra latitud del planeta. Jam¨¢s hab¨ªa sido as¨ª, y es una inmensa responsabilidad que cualquiera pueda llegar ahora a lugares que antes s¨®lo aventureros como Richard Burton pod¨ªan so?ar con conocer. Lo que antes era misterioso y prohibido, ahora es p¨²blico y organizado: eso conlleva un privilegio que el turista moderno, que a veces se acerca a un pa¨ªs de modo accidental, llevado por una agencia de viajes, deber¨ªa saber reconocer y recordar que, en ciertos lugares, ¨¦l es lo ex¨®tico.
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