Teor¨ªa del Sur
Qu¨¦ mejor estaci¨®n que el verano para reivindicar el Sur: la lentitud, la sensualidad, la belleza, el cuidado de los otros, la alegr¨ªa. En el Sur no deben tener prisa ni los pensamientos, ni los coches, ni los desnudos
Los atardeceres en la playa de Punta Candor, situada en un extremo de la Bah¨ªa de C¨¢diz, son lentos y no tienen prejuicios. Familias de aire tradicional pasean entre mujeres y hombres desnudos sin que nadie pierda el tiempo en indignarse con la piel, el deseo y las costumbres de los dem¨¢s. Las dunas asaltadas por los pinos son una lecci¨®n de bienestar y de paciencia. Perder el tiempo est¨¢ bien, pero conviene elegir los motivos. No es lo mismo un ataque de c¨®lera que un cielo deste?ido en rojo, deshilvanado en matices, con la complicidad de alguna nube lejana. La tarde cae como una herencia, igual que un esplendor fatigado, mientras el horizonte parece dispuesto a demostrar la existencia de Dios. El pasado domingo vi a mucha gente cuidar en silencio el espect¨¢culo natural de la luz, el cielo y el mar. Cuando el sol se hundi¨® por fin en el agua, los ba?istas rezagados y los paseantes empezaron a aplaudir.
Vivir con prisa es una peligrosa costumbre: nos hace dogm¨¢ticos. La belleza requiere su tiempo
?Es posible escapar de la miseria sin caer en la prepotencia del lujo?, se preguntaba Cernuda
Merece la pena tomar en serio ese aplauso. Como carezco de extremidades religiosas, la plenitud no supone para m¨ª un testimonio de la divinidad. Pero los atardeceres de Punta Candor me han ayudado a recordar que el sol no es una instituci¨®n con ¨¢nimo de lucro y que el derecho a la belleza deber¨ªa ser el resumen ¨²ltimo de los dem¨¢s derechos humanos. No conviene confundir a Andaluc¨ªa con el Sur. Andaluc¨ªa es una realidad geogr¨¢fica y pol¨ªtica, y el Sur es una met¨¢fora. Cuando Luis Cernuda se atrevi¨® a elegir las caracter¨ªsticas de un territorio ideal, escribi¨® una evocaci¨®n rom¨¢ntica de Andaluc¨ªa. Pero tuvo el cuidado de advertir que su Andaluc¨ªa no estaba en ning¨²n sitio concreto, porque s¨®lo exist¨ªa en las ilusiones y los sue?os de algunos de sus amigos poetas. Andaluc¨ªa era una met¨¢fora que Cernuda identificaba, por agradecimiento personal, y porque siempre conviene darle a las met¨¢foras una indicaci¨®n geogr¨¢fica, con las playas de la costa malague?a. Claro que el poeta celebraba recuerdos de los a?os veinte y treinta. Por eso digo que, en estos tiempos, conviene no confundir a Andaluc¨ªa con el Sur.
Andaluc¨ªa es una realidad que puede llenarse de edificios s¨®rdidos, alcaldes corruptos y especuladores decididos a devorar cualquier resto de belleza. Antonio Machado, otro poeta andaluz que buscaba realidades y met¨¢foras, ya nos avis¨® de que s¨®lo el necio confunde valor y precio. A eso se ha dedicado con una disciplina sombr¨ªa la Costa del Sol durante los ¨²ltimos 40 a?os, a confundir el progreso con la especulaci¨®n y los puestos de trabajo con las concejal¨ªas de Urbanismo. La corrupci¨®n costera ha llegado a tales extremos de notoriedad que las causas penales no suponen s¨®lo un problema para los delincuentes sorprendidos con las manos en el ladrillo, sino tambi¨¦n para la econom¨ªa tur¨ªstica andaluza, que paga la factura de su mala fama. Dentro de los cambios estructurales que debemos asumir los poderes p¨²blicos y los ciudadanos, quiz¨¢ no est¨¦ de m¨¢s volver a tomarse en serio la met¨¢fora del Sur. Una met¨¢fora resulta a veces una buena infraestructura, y en Andaluc¨ªa quedan, m¨¢s all¨¢ de los esc¨¢ndalos urban¨ªsticos, valores reales que considero imprescindibles en la met¨¢fora pol¨ªtica del Sur. Me lo han recordado los atardeceres y los aplausos de Punta Candor.
Aplaudir una puesta de sol implica comprender el valor ¨¦tico de la lentitud. La caricatura social de los andaluces se ceb¨® durante a?os en su propensi¨®n a la pereza. La ilusi¨®n paradis¨ªaca de que, al juntarse demasiado, la esencia y la existencia emiten una invitaci¨®n a la quietud, se transform¨® en chiste barato sobre la vagancia de unos jornaleros que, sin embargo, demostraban su capacidad de trabajo si emigraban a las ciudades del Norte. El chiste no s¨®lo alud¨ªa a la situaci¨®n hist¨®rica de una tierra limitada por la falta de iniciativas econ¨®micas, sino a una idea de la existencia marcada por el desarrollismo, la moral productiva, el v¨¦rtigo triunfalista del dinero y las prisas. Y con tantas prisas en la existencia, no hay esencia que resista.
Vivir con prisa es una peligrosa costumbre, porque nos hace dogm¨¢ticos al mismo tiempo que nos impide ser due?os de nuestras opiniones. El dogmatismo es la prisa de las ideas, el acomodo a discursos establecidos por encima de nuestra conciencia, el sacrificio de la responsabilidad propia en el altar de una verdad nacionalista, religiosa, partidista o medi¨¢tica. Quien vive con prisa dice lo primero que se le ocurre, lo que corre al lado de ¨¦l. As¨ª que anda de cabeza y piensa con los pies. Si tuvi¨¦ramos tiempo de pensar dos veces lo que decimos y, sobre todo, lo que nos dicen, otro gallo cantar¨ªa en el mundo. Sin caer en la caricatura de la pereza, por supuesto, conviene reivindicar la lentitud del Sur como un ¨¢mbito de responsabilidad propia, el ¨²nico ¨¢mbito que permite los paseos largos y las buenas decisiones. En el Sur no deben tener prisa ni los pensamientos, ni los coches, ni los desnudos. La sensualidad y la belleza requieren su tiempo.
La falta de prisas resulta imprescindible tambi¨¦n para el cuidado de los otros. Cuidar, cuidarse, recibir cuidados, elegir con cuidado, son actos de una vida incompatible con la velocidad. La prisa no hace bien sus tareas, sale del paso por culpa de los acelerones de la ¨¦tica productiva y del individualismo exacerbado. Quien no quiere deberle nada a los dem¨¢s, como si los dem¨¢s fuesen entidades financieras, no puede ser una buena persona. Hay que cuidarse de ¨¦l. Es verdad que en Andaluc¨ªa el cuidado del otro nos lleva a las barras de los bares, a los corros en la puerta de la calle, a lo que podemos escuchar en la mesa de al lado, a lo que se ve detr¨¢s de los pinos y las dunas. Pero del mismo modo que entre las prisas y la vagancia queda un punto intermedio llamado lentitud, entre la curiosidad desmedida y la soledad calvinista hay un valor importante para el Sur: el cuidado de los otros. Evitar la chismoser¨ªa no debe confundirse con el aislamiento. Pedir tiempo para pensar en uno mismo, significa aprender a cuidar a los dem¨¢s.
El buen humor es otro requisito imprescindible del Sur que puede encontrarse tambi¨¦n en Andaluc¨ªa. En este caso, la caricatura ha desquiciado el humor, present¨¢ndolo como gracia, salero o alegr¨ªa costumbrista. Pero la irritaci¨®n que provocan los chistosos profesionales no debe hacernos comulgar con obsesiones corrosivas, que no permiten ni una sonrisa. Hay territorios que, por su historia, facilitan la conversi¨®n de los conflictos en obsesiones, hasta el punto de que hacen perder la cabeza a los que llevan raz¨®n en las discusiones. No quisieron caer en la mentira, pero son injustos desde su verdad. En vez de cambiar de aires, los obsesionados cambian de condici¨®n, y siempre para peor. El quiebro a tiempo, como una salida ingeniosa o un golpe elegante de humor, ayuda a huir de los dogmas y de las identidades en favor de un pensamiento mesurado. Entre la solemnidad de los sermones y la gracia irritante, cabe una negociaci¨®n discreta con la alegr¨ªa.
La met¨¢fora del Sur no es ¨²til s¨®lo en las habitaciones oscuras del invierno, conviene reivindicar la lentitud del Sur como un ¨¢mbito de responsabilidad propia. Al narcisismo del conflicto se le puede oponer la sabidur¨ªa de vivir la vida. Las met¨¢foras ayudan a buscar un futuro m¨¢s habitable, son una obra p¨²blica. Cuando Luis Cernuda lleg¨® por primera vez a M¨¦xico, despu¨¦s de muchos a?os de exilio en potentes ciudades anglosajonas, escribi¨® el libro Variaciones sobre tema mexicano, para dar testimonio de una experiencia en la que se mezclaban las sorpresas y el recuerdo. Le dedic¨® un poema al espa?ol, porque para un escritor es importante o¨ªr su idioma en la calle. Dedic¨® otro poema a la pobreza, vivida de ni?o en Andaluc¨ªa y reencontrada en M¨¦xico. Se pregunt¨® el poeta si alguna vez ser¨ªa posible escapar de la miseria sin caer en la prepotencia del lujo. Quiz¨¢ la respuesta dependa de las met¨¢foras que busquemos. Conviene, en cualquier caso, saber aplaudir una puesta de sol.
Luis Garc¨ªa Montero es escritor.
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