"Mis nietos pueden mirar, pero no tocar"
Joan Ramonell acumula cerca de 5.000 bol¨ªgrafos de propaganda en su piso de Palma
A primera vista, el domicilio de Joan Ramonell y su esposa Maria no tiene nada de particular. Un piso cl¨¢sico del ensanche palmesano, de unos 100 metros cuadrados, con un sal¨®n y un recibidor decorados al gusto de un matrimonio que bordea los 70 a?os. Es al adentrarse en el pasillo cuando el visitante descubre que algo no encaja. En las paredes no hay fotograf¨ªas familiares, ni cuadros, ni estantes de libros. En su lugar, una impresionante colecci¨®n de bol¨ªgrafos llena hasta el ¨²ltimo rinc¨®n de la casa: 4.811 piezas, expuestas en decenas de paneles manufacturados especialmente para este prop¨®sito.
Es el fruto de la pasi¨®n coleccionista que Ramonell, comandante de artiller¨ªa retirado, ha cultivado a lo largo de cuatro d¨¦cadas: "Empec¨¦ en 1965, cuando estaba destinado en Estados Unidos como int¨¦rprete", recuerda. "Gracias a mi carrera he visto mucho mundo", explica, "y eso me ha servido para ampliar mi colecci¨®n". Y para reclutar aliados para la causa: peri¨®dicamente, le llegan paquetes de bolis desde Valencia y Granada. Tambi¨¦n sus hijos, cuando viajan, se acuerdan de ¨¦l. El coleccionista muestra con orgullo "ejemplares" venidos de lugares tan distantes como Alaska, Helsinki y Ceil¨¢n.
"Estoy de bolis hasta la coronilla", dice su mujer, que le ha prohibido que los ponga en la cocina y el sal¨®n
La de este coronel retirado no es una colecci¨®n de lujo. No hallar¨¢n aqu¨ª piezas exclusivas, ni obras de arte de valor incalculable. "S¨®lo guardo bol¨ªgrafos de propaganda", advierte. Eso s¨ª, propaganda de todo tipo. Los hay de hoteles, de partidos pol¨ªticos, de laboratorios farmac¨¦uticos, de marcas de bebidas y tabaco, de bancos y cajas de ahorro, de clubes deportivos, de restaurantes, de colegios... Nada de bolis comprados en la papeler¨ªa. Para conseguir nuevas piezas, Ramonell conf¨ªa en la generosidad ajena o recurre al intercambio. Porque claro, el coleccionista cuenta tambi¨¦n con un buen pu?ado de repes con los que jugar al trueque. La ¨²nica subcategor¨ªa de la colecci¨®n es la de los bol¨ªgrafos conmemorativos. Como el que se distribuy¨® en el Reino Unido con motivo de las bodas de plata de la reina Isabel de Inglaterra y el duque de Edimburgo.
Cada cierto tiempo, Ramonell reordena y reclasifica su colecci¨®n seg¨²n nuevos criterios. Por tipos de comercios o entidades de procedencia, por pa¨ªses, por similitud en las formas, por colores, etc¨¦tera. En esta apabullante sucesi¨®n de expositores, que se extiende a pr¨¢cticamente todas las habitaciones de la casa, destacan por su dise?o ciertos objetos que parecen cualquier cosa menos un bol¨ªgrafo. Imitan huesos de f¨¦mur, cucharas y tenedores, llaves inglesas, jeringuillas, raquetas de tenis... O incorporan elementos curiosos como, entre otros, un peque?o dep¨®sito de granos de caf¨¦, un reloj, un term¨®metro y una minilinterna.
Mientras ¨¦l rememora entusiasmado los detalles sobre c¨®mo consigui¨® tal o cual ejemplar, su mujer lo observa en silencio, igual que una madre mirar¨ªa a su hijo rodeado de juguetes en la ma?ana de Reyes. Ella tambi¨¦n reclama su m¨¦rito en esta haza?a recolectora: "Estoy de bolis hasta la coronilla", reconoce. "Tenemos la casa invadida, pero le tengo prohibido colgar sus expositores en el sal¨®n y en la cocina". ?Respeta el coleccionista estas condiciones? "S¨®lo a veces. Hace lo que quiere", concluye la sufrida mujer. Su pr¨®ximo proyecto es retirar de la pared una bendici¨®n del Papa Pablo VI para proceder a colgar un par de paneles m¨¢s.
Los nietos tambi¨¦n viven con curiosidad la afici¨®n del abuelo. "Saben que pueden mirar, pero no tocar. Y saben que si me piden un boli para dibujar, no les puedo dejar uno de la colecci¨®n". No podr¨ªa aunque quisiera, porque apenas 40 piezas de las recogidas en esta antolog¨ªa escriben todav¨ªa.
El registro exhaustivo que suele llevar todo coleccionista brilla aqu¨ª por su ausencia. "El ¨²nico control que llevo es mental. Todo est¨¢ en mi cabeza", explica Ramonell. Cada cierto tiempo, hace un recuento global. Y de ese modo advirti¨® que su colecci¨®n pr¨¢cticamente se ha duplicado desde que se jubil¨®. Hace 10 a?os, no superaba las 2.700 unidades. Hoy, tras muchas horas de paciente dedicaci¨®n, est¨¢ a punto de rebasar la barrera de las 5.000. Decenas de cajas llenas de bolis a¨²n por clasificar y exponer se apilan en el cuarto de los trastos. Y, cada vez que entra en un bar o en una tienda, Ramonell sigue preguntando: "?tienen ustedes bol¨ªgrafos de propaganda?".
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