Patrullas de ortodoxos imponen su ley en las calles de Israel
Una 'polic¨ªa' clandestina persigue a los que no acatan sus dictados morales
Al joven David Biton le partieron la cara la semana pasada. A sus 19 a?os se atrevi¨® a salir a dar un paseo por su ciudad el viernes por la noche con unas chicas de su edad, algo intolerable para los guardianes del recato que atemorizan a los habitantes de Betar Illit, un asentamiento de Cisjordania en el que viven 40.000 colonos ultraortodoxos.
"No les gusta cuando ven a un chico y a una chica juntos, aunque sean hermanos, se ponen muy nerviosos", medio balbucea Biton, con la cara amoratada y un enorme chich¨®n en la frente.
A una ni?a de 14 a?os le lanzaron ¨¢cido a la cara por vestir pantalones
Hay grupos violentos en todas las ciudades, afirma una de las v¨ªctimas
El aspecto de este joven estudiante de hosteler¨ªa llama la atenci¨®n en Betar Illit. Vestido con vaqueros, una camiseta negra y una kipa en la cabeza desentona en el entorno homog¨¦neo de una ciudad en la que s¨®lo viven haredis, es decir, jud¨ªos ultraortodoxos que cumplen estrictamente con las normas del "recato" que inmensos carteles distribuidos por la ciudad se encargan de recordar: falda larga y camisa de manga larga, sin escote ni transparencias para las mujeres. Para ellos, pantal¨®n negro, camisa blanca, y sombrero negro o s¨®lo kipa, en funci¨®n de la secta a la que pertenezcan. Quien se desv¨ªe un ¨¢pice de esa indumentaria corre el riesgo de ten¨¦rselas que ver con la clandestina polic¨ªa del recato que tiene atemorizada a buen parte de esta y otras ciudades de Israel con poblaci¨®n ultraortodoxa.
A R. G. el miedo le impide salir de casa, desde que el pasado 6 de junio un desconocido la abordara en el parque y le lanzara el contenido de una botella que s¨®lo m¨¢s tarde descubri¨® que era ¨¢cido. "Tu cara es demasiado bonita para esta ciudad", le dijo antes de atacarla. En las fotos de aquel d¨ªa se puede ver a R. G. en la camilla del hospital con la cara deformada y los labios muy hinchados. Los m¨¦dicos le dijeron que tuvo suerte de que el l¨ªquido no tocara los ojos. El pecado de esta joven de 14 a?os fue pasear por la ciudad en pantalones.
Los de estos dos j¨®venes de Betar Illit no son casos aislados, en una comunidad, la haredi, reticente a airear sus trapos sucios, pero cuya deriva extremista ha animado a unos pocos a hablar. Uno de ellos es Moshe, un jud¨ªo ultraortodoxo, que no se atreve a dar su apellido, y que en los ¨²ltimos tiempos se ha convertido en blanco preferido de los ultras por llamar en alto a la moderaci¨®n. ?l tambi¨¦n se ha llevado una paliza en Beit Shemesh, la ciudad de 90.000 habitantes donde vive. All¨ª han colgado carteles en la calle amenaz¨¢ndole. "En casi todas las ciudades israel¨ªes existe esta polic¨ªa del recato, lo que var¨ªa es la intensidad de la violencia. En algunos sitios atacan y en otros s¨®lo intimidan. No es un cuerpo oficial, act¨²an clandestinamente, pero todos sabemos quienes son".
Explica que en Jerusal¨¦n hay un grupo que tira lej¨ªa a la ropa de las mujeres cuando la falda o las mangas de la camisa son demasiado cortas. Otros se suben a los autobuses para asegurarse de que las mujeres van bien vestidas y no se mezclan en los asientos con los hombres. No dudan tampoco en intimidar por ejemplo a quien ose organizar un concierto u otras actividades de ocio.
Pero la gran pelea tiene que ver con c¨®mo estas comunidades, tradicionalmente aisladas se adaptan a la modernidad. Constituyen en torno al 9% de la poblaci¨®n israel¨ª, pero el Gobierno calcula que pueden llegar a ser el 20% en una d¨¦cada por su alta natalidad, y cada vez les resulta m¨¢s dif¨ªcil mantener su modo de vida ajeno al mundo exterior, con sus ropas, sus comidas y su modo de relacionarse. Lo explica muy bien otro Haredi de Betar Illit que teme desvelar su identidad: "El mundo Haredi no sabe muy bien c¨®mo reaccionar. Internet y los m¨®viles han derribado muros que nunca antes se hab¨ªan traspasado en nuestra comunidad, por eso ahora los extremistas tratan de levantarlos de nuevo. Y por eso algunos rabinos legitiman la violencia".
En Betar Illit, cuenta, la gente vive atemorizada. Dice que son gente modesta, incluso cobarde que dedica su vida a la religi¨®n y no se atreve a alzar la voz. Y habla de v¨ªnculos organizativos y financieros entre los matones que velan por la moralidad en Betar Illit y el Ayuntamiento. El alcalde, Meir Rubenstein, un fornido ultraortodoxo lo niega. Este hombre de 36 a?os, que no da la mano a las mujeres para saludar para no contaminarse, atribuye los casos de violencia en su ciudad a "peleas entre j¨®venes", pero reconoce que dedican "much¨ªsimo dinero a meter a los j¨®venes en vereda". "Les ponemos a estudiar la Tor¨¢ o a trabajar hasta que se les pase la edad del pavo" porque, explica, en Betar Illit, los que no son Haredi no tienen lugar.
Lo cierto es que las autoridades en Israel rara vez castigan a los culpables de estas agresiones, muchos de ellos conocidos por todos los vecinos. "El problema es que cuentan con la connivencia de muchos vecinos e incluso de algunos rabinos, porque en el fondo creen que elevan la espiritualidad del grupo", dice Catriel Lev, jud¨ªo observante y vecino de Beit Shemesh. Los extremistas lanzan pa?ales sucios a la furgoneta del hospital donde la mujer de Lev, los s¨¢bados, d¨ªa sagrado en el que est¨¢ prohibido circular salvo emergencias como las m¨¦dicas.
El Estado central no se suele inmiscuir en los asuntos de estas comunidades y la polic¨ªa s¨®lo en casos muy extremos. Pero si no se resiste, el radicalismo religioso acabar¨¢ por colonizar al resto de la comunidad, temen algunos. "Estamos a mitad de la batalla, no est¨¢ todav¨ªa claro qui¨¦n ganar¨¢", advierte el ultraortodoxo Moshe.
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