El misterioso asesinato del ¡®Rey de la Cerveza¡¯
Un alem¨¢n muri¨® en 1997 de dos tiros en la nuca junto a su hijo de ocho a?os y una empleada
Pasar¨ªan algunos minutos de las doce. Aquella noche de noviembre hab¨ªa ca¨ªdo apacible sobre la isla. De la borrasca del d¨ªa anterior quedaba la huella de la tierra mojada. Y el aroma a tormenta ya vencida. No llov¨ªa ni hab¨ªa previsi¨®n de que lo hiciera. El due?o de la casa, un chal¨¦ de tres pisos, ve¨ªa la televisi¨®n en el sal¨®n de la planta baja. Arriba, en su dormitorio, dorm¨ªa su hijo de ocho a?os. A unos metros de distancia, en la finca de al lado, en el interior de un edificio dedicado a la cr¨ªa de aves ex¨®ticas, una joven iniciaba su turno de trabajo: deb¨ªa vigilar las incubadoras. Su ¨²ltima anotaci¨®n en el libro de incidencias databa de las once y media. La noche avanzaba perezosa hacia la madrugada y sin embargo se estaba perfilando el escenario de un triple crimen. ?Qui¨¦n morir¨ªa primero? Y ?por qu¨¦?
Ambas fincas estaban comunicadas porque pertenec¨ªan a una misma persona: Manfred Meisel. Unos desconocidos entraron en el inmueble anexo y desde ah¨ª pasaron al chal¨¦ por una ventana de la cocina. Cada una de las tres personas presentes en ambos edificios a esas horas de la noche del 11 de noviembre de 1997 muri¨® de la misma manera: de dos tiros en la cabeza. Los asesinos repartieron las seis balas equitativamente. Y las seis proced¨ªan de una misma pistola de peque?o calibre.
A la ma?ana siguiente, un empleado llam¨® asustado a la polic¨ªa. Hab¨ªa entrado a trabajar y se encontr¨® dos cad¨¢veres en la sala de incubadoras, el de una mujer y el de un hombre. Ambos estaban tendidos en el suelo, rodeados de un charco de sangre. Al lado, un almohad¨®n con cuatro agujeros: los asesinos lo hab¨ªan usado para amortiguar el sonido de los disparos.
La polic¨ªa encontr¨® algo m¨¢s al revisar el escenario: en el dormitorio, yac¨ªa muerto sobre la cama un ni?o de ocho a?os. Como en el caso de las otras dos v¨ªctimas, fue suficiente con dos tiros en la cabeza.
Inmediatamente se acu?¨® la teor¨ªa de un crimen por encargo. La repercusi¨®n del caso fue notable: el propietario no era un desconocido. Manfred Meisel era un empresario alem¨¢n, de 49 a?os, residente en Palma de Mallorca y propietario de la cervecer¨ªa de moda en la isla, el Bierk?nig, un enorme local frecuentado por turistas alemanes las 24 horas del d¨ªa. Meisel era conocido en la isla como el Rey de la Cerveza. As¨ª que no era una v¨ªctima cualquiera.
El car¨¢cter expeditivo del triple crimen oblig¨® a la polic¨ªa a emplearse a fondo. Tanto la nacionalidad como la relevancia del muerto despertaron un inter¨¦s especial en la prensa germana, que comenz¨® a hacer alusiones a la inseguridad de la isla y la presencia de mafias internacionales. La polic¨ªa necesitaba un m¨®vil o al menos un sospechoso, pero las primeras conjeturas fallaron. Efectivamente, Manfred Meisel era un empresario afortunado. De hecho, manejaba a diario mucho dinero al contado. Sin embargo, quienes sembraron su casa de cad¨¢veres no se llevaron ni una peseta.
Manfred Meisel yac¨ªa muerto en la sala de incubadoras. En el bolsillo de su pantal¨®n hab¨ªa 200.000 pesetas. Nadie las toc¨®. Su cuerpo no ten¨ªa huellas de haber sufrido violencia antes de que alguien le propinara dos tiros en la nuca. Es m¨¢s, en una de las mesillas de su dormitorio, justo al lado de donde descansaba el cuerpo de su hijo Patrick, permanec¨ªan intactas 400.000 pesetas en paquetes. Nadie abri¨® esa mesilla. Y en el interior de la caja fuerte de su chal¨¦, que no estaba sometida a medidas especiales de seguridad, hab¨ªa 50 millones m¨¢s. Todo ello sin contabilizar las joyas apenas ocultas en los armarios. Quienes perpetraron el triple crimen ni tocaron el dinero ni parecieron buscarlo.
Despu¨¦s de interrogar a cerca de 300 personas, de obtener 60 declaraciones, la polic¨ªa ten¨ªa la completa seguridad de que Manfred Meisel no ten¨ªa alguna cuenta pendiente con su pasado. No se sent¨ªa amenazado. No hab¨ªa adoptado medidas especiales de seguridad, aun cuando algunas de sus amistades se lo hab¨ªan recomendado. Viv¨ªa relajado, acompa?ado de cinco perros escasamente agresivos, sin darles excesiva importancia a los puntos d¨¦biles de su rutina: por ejemplo, cuando regresaba a su domicilio con la recaudaci¨®n obtenida en su negocio. Esa era una particularidad de su vida muy conocida por algunos de sus empleados. Si alguien quer¨ªa robarle, siquiera le habr¨ªa sido necesario asaltarle dentro de su domicilio. Bastaba con esperarle.
As¨ª que el dinero no parec¨ªa el m¨®vil. ?Un crimen por encargo?
?Qui¨¦n encargar¨ªa su muerte y por qu¨¦? ?Qu¨¦ necesidad habr¨ªa entonces de matar a su hijo y a una empleada? Si la rutina de Meisel era descuidada, si el encargo era matarle, ?por qu¨¦ no hacerlo de una forma m¨¢s sencilla, incluso simulando un robo? ?por qu¨¦ tanta violencia?
La polic¨ªa investig¨® el pasado de Meisel, su entorno y sus negocios. Puro protocolo. Investig¨® sobre todo su actividad relacionada con la cr¨ªa de aves ex¨®ticas, un comercio relacionado en ocasiones con importaciones ilegales. Meisel pose¨ªa especies de alto valor (algunas superaban los cinco millones de pesetas), y su proyecto era crear en el futuro un parque tem¨¢tico dedicado a las aves ex¨®ticas. Las compraba por parejas y las criaba en la finca anexa, pero todas las adquisiciones fueron legales, seg¨²n una investigaci¨®n especial que realiz¨® el Seprona de la Guardia Civil. Hab¨ªa invertido tambi¨¦n en inmuebles. No ten¨ªa deudas. No parec¨ªa tener enemigos.
Meisel estuvo casado y tuvo dos hijas con una primera mujer, de la que se hab¨ªa separado a?os atr¨¢s. Apenas quedaba alg¨²n v¨ªnculo de aquel matrimonio: fue un divorcio civilizado. Ninguno ten¨ªa cuentas pendientes con el otro. Meisel estaba casado con una segunda mujer, Diana Ritter. De esa uni¨®n hubo un hijo, Patrick, y un segundo en camino, porque Diana no estaba presente en el escenario del crimen por una casualidad: se hab¨ªa desplazado a Fr¨¢ncfort el d¨ªa anterior porque ten¨ªa consulta con el ginec¨®logo.
El viaje de su esposa levant¨® las primeras sospechas. Su ausencia y algunos detalles m¨¢s. La relaci¨®n entre Manfred y Diana ten¨ªa algunos puntos oscuros, sobre todo en lo concerniente a la fidelidad. Diana hab¨ªa sido empleada de Manfred cuando se conocieron: era una mujer muy ligada al mundo de la noche durante a?os. Manfred ten¨ªa relaciones espor¨¢dicas con una empleada del local, y Diana respond¨ªa con la misma moneda, pero hab¨ªa una diferencia: su amante, Sven Holder, era el hombre de confianza de Manfred en el negocio. La ecuaci¨®n c¨®nyuges m¨¢s amantes interes¨® a la investigaci¨®n y en esos dos personajes se centraron las pesquisas.
Diana estaba embarazada, pero cualquier especulaci¨®n sobre la paternidad de su hijo se despej¨® con una prueba: el hijo que esperaba era de Manfred Meisel, la v¨ªctima. Ambos estaban casados en r¨¦gimen de separaci¨®n de bienes. Sin embargo, al morir Manfred y su hijo, ella heredaba todo el negocio del marido. La investigaci¨®n en torno a las coartadas y los pasos de la pareja de amantes dio resultados negativos. No hab¨ªa ninguna prueba concluyente contra ambos, aun cuando los indicios los colocara en el papel de sospechosos. Adem¨¢s, hab¨ªa que dar respuesta a una pregunta: ?dar¨ªa una madre una orden de asesinato que afectara a su propio hijo de ocho a?os?
El caso entr¨® en v¨ªa muerta por falta de pruebas. El an¨¢lisis forense determin¨® que los asesinos pudieron ser dos personas, porque se encontraron dos huellas de pisadas diferentes en la casa, producto de la tierra mojada por la tormenta del d¨ªa anterior al crimen. Los asesinos lograron retirar dos de los cuatro casquillos de bala que emplearon para matar a Manfred y a la empleada. No hicieron lo mismo con los que causaron la muerte del ni?o: fueron hallados, uno en la pared y otro en la cabecera de la cama.
La mujer y su amante no ocultaron su relaci¨®n sentimental. De hecho, la mantuvieron despu¨¦s del crimen. Tuvieron un hijo de esa relaci¨®n. Sus tel¨¦fonos fueron intervenidos: si alguno era culpable, no cometi¨® errores con el paso del tiempo. En ese c¨ªrculo cerrado transcurrieron los a?os. El caso qued¨® como un crimen sin castigo.
Diez a?os despu¨¦s, la polic¨ªa alemana solicit¨® la detenci¨®n del amante. Se reabri¨® el caso y Sven Holder fue llamado a declarar. Al parecer, lleg¨® a revelar a terceras personas la autor¨ªa de los hechos durante una borrachera. Fue detenido e interrogado nuevamente hace un a?o, pero el juez no hall¨® pruebas para declararlo culpable.
Casi 11 a?os despu¨¦s de aquel triple crimen hay un polic¨ªa en Palma de Mallorca que se resiste a dar el caso por cerrado. "Queda un cabo suelto", dice. Este hombre, ya retirado de las tareas de investigaci¨®n por razones de edad, conf¨ªa en resolver el asunto. Sostiene que no fue un asesinato por encargo y que la madre no tuvo nada que ver en el asunto. "Quien fuera que lo hiciese", a?ade convencido, "fue a robar, pero el asunto se complic¨®".
?Por qu¨¦ se complic¨®? El escenario del crimen responde a una pregunta: ?Qui¨¦n muri¨® primero?
El an¨¢lisis forense determin¨® que los asesinos entraron por el edificio anexo. Se encontraron primero con la empleada. La ataron y amordazaron, pero no la mataron. Su cad¨¢ver mostraba huellas de ataduras: fue la ¨²nica persona que sufri¨® una violencia previa a los disparos mortales.
Posteriormente, los asaltantes entraron en el chal¨¦. Por la cocina. Por el estado en el que estaban las cosas, debieron de llegar primero al sal¨®n, donde se encontraba Manfred Meisel viendo la televisi¨®n. No hubo violencia en aquel lugar. Puede que asaltantes y v¨ªctima hablaran. S¨ª est¨¢ claro que uno de ellos subi¨® a la primera planta hasta que se encontr¨® a un muchacho acostado en el dormitorio. El ni?o dorm¨ªa en el lazo izquierdo de la cama. El asesino se dirigi¨® por el lado derecho. "Si tuviera la intenci¨®n expresa de matarle, ?por qu¨¦ no hacerlo mejor dirigi¨¦ndose por el lado donde dorm¨ªa?", explica el polic¨ªa. En el lado derecho estaba el tel¨¦fono. Desprendi¨® el cable. Quiz¨¢s no pensaba hacer otra cosa, "pero el chaval debi¨® despertarse o asustarse. Lo que es evidente es que, desde ese lado, el asaltante le propin¨® dos tiros en la sien". No hubo tiros en la nuca. Tampoco se utiliz¨® un almohad¨®n para amortiguar el ruido de los disparos. "Es m¨¢s", a?ade el polic¨ªa, "el autor cogi¨® un almohad¨®n de ese dormitorio y lo debi¨® bajar a la planta baja. Lo sabemos porque ten¨ªa alguna salpicadura de la sangre del ni?o".
Seg¨²n esta interpretaci¨®n, la muerte del ni?o fue un imprevisto. "Quiz¨¢s lo que iba a ser un robo termin¨® en un asesinato, y los asaltantes improvisaron: decidieron no dejar testigos y abandonar el lugar".
A partir de ese momento, las pruebas periciales s¨®lo muestran que Manfred Meisel fue conducido al edificio anexo. ?Era consciente de que acababan de matar a su hijo? Lo evidente es que fue trasladado sin violencia hasta la sala de incubadoras, donde la empleada estaba maniatada. Y all¨ª, s¨ª, con el almohad¨®n de por medio, alguien los liquid¨® fr¨ªamente: dos disparos en la nuca para cada uno. -
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