El camarero de Sartre
Zapatero dijo que la cifra del paro de agosto era "objetivamente" mala y muchos medios de comunicaci¨®n dieron entidad de noticia a estas palabras. Que la prensa haya entendido esta obviedad del presidente como una declaraci¨®n relevante significa que est¨¢ asentada en la opini¨®n p¨²blica la idea de que Zapatero pudo haber dicho lo contrario. Es el lastre con que carga el presidente, fruto de su obsesi¨®n en minimizar la crisis. Todas sus declaraciones est¨¢n ahora bajo sospecha.
Hace demasiado tiempo que casi todo pilla por sorpresa al presidente Zapatero. Le pill¨® por sorpresa el fin de la tregua de ETA. Le ha pillado por sorpresa la profundidad de la crisis, advertida desde todas partes. Le ha pillado por sorpresa la rebeli¨®n de Montilla y del PSC por la financiaci¨®n auton¨®mica. Le ha pillado por sorpresa la reacci¨®n de sus aliados tradicionales, que se vieron despechados al no ofrecerles un pacto de legislatura. E incluso le ha pillado por sorpresa el giro t¨¢ctico de Mariano Rajoy, despu¨¦s de la derrota electoral. Y cuando se acumulan tantas sorpresas es que algo no funciona en las terminales que conectan al gobernante con la cruda realidad.
Se intenta suplir una l¨ªnea pol¨ªtica clara por un rosario de propuestas diversas y deslavazadas
Cuando un gobernante no anticipa los escenarios que se le ponen por delante, la prevenci¨®n de los problemas falla y los conflictos estallan con un ruido que no era forzosamente inevitable. Con una valoraci¨®n m¨¢s adecuada de la tempestad que se avecinaba, probablemente Zapatero no habr¨ªa prometido los famosos 400 euros en campa?a que han resultado un dispendio bastante in¨²til, en tiempos que no est¨¢n para regalos. Con una mirada m¨¢s realista sobre el entorno, quiz¨¢s se hubiese dado cuenta de que era mejor hacer algunas concesiones al principio para alcanzar acuerdos de legislatura con los nacionalismos perif¨¦ricos, que tener que negociar ahora, en plena crisis, un d¨ªa a d¨ªa parlamentario cada vez m¨¢s cuesta arriba para el Gobierno. Con un mejor reconocimiento de lo que pasa en Catalu?a, hubiese podido plantear el debate de la financiaci¨®n auton¨®mica desde una mayor complicidad con sus hermanos catalanes y no estar¨ªa quiz¨¢s la situaci¨®n tan envenenada ahora. Pero Zapatero dedujo de su aplastante victoria en Catalu?a que ten¨ªa licencia para hacer lo que quisiera. Y quiz¨¢s un d¨ªa pague este error. Y si hubiese anticipado el desenlace de la crisis del PP, quiz¨¢s no habr¨ªa perdido dos meses, columpi¨¢ndose en su ¨¦xito y perdonando la vida a sus adversarios, sino que hubiese acelerado el ritmo de la acci¨®n gubernamental para que Rajoy no se encontrara con un regalo impagable para su estrategia de oposici¨®n: la par¨¢lisis del Gobierno. Y todo esto porque, en los planes de Zapatero, no cab¨ªa una crisis en Espa?a. Se conoce que en la psicopatolog¨ªa del optimista irredento, los problemas no son tales porque se da por supuesto que tarde o temprano la realidad se acabar¨¢ adaptando a sus fantas¨ªas.
Se dice que la econom¨ªa acaparar¨¢ todo el protagonismo en los pr¨®ximos meses. Y, probablemente, es verdad. Pero aunque la pregunta sea la econom¨ªa, la respuesta tiene que ser pol¨ªtica. Y para ello no sirve llevar al Parlamento cada dos meses una nueva lista de medidas de choque, muchas de ellas de larga implantaci¨®n y de efectos dif¨ªciles de percibir. Por muy extenso que sea el listado, se impone la sensaci¨®n de que se intenta suplir una l¨ªnea pol¨ªtica clara y explicable m¨¢s all¨¢ de sus concreciones t¨¦cnicas, por un rosario de propuestas diversas y deslavazadas de dif¨ªcil transmisi¨®n a la opini¨®n. La pol¨ªtica es proyecto. Es capacidad de indicar a los ciudadanos alguna direcci¨®n. En tiempos dif¨ªciles, a veces, una medida dura e impopular pero efectiva y comprensible para todos da m¨¢s apoyo y confianza al gobernante que mil ejercicios ret¨®ricos intentando edulcorar la realidad.
La sociedad medi¨¢tica es muy exigente con los pol¨ªticos. Y estos tienden a ganar espacio gesticulando y sobreactuando permanentemente. Demasiadas veces detr¨¢s de cada gesto lo que hay es un mayor alejamiento de la realidad. A veces, Zapatero me recuerda al camarero de Sartre. En un caf¨¦ parisino, Sartre observa al chico que sirve las mesas: "Tiene un gesto vivo y sostenido, un poco demasiado preciso, un poco demasiado r¨¢pido, va hacia los consumidores con un paso un poco acelerado, se inclina con demasiada prisa, su voz, sus ojos expresan una solicitud excesiva por lo que ordena el cliente, en fin, aqu¨ª est¨¢, tratando de imitar en su acci¨®n el rigor inflexible de alg¨²n aut¨®mata, mientras lleva su bandeja con la temeridad del son¨¢mbulo". "Toda su conducta parece un juego", subraya Sartre. "Pero, ?a qu¨¦ juega? No hay que observarle mucho para darse cuenta: juega a ser camarero". Es el ejemplo que Sartre utiliza para explicar lo que ¨¦l llamaba la mauvaise foi.
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