El poder de la m¨¢scara
What a cute dress, qu¨¦ vestido tan cuco, escucho decir a una turista norteamericana frente a la figura en barro cocido del dios azteca Xipe Totec, que luce, en efecto, m¨¢scara sobre el rostro y trajecito de flecos ajustado a la espalda con tiras cruzadas. Enseguida veo que la se?ora palidece cuando lee la explicaci¨®n seg¨²n la cual Xipe Totec -"Nuestro Se?or Desollado"- se cubre con la piel de sus v¨ªctimas humanas. Si uno se fija, al cuco trajecito de flecos le cuelgan las manos, los pies y los genitales de alguien que no es precisamente el dios, o sacerdote, que lo lleva puesto. Sucede que en la compleja y apabullante teolog¨ªa azteca, donde no hay divisiones entre el bien y el mal que simplifiquen las cosas para el creyente de entonces o para el antrop¨®logo de ahora, brilla con luz ambivalente ese misterium tremens et fascinans que es el Xipe Totec, cuya m¨¢scara representa tanto a la v¨ªctima como al victimario, tanto al dios como al sacrificado. Se sabe que al esclavo o cautivo que habr¨ªa de ser desollado se le otorgaban privilegios de pr¨ªncipe durante el periodo anterior a su sacrificio: manjares, mujeres, flores, ba?os de agua tibia. Se le trataba como a un dios porque, en efecto, se le consideraba un dios. Tras el desollamiento, un sacerdote se cubr¨ªa con la piel obtenida, y con ella cosida cara sobre cara y parte sobre parte, deb¨ªa permanecer durante veinte d¨ªas con sus noches, encarnando al dios y en calidad de tal recorriendo las calles, donde era objeto de obsequios y reverencias por parte de la poblaci¨®n que lo veneraba. Hasta que empezaba a apestar, a llenarse de gusanos y moscas, a padecer lo indecible bajo el pellejo que se endurec¨ªa. Entonces el dios suscitaba horror, provocaba n¨¢useas y era repudiado y apartado a palos. Pero no por eso dejaba de ser un dios; sobrenatural y divino gracias a su m¨¢scara de inmundicia. Pasados los veinte d¨ªas, regresaba al templo donde era despojado por otros sacerdotes de su atuendo atroz y cuidadosamente lavado, y s¨®lo entonces recuperaba existencia humana.
Superbarrio G¨®mez es un hombre enorme y amable, un veterano luchador social sin pizca de ingenuidad
M¨¢scara: poderosa palabra de etimolog¨ªas cruzadas, todas ellas alusivas a los inasibles ires y venires del alma, car¨¢cter o personalidad: en ¨¢rabe m¨¢scara significa buf¨®n; persona es la palabra griega que significa m¨¢scara; personne en franc¨¦s significa nadie mientras que en espa?ol persona significa alguien. Espejo de doble faz, la m¨¢scara esconde al ser que por adentro somos, mientras que hacia fuera revela nuestra representaci¨®n ante los dem¨¢s. O como la define Octavio Paz, "por una parte es un escudo, un muro. Por otra, un haz de signos". El M¨¦xico de hoy es un pueblo dado a la tarea monumental y apasionante de transferir el significado de sus antiguas m¨¢scaras de sacrificio cruento a c¨®digos incruentos de convivencia posible, y d¨ªa a d¨ªa produce nuevas m¨¢scaras a trav¨¦s de las cuales domestica viejos mitos sin asfixiarlos, dejando atr¨¢s la sangre pero rescatando un hilo vivo de significado que une el presente con el pasado, lo laico con lo sagrado, lo ind¨ªgena con lo espa?ol, o adulto con lo infantil. ?C¨®mo lo logran los mexicanos? A punta de colorido, vocaci¨®n popular, o¨ªdo para escuchar el zumbido del mito en medio del estr¨¦pito urbano, mucha imaginaci¨®n y un extraordinario sentido del humor.
"Mi m¨¢scara es mi alma y mi personaje es mi sombra", dijo alguno de los grandes de la lucha libre, o deporte del costalazo, que en M¨¦xico es un culto y una pasi¨®n popular, una suerte de misa laica que podr¨ªa verse como representaci¨®n bufa de los arcaicos ritos sacrificiales. La peor humillaci¨®n para el perdedor es que le arranquen la m¨¢scara descubri¨¦ndole la cara, o que le corten la cabellera y lo dejen pel¨®n. El primero de los grandes en perder la m¨¢scara -en su caso de ribetes blancos contra fondo negro- fue el inmortal Black Shadow, reconocido por su agilidad de goma e inventor de c¨¦lebres llaves como la leonesa, la shadina y la mortal alejandrina. La mala hora le cay¨® en 1952, cuando debi¨® enfrentarse a su archienemigo el invencible Santo, tambi¨¦n conocido como Enmascarado de Plata, en un encuentro que impuso r¨¦cord de taquilla en la arena Coliseo del Distrito Federal, donde tras noventa hist¨®ricos minutos de combate, el Santo se impuso y le arranc¨® la m¨¢scara. Deshonroso momento para cualquier luchador, que con gesto adolorido y humillado se ve forzado a exponer su cara al desnudo, rev¨¦s que acaba con la carrera de no pocos: revelada la inc¨®gnita, destruido el luchador. No fue el caso de Black Shadow. Sucedi¨® que bajo su m¨¢scara apareci¨® un galanazo tipo latin lover que se irgui¨® orgulloso y se pase¨® por el ring exhibiendo unos ojos so?adores, una mand¨ªbula viril, un fino bigotito a lo Pedro Infante y una sonrisa blanca que rindieron de amor al p¨²blico, con el resultado de que el gran Shadow no s¨®lo pudo seguir luchando a cara limpia, sino que de ah¨ª en adelante goz¨® de un prestigio a¨²n mayor.
Superbarrio G¨®mez se hizo famoso en los ochenta a lo largo y ancho de Ciudad de M¨¦xico como sobrenatural y todopoderoso defensor de los pobres. Si en el primer mundo es necesario ir al cine para ver superh¨¦roes, en M¨¦xico basta con top¨¢rselos por la calle, as¨ª que busco una cita con ¨¦l. Me dice el contacto que no va a ser f¨¢cil porque hace rato que nadie lo ha vuelto a ver; salvo apariciones cada vez m¨¢s espor¨¢dicas, se ha refundido en el anonimato y se lo ha tragado la gran ciudad. ?Vendr¨¢? ?No vendr¨¢? ?Existir¨¢ de veras? ?Ser¨¢ pura invenci¨®n? Mis dudas son infundadas: Superbarrio llega puntual al lugar convenido. Es un hombre enorme y amable, un veterano luchador social sin pizca de ingenuidad pese a llevar el rostro oculto bajo una m¨¢scara y el cuerpo apretado entre una trusa como la de Super Rat¨®n. Inicio la entrevista pregunt¨¢ndole por su origen y me cuenta de una cierta iluminaci¨®n durante la cual vio destellos rojos y amarillos, se encontr¨® luciendo el extra?o traje bicolor y escuch¨® un mandato que sal¨ªa de la nada: "T¨² eres Superbarrio, defensor de inquilinos pobres y azote de caseros voraces y autoridades corruptas, as¨ª que ponte en acci¨®n". Lo interrogo acerca de su m¨¢scara y me responde que obedece a lo que ¨¦l llama el principio Fuenteovejuna: adquisici¨®n de atributos, protecci¨®n de la colectividad en contra de los beneficios individuales, rostro de todos y de ninguno. De la capa me dice que tiene connotaciones de vuelo y de ubicuidad. Despu¨¦s de explicarme c¨®mo est¨¢n organizados los comit¨¦s de barrio y de hacerme un recuento de la lucha por la vivienda a ra¨ªz del terremoto que ech¨® por tierra a media Ciudad de M¨¦xico en 1986, me confiesa, "yo soy hijo del Temblor, sal¨ª de una de las grietas que por esos d¨ªas se abrieron". ?Y entonces el cuento de las luces rojas y amarillas?, le pregunto. ?Cu¨¢l de las dos versiones es cierta? Las dos, me responde, las dos. Ante su arrastre popular, fueron surgiendo superamigos que conformaron junto con ¨¦l La Legi¨®n de la Justicia y que adoptaron su m¨¦todo de combatir al enemigo en rings de lucha libre improvisados en plena calle: Superbarrio versus el Casero Culero; El Ecologista Universal versus Contaminaci¨®n Infernal; Superanimal versus Matador; Supergay, con su resplandeciente capa color arco iris, versus Homofobia. ?Su momento de gloria? "La gran fiesta de quince", me responde despu¨¦s de pensarlo un poco, y me explica que en M¨¦xico se le da gran importancia al tr¨¢nsito de las ni?as de la infancia a la juventud-. "De todos lados me llamaban para que fuera padrino de las quincea?eras. Pero resolv¨ª que mejor hacer una fiesta masiva en medio de una plaza para que pudieran concurrir todas juntas. Conseguimos unos pastelotes enormes, les llevamos orquestas y yo bail¨¦ con cada una de ellas". ?Y el peor momento? "Cuando se pas¨® el momento", responde sin titubear. "Me cay¨® encima el desgaste, ya no era sorpresa, me fui volviendo predecible, cada vez menos pol¨ªtico y m¨¢s folcl¨®rico, as¨ª que opt¨¦ por el repliegue". ?Conserva el traje? "C¨®mo no, lo tengo escondido y lo saco de cuando en vez, por ejemplo hoy".
Superbarrio fue el inventor de varias consignas que han hecho historia. Una de ellas, "la hoz y el martini". La otra, "todos somos Superbarrio", que transformada en "todos somos Marcos" ser¨ªa heredada, a?os despu¨¦s, por el m¨¢s c¨¦lebre de los enmascarados, all¨¢ en la selv¨¢tica Chiapas. Tambi¨¦n al Subcomandante Marcos se le ha pasado el momento, pero a diferencia de Superbarrio, no se da por aludido e insiste en andar por ah¨ª bajo su pasamonta?as negro, pese a que muchos mexicanos, de los que hasta hace poco lo admiraban y apoyaban, han dado en llamarlo el Cabeza de Media. La m¨¢scara hace al h¨¦roe, siempre y cuando sepa quit¨¢rsela a tiempo. Quiz¨¢ por eso el Guas¨®n de la pel¨ªcula de Nolan ofrece dejar de asesinar a cambio de que Batman se quite la suya y muestre la cara. Y si hasta la ficticia ciudad de Gotham merece un h¨¦roe serio, tanto m¨¢s se lo merece Chiapas. Y Marcos fue serio. Fue serio cuando a trav¨¦s de ¨¦l los ind¨ªgenas pudieron reclamar justicia ante el mundo, momento en que se le reconoci¨® masivamente como s¨ªmbolo de la resistencia y del cambio, y por tanto momento propicio para haberse quitado p¨²blicamente la m¨¢scara. Lo cual quer¨ªa decir llevar al movimiento hacia la legalidad, cambiar las armas por la lucha pol¨ªtica, dejar de sacarle el cuerpo al poder y asumir su conquista como ¨²nica ¨¦tica posible en materia de pol¨ªtica. Pero quiz¨¢ le pas¨® como a los luchadores, que temen perder la cara al quitarse la m¨¢scara y quedarse sin sombra al disolver al personaje. Y sucedi¨® justamente al rev¨¦s: la m¨¢scara se le peg¨® a la cara, lo ahog¨® y lo suplant¨®, y por eso el humor de los mexicanos, que no perdona, lo ha bautizado tambi¨¦n el Cara de Trapo.
M¨¦xico, pa¨ªs de extrema tensi¨®n mitol¨®gica donde lo sacralizado salta, como chispa, donde quiera que tocas, resulta herm¨¦tico si no se tiene en cuenta el significado de sus muchas m¨¢scaras, tanto las de ayer como las de ahora. Esto puede sonar mal a los o¨ªdos de un mundo contempor¨¢neo que se precia ante todo de vivir una realidad desacralizada. A m¨ª, por el contrario, me asombra y me seduce, y mil veces me quito el sombrero ante este M¨¦xico urbano e industrial que se da ma?as para conectarse, hasta la ¨²ltima gota de cemento, con los poderosos contenidos m¨ªticos de su pasado. -

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