Merengue mundano, aliento divino
El dominicano Juan Luis Guerra convoca con sus cl¨¢sicos a 14.000 fieles
No es Chris Martin, ni siquiera en versi¨®n caribe?a, pero comparte con ¨¦l algunas caracter¨ªsticas insospechadas. El poder de convocatoria, por ejemplo.
Cuatro noches despu¨¦s de que el l¨ªder de Coldplay hiciera levitar a 15.000 almas en el Palacio de Deportes, lleg¨® otro grandull¨®n de uno noventaytantos a dislocar las cinturas de un aforo muy similar (14.000). Empate curioso en cuanto a capacidad de seducci¨®n entre el pop-rock brit¨¢nico y el merengue dominicano, aunque a Juan Luis Guerra no se le podr¨¢ negar el m¨¦rito de socializar su triunfo mucho m¨¢s que el marido de Gwyneth Paltrow: su banda de toda la vida, Los 440, cuenta en la actualidad con 17 integrantes, entre ellos cuatro percusionistas, tres coristas y una secci¨®n de metales de cinco m¨²sicos. Eso si las matem¨¢ticas no se nos han atragantado, que aquello, en vez de un escenario, parec¨ªa la junta de vecinos.
A sus 51 a?os, el artista prefiere seguir haciendo honor a su apellido
A Juan Luis Guerra le dimos por desaparecido en combate durante a?os. No es que le diluviara caf¨¦, sino que las musas le dieron plant¨®n. Entre la crisis de ansiedad y la de identidad, amaneci¨® un d¨ªa sin saber en qu¨¦ pa¨ªs acababa de dormir y comprendi¨® que aqu¨¦l era el momento de echar el freno.
El cantante dominicano sustituy¨® los ansiol¨ªticos por el confesionario y, mira t¨² qu¨¦ suerte, le funcion¨®. A cambio, le compuso a Dios un disco completo, Para ti, de ¨¦sos que sirven para ganarse el cielo pero constituyen, con todos los respetos, una penitencia para el com¨²n de los mortales.
Ahora ha retomado el discurso habitual de merengue, salsa, bachata y balada sentimental, pero casi nadie parec¨ªa saberse las canciones de su ¨²ltimo disco, La llave de mi coraz¨®n.
Dense un garbeo por el Madrid dominicano, ese Caribe en miniatura que se extiende entre la calle de Bravo Murillo y la glorieta de Cuatro Caminos, y comprobar¨¢n que Juan Luis ya no figura en las oraciones de sus paisanos, m¨¢s interesados en las travesuras musicales de Luis Segura o Blas Dur¨¢n.
Por eso mismo, cuando el hombre de la visera oscura pregunt¨® anoche cu¨¢ntos espa?oles hab¨ªa en la sala, el 80%por ciento del gallinero se dio por aludido. Los mismos que tres lustros atr¨¢s ya bailaban Ojal¨¢ que llueva caf¨¦, La bilirrubina, Buscando visa para un sue?o, El costo de la vida y dem¨¢s cl¨¢sicos de la ¨¦poca gloriosa. Ah, qu¨¦ tiempos.
Podr¨ªa haberlo dejado ah¨ª, pero Guerra prefiere, a sus 51 a?os, seguir haciendo honor a su apellido. La nostalgia de aquellos a?os m¨¢s inspirados le llega, por el momento, para mantener viva la llama. Pero sobre el escenario ayer no sedujo ni por bailongo (¨¦l mismo admite que lo de agitar las caderas se le da regular) ni por buen comunicador. Y adem¨¢s, si ya nunca fue demasiado voluptuoso a la hora de escribir sus letras, ahora lo es todav¨ªa menos.
Eso s¨ª: juega con la ventaja, como en la canci¨®n de Dylan, de tener a Dios de su lado. Y esa conexi¨®n c¨®smica funciona; sin ir m¨¢s lejos, esta cr¨®nica ronda las 440 palabras, a modo de gui?o mundano y celestial. Esperemos que a San Pedro le hagan llegar el recorte.
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