Memoria de Adriano
No es el de Yourcenar. No es, tampoco, el de la Historia con may¨²sculas. No es, ni con mucho, mundialmente omnipresente como otros. Pero ah¨ª sigue, concitando una incombustible red internacional de fieles, contados pero extendidos por todo el globo. Ese tipo de fen¨®menos me fascinan. ?C¨®mo explicarlos? Pues haciendo un poco de memoria: cuando, con Loquillo, form¨¦ Los Trogloditas para sacar adelante una m¨²sica rock (que entonces se consideraba casi cultura) lo que lo hizo estimulante fue armonizar las dicotom¨ªas que nos enfrentaban: a ¨¦l le gustaban la lluvia, el country, las historias de la mafia y las hamburguesas. A m¨ª, la playa, el blues, los detectives de Chandler y la cocina francesa. Por supuesto, ten¨ªamos tambi¨¦n devociones comunes: la fuerza y veracidad de Elvis, la suavidad desapegada de Sinatra, el sonido el¨¦ctrico o el modo en que los personajes de Ian Fleming trataban el lujo y a las se?oras. Pero, cuando volv¨ªamos la vista a la m¨²sica europea, las dicotom¨ªas volv¨ªan a imponerse. ?l miraba hacia Francia y yo, revolc¨¢ndome en arena de playa, miraba hacia Fellini, Jimmy Fontana, una lacrima sul viso, Bobby Solo o Paolo Conte. Y entonces ah¨ª, para so?ar surfs imposibles sobre el mediterr¨¢neo, estaba adem¨¢s Adriano Celentano.
A quienes crean que el neorrealismo italiano es s¨®lo un tost¨®n propio de ¨¦pocas de posguerra recomiendo que se adentren en el humor cruel y entra?able de delirios como Milagro en Mil¨¢n. Deben seguir luego por la senda de la sensual y desesperada La dolce vita de Fellini. All¨ª, en medio, encontrar¨¢n a Celentano bailando un espasm¨®dico rock and roll con su mand¨ªbula prognata. Hay que escucharlo tambi¨¦n cantando la impagable Il tangaccio, una f¨¢bula sobre c¨®mo perder chicas, irresistible y psicotr¨®nica, un h¨ªbrido entre tango y rock que s¨®lo puede coserse dando aullidos a grito pelado. O saltando de Woman in love (?ah¨ª est¨¢ Mankiewicz, nada menos que Mankiewicz!) a Rock around the clock. Es una verdadera fuerza de la naturaleza, mezclada con un humor sutil¨ªsimo, y un gran defensor de canciones de Paolo Conte.
En Italia es una verdadera leyenda. El a?o pasado, anunci¨® que iba a hacer un disco y romper un silencio de tres a?os. Los compositores hicieron cola ante su puerta. Si hubiera sido m¨¢s joven o m¨¢s valiente, creo que yo mismo me hubiera embarcado para presentarme, sin ning¨²n fundamento, a la competici¨®n. Quiz¨¢ s¨®lo porque el barco que parte cada semana para G¨¦nova desde Barcelona es de una compa?¨ªa de nombre evocador y sugerente: la Grandi Naviera Veloce. El disco (Duerme, amor, la situaci¨®n no es buena) fue glorioso y puede encontrarse en iTunes aunque no lleg¨® a salir a la venta en Espa?a.
No importa. El culto a Celentano seguir¨¢, infatigable, subterr¨¢neo y secreto. En el fondo, un poco de ese mundo fue lo que toda una generaci¨®n quisimos conciliar con el sonido el¨¦ctrico de hard rock que nos seduc¨ªa. Por razones como ¨¦sa existi¨® un rock europeo. Si sedujo a gentes separadas de ¨¦l por m¨¢s de veinte a?os (adolescentes inmunes a hipnosis dise?adas con m¨¢s presupuesto) no veo por qu¨¦ no puede seguir haci¨¦ndolo. Celentano no calla. En su p¨¢gina web (www.clancelentano.it/), ¨¦l mismo escribe un blog. En Venecia presenta restauraciones de sus filmes y entrega premios. Envejecer, a fin de cuentas, result¨® no ser tan grave.
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