El prodigio invisible
Por azar y a deshoras, casi de madrugada, buscando pel¨ªculas por los canales digitales, encuentro en TCM, ya empezada, una obra maestra; una obra maestra desconocida, que no ha visto casi nadie, que nunca se estren¨®, El mundo sigue, de Fernando Fern¨¢n-G¨®mez. Sin saber a¨²n lo que estoy viendo me quedo hechizado: una escena dom¨¦stica, en un piso pobre de Madrid hacia los primeros sesenta, un interior rancio de la postguerra que no acababa nunca; un hombre joven, beato y enlutado, con el aire de aquello que se llamaba entonces "apostolado seglar"; un viejo de aire calderoniano que resulta ser guardia de la porra; ni?os pelones de pantal¨®n corto, flequillo recto y piernas flacas; un comedor escaso en el que se ve, se roza, la penuria digna del quiero y no puedo, abierto a una azotea que da a los tejados con campanarios de esa capital de provincias que est¨¢ disimulada en medio de Madrid. En pocos minutos cada personaje tiene ya su vida. Sutilmente la pel¨ªcula va retratando los espacios y las hablas de cada clase social, va paseando su espejo por los lugares donde vive, trabaja, se esconde la gente, desde una casa de modas que en realidad es un prost¨ªbulo encubierto hasta una calle de suburbio que ya es medio campo y medio pueblo manchego; desde las plazas del centro a¨²n no desertadas por las nubes de ni?os que juegan hasta los bares de hosca sordidez masculina donde los clientes fuman asediando con la mirada a las mujeres que pasan, escuchan los resultados del f¨²tbol en la radio y se limpian con un palillo los dientes insalubres. Por una escalera sombr¨ªa de casa de vecinos con pelda?os de madera sube ansiosamente una mujer joven atravesando como una niebla sus recuerdos de ni?a. Los tranv¨ªas circulan por bulevares adoquinados en los que a¨²n perduran las dobles filas de ¨¢rboles que ser¨¢n talados unos pocos a?os m¨¢s tarde, cuando esas perspectivas ahora tan limpias se llenen de coches. Los actores se parecen de verdad a las personas comunes a las que interpretan.
Durante cuarenta y cinco a?os, desde que Fern¨¢n-G¨®mez la rod¨®, 'El mundo sigue' ha sido una pel¨ªcula fantasma
Como sus personajes, ¨¦l aprendi¨® enseguida que aqu¨ª hasta los sue?os m¨¢s modestos se malogran
No hab¨ªa visto nunca esta pel¨ªcula; ser¨¢ muy dif¨ªcil que la vea de nuevo: busco su rastro por tiendas de Internet y ni siquiera est¨¢ editada en dvd. Tampoco creo que llegara a editarse en v¨ªdeo. Durante cuarenta y cinco a?os, desde que Fern¨¢n-G¨®mez la rod¨®, gast¨¢ndose en ella los pocos ahorros que ten¨ªa, El mundo sigue ha sido una pel¨ªcula fantasma, de la que a veces llegaba uno a ver fragmentos muy breves en un documental, fotogramas ilustrando alg¨²n art¨ªculo o alg¨²n libro de historia del cine espa?ol. Bastaba una sola imagen para advertir su dramatismo profundo, moldeado en un blanco y negro tenebrista, su singularidad, su rareza. Sucede lo mismo con la otra pel¨ªcula magistral y secreta de Fern¨¢n-G¨®mez, El extra?o viaje: basta ver un instante el aire de susto como de ni?os viejos perdidos en el bosque que muestran Rafaela Aparicio y Jes¨²s Franco para sentir que uno tiene delante eso tan poco habitual en el cine espa?ol, el misterio po¨¦tico de lo cotidiano, que se logra mostrando y a la vez ocultando, retratando con atenci¨®n y piedad la vida visible y sugiriendo el estremecimiento de lo que no se ve, de lo que no llega a decirse.
Pero la historia de El mundo sigue es todav¨ªa m¨¢s secreta, m¨¢s infortunada que la de El extra?o viaje. El extra?o viaje se rod¨® en 1961 y ni siquiera fue prohibida: nada m¨¢s verla terminada los productores decidieron, por un motivo que nadie le explic¨® al director, que no val¨ªa la pena exhibirla, y desapareci¨® sin rastro durante ocho a?os. Emergi¨® de nuevo en un cine de barrio de Madrid, en 1969, en un programa doble con una del Oeste, y lo m¨¢s normal habr¨ªa sido que a continuaci¨®n desapareciera de nuevo, esta vez para siempre. Si ahora tiene un lugar indudable en la historia melanc¨®lica del cine espa?ol es, como se sabe, por la casualidad de que el cr¨ªtico Jes¨²s Garc¨ªa de Due?as la descubriera en aquel cine perdido, como quien encuentra una pintura admirable y olvidada en el desorden de una chamariler¨ªa. En El tiempo amarillo, su hermoso libro de memorias, Fern¨¢n-G¨®mez cuenta el hallazgo, la cr¨ªtica entusiasta que se public¨® en Triunfo, el modesto ¨¦xito que tuvo entonces la pel¨ªcula. Lo cuenta con lejan¨ªa y gratitud, con mucho escepticismo, porque cuando algo que uno ha hecho tarda tanto en llegar al p¨²blico es casi como si no llegara, y el simple paso del tiempo hace que ya no importe demasiado.
Pero ni siquiera esa recompensa tuvo ¨¦l con El mundo sigue, aunque en las memorias tampoco se queja demasiado por su mala suerte, por su destino de invisibilidad. Pero que nadie la viera debi¨® de dolerle mucho m¨¢s de lo que reconoce, con ese pudor tan suyo que s¨®lo a veces se desbordaba en fragilidad y ternura, y que le hac¨ªa a uno sentir el deseo de protegerlo, de hacerle saber cu¨¢nto lo admiraba. La rod¨® por las tardes, ya que por las ma?anas trabajaba de actor en otras pel¨ªculas que no le importaban nada pero que le permit¨ªan subsistir. Y tuvo que poner en ella mucho m¨¢s apasionamiento del que reconoc¨ªa, porque de otro modo no habr¨ªa arriesgado insensatamente sus ahorros en ella, y porque en cada plano, en cada di¨¢logo, en la elecci¨®n de cada lugar, se nota un cuidado extremo, de los cinco sentidos, una decisi¨®n de contar la vida como es, como era entonces, arriesg¨¢ndose a lo inevitable, sabiendo que el precio de decir la verdad ser¨ªa muy probablemente el fracaso; y no s¨®lo por la brutalidad de los censores, sino por algo tal vez m¨¢s desolador, la indiferencia del p¨²blico, que rehuir¨ªa una pel¨ªcula en la que se mostraba la triste realidad de las cosas, no el lujo de la mentira sino la ruina hasta de los sue?os m¨¢s mediocres: el de esa mujer que fue reina de la belleza hace m¨¢s de diez a?os en una fiesta de barrio; el del camarero de bar que acierta una quiniela de catorce justo la semana en la que ha habido m¨¢s de quinientos acertantes.
Me acordaba mucho de Fernando viendo la pel¨ªcula, vi¨¦ndolo a ¨¦l con una chaquetilla sucia de camarero sin porvenir, rellenando quinielas, caminando al amanecer por las ¨²ltimas esquinas de un Madrid deshabitado. Hay algo muy suyo en El mundo sigue: su amor por el cine italiano y por la gran literatura realista; su tristeza espa?ola de hombre de buen coraz¨®n al que le toc¨® vivir en un pa¨ªs demasiado ¨¢spero, en una ¨¦poca, la Guerra Civil y la postguerra, en la que pudo ver de cerca el paroxismo sanguinario de la mala leche nacional. Como sus personajes, ¨¦l aprendi¨® enseguida que aqu¨ª hasta los sue?os m¨¢s modestos se malogran, y que el ¨¦xito, cuando se le ofrec¨ªa, ten¨ªa algo de mezquindad y de fraude. Quiero pensar que en el fondo de su alma ten¨ªa el orgullo secreto de haber hecho El mundo sigue, aunque no la hubiera visto nadie, aunque con los a?os a ¨¦l tambi¨¦n se le hubieran ido olvidando los detalles de la pel¨ªcula.
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