Rainer Maria Rilke: hasta el fondo de las rosas
La gran haza?a de Rainer Maria Rilke fue enamorar a todas las princesas, duquesas, marquesas y baronesas del imperio austro-h¨²ngaro y tambi¨¦n a sus respectivos maridos; ser invitado a sus castillos, palacios y residencias; dejar en ellas como pago s¨®lo unos poemas y que fuera ¨¦sa la forma en que sus nobles anfitriones se sintieran dignificados. Este hombre de ojos azules acuosos fue un poeta errante que iba de mansi¨®n en mansi¨®n, en Venecia, en Capri, en la Selva Negra, en Par¨ªs, en Roma, en Estocolmo, en Florencia, en San Petersburgo, en Duino y por dondequiera que pas¨® fue dejando tambi¨¦n un rastro de amores imposibles. La vida de Rilke la dividi¨® en dos un hecho banal: en 1906 se cort¨® la perilla pelirroja y se dej¨® el bigote estilo t¨¢rtaro que le acompa?ar¨ªa hasta la muerte. Ten¨ªa entonces 31 a?os. Era el momento en que la fama estaba llamando ya a su puerta y el poeta se preparaba para las fotograf¨ªas.
Hab¨ªa nacido en Praga, 1875, hijo de un militar frustrado, Josef Rilke, que acab¨® de funcionario de ferrocarriles, y de una madre, Sophie Entz, cuya cabeza estaba llena de delirios de grandeza, de armi?os y carnets de baile sin que lograra nunca aceptar su condici¨®n de clase media. De hecho se separ¨® muy pronto de su marido y se fue a vivir a Viena para rodearse del gran mundo de la corte y en Praga dej¨® a su hijo de nueve a?os vestido de ni?a con muchos lazos y puntillas a cargo del t¨ªo Jaroslaw, hermano del padre. Existen dudas de que Rilke llegara a superar este trauma, puesto que el odio a su madre le perdur¨® hasta la muerte aunque tal vez de ella hered¨® su amor a la nobleza. A expensas de su t¨ªo ingres¨® en la Academia Militar, en Moravia, pero fue un cadete enfermizo y tuvo que abandonar la carrera de las armas. Luego estudi¨® filosof¨ªa y derecho en la Universidad de Praga. Muy pronto tuvo conciencia de que su destino estaba en otra parte. Escrib¨ªa versos. S¨®lo se sent¨ªa poeta. Se hizo labrar un escudo familiar con dos lebreles rampantes y al amparo de una asignaci¨®n de 200 guldas de su t¨ªo levant¨® en primer vuelo y recal¨® en M¨²nich donde enseguida realiz¨® la primera captura. En una cervecer¨ªa conoci¨® a la condesa Franziska von Reventlow, una criatura bell¨ªsima y bohemia abandonada por la familia que vagaba sin rumbo en medio de la soledad. Rilke ensay¨® con ella su forma particular de conquista. Una primera aproximaci¨®n a trav¨¦s de la ternura, unos versos incandescentes y cuando la caza ya estaba entregada el poeta huy¨® sin dejar de inundarla de bellos recuerdos a trav¨¦s de cartas y mensajes, de regresos y partidas.
Poco despu¨¦s entr¨® en su vida una pieza de caza mayor. Lou Andreas-Salom¨¦, una rusa de San Petersburgo, casada con un catedr¨¢tico de lenguas asi¨¢ticas. Esta mujer se dedicaba a probar hombres de m¨¢ximo nivel, a sobrevolarlos, a enamorarlos y a abandonarlos sin dejar de hacerse inolvidable. Por su vida pasar¨ªan Nietzsche, Freud y Mahler, venados de catorce puntas. Ella y Rilke usaban la misma forma de amar. El poeta ten¨ªa 21 a?os cuando fue abducido por la personalidad de esta mujer libre, diez a?os mayor que ¨¦l. Entre los dos compusieron una pasi¨®n intelectual, una complicidad amorosa, y al mismo tiempo una sumisi¨®n atemperada por la admiraci¨®n y una locura andr¨®gina, que al final se transform¨®, como en otros casos, en una amistad est¨¦tica. Vivieron juntos. Viajaron a juntos. Ella llev¨® a Rilke a San Petersburgo, su patria, y despu¨¦s sucesivamente habitaron en refugios secretos y no se sabe qu¨¦ les produc¨ªa a ambos m¨¢s placer si encontrarse o buscar cada uno por su lado la soledad. Esa pasi¨®n fue manantial de muchos poemas amorosos. "Ap¨¢game los ojos y te seguir¨¦ viendo, cierra mis o¨ªdos y te seguir¨¦ oyendo, sin pies te seguir¨¦, sin boca te seguir¨¦ invocando".
Rilke pasaba de los altos salones a las pensiones de mala muerte en una lucha sobrehumana por convertir lo visible en invisible a trav¨¦s de sus poemas. En medio de la miseria, de pronto, recib¨ªa una invitaci¨®n. Pod¨ªa ser de Rodin en Par¨ªs, del que fue secretario, o de la condesa Giustina Valmarana de Venecia, a una de cuyas hijas hab¨ªa enamorado en un viaje anterior. En esta misma ciudad hab¨ªa tenido otras amantes, la primera de ellas Mim¨ª Romanelli que ya no se recuperar¨ªa nunca de los versos del poeta. Pero la llamada tambi¨¦n pod¨ªa venir de Berl¨ªn o de Hamburgo. All¨ª hab¨ªa arist¨®cratas que coleccionaban noches de Rilke y ¨¦l atend¨ªa a sus requerimientos. Acud¨ªa a la cita, pasaba unos d¨ªas, unas semanas, unos meses entre jardines y porcelanas y se hac¨ªa sangre en la soledad para liberar la profunda poes¨ªa que lo habitaba. As¨ª fue dejando atr¨¢s sus libros.
Pese a todas las fugas hubo un momento en que Rilke cay¨® casado. Fue con la escultora Clara Westhoff y s¨®lo convivi¨® con ella lo suficiente para que le naciera una hija. Lo suyo era rozarse con las amantes como con las alas de los ¨¢ngeles. Buscaba una mujer que fuera guardiana de su soledad. Por lo dem¨¢s el poeta s¨®lo necesitaba silencio. Clara le dio el silencio y la lejan¨ªa, como Lou Andreas-Salom¨¦, como la ni?a mendiga en las calles de Par¨ªs, Marthe Hennebert, a la que Rilke dio cobijo y educaci¨®n y enamor¨® antes de abandonarla. "Cuando se ama a una persona se desea siempre que se vaya para poder so?ar con ella", le dijo Marina Tsvet¨¢ieva, una escritora a la que tambi¨¦n hab¨ªa enamorado. "El amor vive en la palabra y muere en las acciones", le contest¨® Rilke. Otra vez las cartas, otra vez los recuerdos. La princesa Marie von Thurn und Taxis le cedi¨® el castillo de Duino, frente al Adri¨¢tico, y all¨ª escribi¨® Rilke sus eleg¨ªas.
Hubo un momento en que el editor Kippenberg se hizo cargo de toda su obra dispersa y le asegur¨® un estipendio regular al poeta. Ya hab¨ªa viajado a Egipto, se hab¨ªa extasiado en los templos de Luxor y en el Valle de los Reyes. Ahora segu¨ªa so?ando con Toledo. Un d¨ªa emprendi¨® ese viaje hacia el sur para saciarse con toda la m¨ªstica del Greco y huyendo del fr¨ªo de Castilla lleg¨® hasta Sevilla y Ronda donde se hosped¨® en el hotel Victoria.
La belleza y el espanto le persegu¨ªan adonde quiera que fuera y parec¨ªa huir siempre en busca de s¨ª mismo. Al sentirse enfermo de muerte la princesa Marie von Thurn le cedi¨® su mansi¨®n de Valois. Un Dios sin Cristo de intermediario le esperaba. Rilke fue un s¨ªmbolo de su tiempo. En medio de guerras y matanzas de una Europa que se despedazaba en una carnicer¨ªa este poeta ser¨¢fico trascendi¨® aquel espacio como un ser incontaminado impartiendo el don de la belleza. Muri¨® en la madrugada del 2 de enero de 1926 cuando todas las campanas del valle de Valois tocaban a misa. En su tumba fue grabado el epitafio que ¨¦l mismo se hab¨ªa escrito.
"Rosa, oh contradicci¨®n pura, alegr¨ªa
De no ser sue?o de nadie bajo tantos
P¨¢rpados".
Rodearon su tumba amantes enamoradas, viejos amigos, el editor Kippenberg y su mujer Khaterina y algunas gentes sencillas, que eran todas princesas.
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