Stalin revisado y corregido
El nacionalismo ruso rechaza el comunismo, da la espalda a todo racionalismo y se alimenta de ortodoxia religiosa. Los nazis, la guerra fr¨ªa y la oposici¨®n a Putin son hitos de la lucha contra la Rusia eterna
Si en Francia quedan viejos estalinistas de pura cepa, ¨¦ste es su momento de gloria: el reci¨¦n creado Instituto para la Democracia y la Cooperaci¨®n, nueva criatura de la propaganda de Putin dirigida a los franceses, va a estar dirigido por Natalia Narochnitskaya, historiadora y miembro de la Academia de Ciencias, ex diputada de la Duma y ex vicepresidenta de la Comisi¨®n de Asuntos Exteriores pero, sobre todo, conocida en Francia como autora de un libro como m¨ªnimo desconcertante, cuyo t¨ªtulo, ?Qu¨¦ queda de nuestra victoria? Rusia-Occidente: el malentendido, encubre una rehabilitaci¨®n ligeramente edulcorada de la ¨¦poca de Stalin o, en todo caso, del Stalin de la victoria de 1945.
Narochnitskaya dice que Lenin y el bolchevismo eran un rechazo del nacionalismo ruso
La autora piensa que la ampliaci¨®n de la OTAN al Este es como la vieja expansi¨®n pangermanista
Siempre es interesante tratar de comprender el punto de vista del otro. En este sentido, Narochnitskaya ofrece un ejercicio intelectual refrescante. El otro inter¨¦s del libro reside en el hecho de que expresa, pr¨¢cticamente al pie de la letra, el pensamiento de Putin y la nueva y poderosa corriente del nacionalismo casi m¨ªstico de la Rusia actual, un elemento que deber¨¢ tenerse en cuenta en las relaciones internacionales durante los pr¨®ximos a?os.
El libro examina punto por punto la historia de la antigua URSS y de relaciones con las democracias, y las afirmaciones que hace la autora son a menudo terminantes. Rehabilitar a Stalin es un ejercicio dif¨ªcil pero que no le asusta. "S¨ª, defiendo la victoria de la URSS comunista, aunque no simpatizo con la revoluci¨®n ni con todos sus demonios. Pero hago esta pregunta pol¨ªticamente incorrecta: ?qu¨¦ ocultan los esfuerzos de Occidente para convertir a Stalin en el peor criminal de todos los tiempos y todos los pueblos?". Stalin "ten¨ªa sin duda proyectos de hegemon¨ªa mundial", pero, en los a?os treinta y, sobre todo, en el periodo entre 1940 y 1950, se opuso a Occidente porque ¨¦ste "pretend¨ªa explotar la URSS y sus recursos". Y la denuncia que hizo Jruschov del culto a Stalin "conven¨ªa perfectamente a los intereses de Occidente". En cuanto a Lenin, la autora opina, no sin motivos, que es moralmente tan responsable como Stalin de la represi¨®n ejercida por la "justicia revolucionaria". S¨ª, hay que olvidarse definitivamente del "revisionismo" de Gorbachov y Yeltsin, que "aullaron sobre las tumbas de sus padres".
A diferencia de los filocomunistas que a¨²n existen en la izquierda occidental, a Narochnitskaya todas las palabras duras le parecen pocas para referirse a los padres del marxismo y a los bolcheviques, porque hay que saber que "el desprecio hacia la naci¨®n rusa tiene sus or¨ªgenes en Engels", cuya misi¨®n era, como hoy la de Occidente, "empujar a los polacos contra Rusia". La autora nos recuerda que los revolucionarios de 1917 no desde?aron que les financiara en parte Inglaterra, con los 21 millones de rublos de Lloyd George, ni "de los 5 a 40 millones de marcos solicitados por el Ministerio alem¨¢n de la Guerra a su Ministerio de Finanzas". En resumen, la revoluci¨®n hac¨ªa el juego a las potencias extranjeras interesadas en crear el caos en Rusia.
Es dar la vuelta a toda la historia tal como la conocemos. Los rusos actuales, explica la autora, condenan las represiones "totalmente injustificables" de la ¨¦poca revolucionaria, pero creen que la demonizaci¨®n de Stalin, su asimilaci¨®n con Hitler, es una maquinaci¨®n destinada a desacreditar la propia Victoria (la autora utiliza siempre may¨²scula y a menudo habla de la Gran Victoria). Una Victoria que permiti¨® el restablecimiento de la Rusia hist¨®rica, la recuperaci¨®n de las adquisiciones de Pedro el Grande, precisamente lo que Occidente no pudo soportar. Y ese punto crucial es en el que la autora y los rusos nacionalistas de hoy condenan a todos los bolcheviques. Porque "Lenin era occidentalista y el bolchevismo era una forma de rechazo de todo lo que era nacionalismo ruso". En este orden de ideas, Narochnitskaya emprende incluso cierta rehabilitaci¨®n de los rusos blancos, que, lejos de ser los malos de la historia, "estaban firmemente apegados al mantenimiento de una Rusia unida", mientras que los bolcheviques estaban dispuestos a "vender los territorios".
Hay una serie de motivos a los que se suele aludir para explicar el pacto Hitler-Stalin -o, mejor dicho, Molotov-Ribbentrop- de 1939, en especial la necesidad de Stalin de restaurar un estado mayor que ¨¦l mismo hab¨ªa diezmado, pero, seg¨²n la autora, tambi¨¦n se explica, en parte, por la larga historia de las relaciones ruso-polacas, puesto que, por no hablar m¨¢s que del siglo XX, el contencioso entre Rusia y Polonia se remonta al Tratado de Versalles. En 1918, gracias a dicho tratado, los ej¨¦rcitos polacos se apoderaron de la ciudad ucraniana de Lvov y en 1919 Pidulsky march¨® sobre Kiev, donde se hizo coronar con el nombre de Vladislav IV, sin ocultar su sue?o de entrar en Mosc¨² como en 1612. Gracias a Versalles, se restablecieron Polonia, Finlandia, Lituania, Letonia y Estonia, en detrimento del imperio ruso. "Polonia se convirti¨® en el principal enemigo de Rusia y eso no se tiene suficientemente en cuenta al analizar el Pacto Molotov-Ribbentrop", escribe Natalia Narochnitskaya. El "supuesto reparto de Polonia" acordado en dicho pacto no se debi¨® m¨¢s que a las constantes agresiones por su parte.
?Por qu¨¦ el pacto entre Hitler y Stalin sigue todav¨ªa hoy demonizado y considerado como el preludio a la II Guerra Mundial, y no as¨ª M¨²nich, que se ve m¨¢s bien como un simple error de juicio, se indigna Narochnitskaya, cuando es evidente que los acuerdos de M¨²nich de septiembre de 1938 no dejaron a Rusia m¨¢s que la perspectiva de enfrentarse en solitario a la expansi¨®n nazi en Europa oriental?
Este alegato en defensa de una rehabilitaci¨®n de la historia de la URSS es interesante porque condena de forma violenta el bolchevismo puro y duro y pr¨¢cticamente afirma que no fue la URSS la que obtuvo la Gran Victoria, sino la Rusia eterna, una Rusia "m¨ªstica", una Patria sagrada, regalo de Dios, "cuyo nombre pronuncian con emoci¨®n" los creyentes. Si se gan¨® la batalla de Stalingrado, fue porque la guerra "despierta el sentimiento nacional y la solidaridad espiritual del pueblo ruso, que hab¨ªan sido destruidos por el internacionalismo proletario".
En contra de la interpretaci¨®n comunista de la historia, Narochnitskaya sostiene que el hilo conductor de la pol¨ªtica occidental ha sido siempre el debilitamiento e incluso la destrucci¨®n de la Rusia eterna, no del comunismo. As¨ª pas¨® en 1918, con las propuestas de Woodrow Wilson, cuyo 6? punto, dedicado a Rusia, precisa que "Rusia es demasiado grande y demasiado homog¨¦nea; hay que reducirla a la meseta de Rusia central". Para la autora, la situaci¨®n se repiti¨® en 1945: era inevitable que la Gran Rusia, restablecida en su dignidad y en los territorios de Pedro el Grande, irritase a Occidente y acabara entrando fatalmente en la guerra fr¨ªa. Esta uni¨®n de naciones independientes era, para unos, "un bien bajo el estandarte de la revoluci¨®n" y, para otros, "el abrazo de hierro del totalitarismo". La autora, que hace o¨ªdos sordos a la idea de que el comunismo pudo, como destacaba Churchill en 1946, representar una amenaza para los gobiernos occidentales, se muestra asimismo ciega ante el efecto que pod¨ªan causar en las sociedades democr¨¢ticas los abominables excesos del estalinismo de la posguerra.
Este libro dif¨ªcil, que revisa de forma minuciosa todos los tratados de pol¨ªtica exterior del siglo XX desde el punto de vista de la Rusia eterna, en general para demostrar la mala fe de las naciones occidentales, hace tambi¨¦n preguntas demag¨®gicas: "Si no olvidamos jam¨¢s los sufrimientos de los jud¨ªos, ?por qu¨¦ la comunidad mundial mira cada vez con m¨¢s solidaridad a los herederos de las legiones fascistas de los pa¨ªses b¨¢lticos, de Ucrania, de Bielorrusia?". ?De Polonia?
En cuanto a la ampliaci¨®n al Este de la OTAN, la autora dice que "se parece como dos gotas de agua a la de los pangermanistas de 1911". No se le puede negar actualidad al libro de Narochnitskaya.
Lo inquietante es que este pensamiento ultranacionalista actual da la espalda no s¨®lo al comunismo sino tambi¨¦n a los momentos m¨¢s cargados de esperanza de la historia de Rusia, cuando, en las huellas de la Ilustraci¨®n, sus m¨¢s grandes intelectuales reivindicaban un racionalismo iluminado, y busca en cambio su fuerza en una ortodoxia religiosa fan¨¢tica y en las formas m¨¢s reaccionarias del populismo ruso. Es el Solzhenitsyn anciano frente a Pushkin, Tolstoy y Grossman.
Nicole Muchnik es periodista y pintora. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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