La otra desaceleraci¨®n
Que vivimos en tiempos de especial aceleraci¨®n es una experiencia compartida que se hace presente en muy diversos aspectos de la vida, individual y colectiva. Las nuevas tecnolog¨ªas de la instantaneidad han propiciado una cultura del presente absoluto sin profundidad temporal. El origen de esta relaci¨®n con el tiempo se encuentra en la alianza establecida entre la l¨®gica del beneficio inmediato propia de los mercados financieros y la instantaneidad de los medios de comunicaci¨®n. Vivimos en una ¨¦poca fascinada por la velocidad y superada por su propia aceleraci¨®n.
Las t¨¦cnicas de aprovechamiento del tiempo convierten los movimientos en cintas transportadoras, lo que Chaplin parodi¨® en la invenci¨®n de la m¨¢quina de comer, gracias a la cual pod¨ªa alimentarse al trabajador sin necesidad de interrumpir el trabajo, o sea, de perder tiempo. La versi¨®n posmoderna de esta experiencia podemos encontrarla en aquel personaje de una pel¨ªcula de Woody Allen que pretende suicidarse en Par¨ªs en vez de en Nueva York para ganar as¨ª un poco de tiempo y resolver antes algunos asuntos.
Nuestras sociedades ocultan su resistencia al cambio con una agitaci¨®n superficial
La reflexi¨®n, la maduraci¨®n y la mediaci¨®n ponen el tiempo a nuestro favor
Ahora bien, describir nuestra sociedad ¨²nicamente desde la aceleraci¨®n constituye una simplificaci¨®n que no tiene en cuenta sus ambivalencias. Existen tambi¨¦n otros fen¨®menos de desaceleraci¨®n, menos presentes en la opini¨®n p¨²blica que las desaceleraciones econ¨®micas, pero no menos reales y decisivos en nuestras vidas. Del mismo modo que coincidieron en el tiempo la experiencia del aburrimiento y la aceleraci¨®n industrial a finales del XIX, nuestra ¨¦poca parece caracterizarse por el hecho de que nada permanece pero tampoco cambia nada esencial, un tiempo en el que pasan demasiadas cosas y, a la vez, estamos llenos de repeticiones, rituales y rutinas. De ah¨ª la sospecha de que tras la din¨¢mica de aceleraci¨®n permanente hay un parad¨®jico estancamiento de la historia en el que nada realmente nuevo comparece. A esta experiencia se refieren conceptos como el del "final de la historia" (Fukuyama) y otros similares que han ido proponiendo en los ¨²ltimos a?os pensadores muy diversos.
Probablemente nuestra ¨¦poca no sea comprensible desde la alternativa entre aceleraci¨®n y desaceleraci¨®n; habr¨ªa que tener en cuenta adem¨¢s un fen¨®meno tal vez m¨¢s caracter¨ªstico que es el de la falsa movilidad. En ¨²ltima instancia, las sociedades combinan su resistencia al cambio con una agitaci¨®n superficial. La utop¨ªa del progreso se ha transformado en movimiento desordenado, "neofilia" fren¨¦tica, agitaci¨®n an¨®mica y disipaci¨®n de la energ¨ªa. S¨®lo queda una aceleraci¨®n vac¨ªa, un ciego "cada vez m¨¢s" de tecnolog¨ªa o globalizaci¨®n econ¨®mico-financiera, un espacio social inestable y un campo psicol¨®gico neur¨®tico.
Esta fatalizaci¨®n del tiempo se traduce en la exigencia de aumentar la aceleraci¨®n, la movilidad, la velocidad y la flexibilidad. Lo vemos a diario en el lenguaje que nos exhorta a "movernos", acelerar el propio movimiento, consumir m¨¢s, comunicar con mayor rapidez, intercambiar de una manera ¨®ptimamente rentable. Se ha llevado a cabo una transferencia sem¨¢ntica que explicar¨ªa muchos desplazamientos ideol¨®gicos desde la izquierda hacia la derecha: donde hab¨ªa progreso y revoluci¨®n, ahora hay movimiento y competitividad. El adjetivo "revolucionario" forma parte del vocabulario transversal de la moda, el management, la publicidad y la pospol¨ªtica medi¨¢tica. El fantasma de la revoluci¨®n permanente se pasea ahora como caricatura neoliberal. Pero, en el fondo, el imaginario pol¨ªtico actual tiene un discurso prescriptivo minimalista, muy pobre conceptualmente: el discurso de la adaptaci¨®n al supuesto movimiento del mundo, el imperativo de moverse con lo que se mueve, sin discusi¨®n, ni interrogaci¨®n, ni protesta. Se dar¨ªa entonces la paradoja de que justo en los momentos de mayor aceleraci¨®n las sociedades pueden caer en manos del destino o de la inmovilidad, que era precisamente lo que pretend¨ªan superar los procesos de modernizaci¨®n. En ese caso, tal vez tenga raz¨®n Fredric Jameson cuando asegura que se ha disuelto la antinomia cambio-estancamiento. Lo que puede estar ocurriendo es que, en muchos aspectos de la vida, las sociedades y el mundo en general, el movimiento sea superficial y que en el fondo haya una par¨¢lisis radical, un pseudomovimiento. Paul Virilio ha formulado esta idea en su concepto de "paralizaci¨®n veloz" o aceleraci¨®n improductiva, una agitaci¨®n sin consecuencias reales aunque no exenta de graves efectos sobre los seres humanos y la cohesi¨®n de las sociedades. En ¨²ltima instancia se trata de una idea que se corresponde con la experiencia personal de que la mayor agitaci¨®n es perfectamente compatible con una inmovilidad temporal; es posible estar paralizado en el movimiento, no hacer nada a toda velocidad, moverse sin desplazarse, incluso ser un vago muy trabajador. Para llevar a cabo un movimiento real no basta con acelerar, del mismo modo que la transgresi¨®n no es necesariamente creativa, ni el cambio es siempre innovador.
Ante este panorama, las soluciones m¨¢s emancipadoras no proceden ni de la desaceleraci¨®n ni de la huida hacia delante sino del combate contra la falsa movilidad. Por supuesto que la lentitud compensatoria, tan celebrada en muchos libros de autoayuda para la gesti¨®n del tiempo, puede ser una estrategia razonable. Pero la llamada a desacelerar, como principio general, es poco realista y atractiva si tenemos en cuenta las circunstancias pol¨ªticas, econ¨®micas, sociales y culturales en las que vivimos. No tiene ning¨²n sentido querer calculadoras m¨¢s lentas, mayores colas o transportes con retrasos. La cuesti¨®n central consiste en determinar en qu¨¦ consiste exactamente, en cada actividad y en cada momento, una ganancia de tiempo, lo que unas veces implicar¨¢ desaceleraci¨®n y otras todo lo contrario, pero que tambi¨¦n puede conseguirse mediante otros procedimientos, como la reflexi¨®n, la anticipaci¨®n o combatiendo la falsa movilidad.
La reflexi¨®n estrat¨¦gica, la perspectiva para encuadrar el instante en un marco temporal m¨¢s amplio o la protecci¨®n de lo verdaderamente urgente son, en ¨²ltima instancia, procedimientos para ganar tiempo. No se trata de luchar contra el tiempo o desentenderse de ¨¦l sino, como dec¨ªa Walter Benjamin, de ponerlo a nuestro favor. Se tratar¨ªa de reintroducir el espesor del tiempo de la maduraci¨®n, de la reflexi¨®n y de la mediaci¨®n all¨ª donde el choque de lo inmediato y de la urgencia obliga a reaccionar demasiadas veces sobre el modo del impulso. Puede que de esta manera las organizaciones y la sociedad en general ganen capacidad de influencia sobre los procesos acelerados, algo que s¨®lo se consigue gan¨¢ndole la partida al tiempo abstracto unificador con una gesti¨®n del tiempo que recurra con inteligencia a sus diversas modalidades.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza y autor de El nuevo espacio p¨²blico.
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