"Cada vez que respiro me siento anal¨®gica"
Cuidado con esta muchacha t¨ªmida, pizpireta y de intensa mirada azul que invierte largos segundos antes de responder cualquier pregunta. Rachel Beth Egenhoefer es modosa y tan cauta que ni siquiera desvela el contenido de su iPod, "para no herir ninguna sensibilidad", pero a los 29 a?os ya ha exhibido su heterog¨¦nea obra -videocreaciones y esculturas de lana y caramelo, entre otros hallazgos- por medio mundo: Nueva York, Washington, Boston, Londres, Pek¨ªn, Australia, Holanda, Estonia...
Frugal y renuente a cualquier acompa?amiento s¨®lido para el caf¨¦, Rachel no abandonar¨¢ su prudente compostura hasta los ¨²ltimos minutos del encuentro, cuando el tema de las elecciones presidenciales surge en la conversaci¨®n. Cierra entonces los pu?os con gesto euf¨®rico y repite hasta tres veces, por si cupiera duda: "?Obama, Obama, Obama!". ?Por qu¨¦? "Es la opci¨®n favorita de todo el planeta, salvo entre una parte no peque?a de mis conciudadanos. Su victoria significar¨ªa una mejora dr¨¢stica para nuestro sistema educativo, y de ah¨ª viene todo, tambi¨¦n el amor por el arte". Y a?ade, ya definitivamente embalada: "Muchos autores le est¨¢n ofreciendo sus creaciones para ayudarle a sufragar la campa?a. Si Obama me pide una escultura, se la regalar¨¦ con gusto".
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Egenhoefer -natural de Milwaukee, vecina de San Francisco, viajera impenitente- llega a Madrid para proyectar su v¨ªdeo m¨¢s reciente, Wheel, rodado en la noria m¨¢s alta de Los ?ngeles, dentro del despliegue de arte y ciudadanos que ha supuesto la Noche en Blanco. Son cuatro minutos de grabaci¨®n que se repiten en un bucle incesante, sin comienzo ni final. El espectador se involucra en los vaivenes de la atracci¨®n mientras el crujir de sus engranajes aporta la escueta banda sonora. ?Una met¨¢fora de la vida? "En cierto modo, s¨ª", sonr¨ªe Rachel, asombrada a¨²n con el bullicio permanente del barrio de Chueca. "La vida tambi¨¦n tiene esos altibajos y a veces transcurre a gran velocidad. El viaje en noria puede resultarle inc¨®modo a algunos, pero yo reivindico esa emoci¨®n, esa experiencia excitante".
M¨¢s radicales a¨²n son sus planteamientos escult¨®ricos, con obras que integran material textil, chocolate, golosinas o hilos de az¨²car que se derriten muy despacio ante los ojos del visitante. "Significan que nada dura para siempre; como m¨ªnimo, se modifica", resume. De hecho, los espectadores tienen libertad para comerse parte de la obra y transformar as¨ª su aspecto global. Egenhoefer lo explica con su habitual tono comedido, revolviendo el caf¨¦, pero no puede evitar que alg¨²n destello travieso le asome en la mirada.
De peque?a jugaba con el Lego y con un rudimentario ordenador Commodore 64. Desde entonces le fascina la interacci¨®n entre tecnolog¨ªa y manufactura. "Navego por Internet con asiduidad y no me separo de mi port¨¢til, el m¨®vil o el iPod, pero me siento anal¨®gica cada vez que respiro", recapitula, divertida, tras mucho pens¨¢rselo. Son reflexiones que vierte en sus art¨ªculos sobre la sociedad moderna y las nuevas formas de comunicaci¨®n. "Hemos integrado a la m¨¢quina en nuestra vida cotidiana, he ah¨ª la gran revoluci¨®n de nuestros d¨ªas. S¨®lo que a veces se nos va la mano, como cuando la gente hace noche en la calle para comprar el iPhone...".
Ella, por cierto, a¨²n no lo tiene.
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