Andromaque Ajuste de emociones
?Mantenerse fiel a la memoria del marido asesinado o salvar al hijo? Hay que situarse en la Grecia antigua para plantearse semejante dilema, desde luego. ?sta es la tragedia de Andr¨®maca, viuda de H¨¦ctor, y del hijo de ambos, el joven Astianacte, cuya vida, aunque ¨¦l no se entere de nada, pende del hilo de la lealtad. La tragedia de Orestes es amar a Herm¨ªone, la hija de Helena, sin verse correspondido y respetando al mismo tiempo a Pirro, el rey rival; la de Herm¨ªone, amar a Pirro sin que ¨¦ste la ame y tener que aceptar que no es sino una sombra de lo que fue su madre; la de Pirro, amar a Andr¨®maca, su esclava, sin poder doblegar su voluntad aun siendo el rey. A partir de la pieza de Eur¨ªpides, Racine acorrala tan irreductible sucesi¨®n de amores no correspondidos con sus dudas, celos, recelos y rabia en un ajustado cors¨¦ de pareados alejandrinos. Declan Donnellan, fundador de la compa?¨ªa Cheek by Jowl, sit¨²a el cors¨¦ en un escenario desnudo y deja que todos estos sentimientos y emociones vayan escurri¨¦ndose por sus costuras, hasta abrirse del todo en el segundo acto de esta producci¨®n del Th¨¦?tre des Bouffes du Nord de Par¨ªs que puede verse hasta el domingo en el Teatre Nacional de Catalunya (TNC).
ANDROMAQUE
De Jean Racine. Direcci¨®n: Declan Donnellan. Int¨¦rpretes: Xavier Boiffier, Vincent de Bouard, Camille Cayol, Romain Cottard, Christophe Gr¨¦goire, Camille Japy, C¨¦cile Leterme, Sylvain Levitte, B¨¦n¨¦dicte Wenders.
Teatre Nacional de Catalunya. Barcelona, 17 de septiembre.
Ocho sillas al fondo; dos en medio del escenario, de frente, acogen la acci¨®n. Los int¨¦rpretes van de unas a otras, todos de oscuro: ellas con vestidos negros seg¨²n la moda de los a?os cuarenta del siglo pasado; Orestes y su amigo, en traje militar; el rey y su preceptor, de civil. En la primera parte de Andromaque no hay mucho m¨¢s movimiento, ni m¨¢s color. El blanco lo pone Astianacte, un joven no tan joven, con su camisa, cual diana. De hecho, la obra gira a su alrededor. Sus intervenciones tienen algo de mascota, por su manera de abalanzarse sobre los adultos, por c¨®mo le tratan ellos. Un flujo de pasiones contenidas se intuye por debajo de lo que dicen y hacen casi todos los personajes, como si guardaran las formas, excepto Andr¨®maca, que nos abre su coraz¨®n. Y nos la creemos, por la mirada siempre al borde del llanto de Camille Cayol; incluso nos creemos a Orestes, pues en manos de Xavier Boiffier ¨¦ste resulta menos falso; desconfiamos del cortesano Pirro, ser¨¢ por el traje mafioso de Christophe Gr¨¦goire y la gomina de su pelo; no sabemos muy bien por d¨®nde va Herm¨ªone, pero tampoco parece trigo limpio. Llega el entreacto con una cierta sensaci¨®n de desconcierto. En la segunda parte, el suelo acabar¨¢ ensangrentado (?qu¨¦ bonita imagen, la que consiguen con el confeti de la boda entre Andr¨®maca y Pirro!) y las sillas por los aires. Es la furia de Herm¨ªone, que se destapa, ?menudo cicl¨®n, el de Camille Japy! Al final, el blanco cubre el cuerpo de Andr¨®maca. Es el triunfo de la hero¨ªna tr¨¢gica, ?de la mujer ejemplar?, sobre el mundo. Ah¨ª queda eso.
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