Canciones que todav¨ªa no existen
Con la ¨²ltima d¨¦cada del pasado siglo, la sociedad espa?ola iniciaba un giro de signo muy distinto a los cambios que durante la transici¨®n permitieron llenar el aire de nuevas canciones. Las marcas comerciales se adue?aban del deseo de ser o parecer rockero, mientras el poder orientaba con deliberaci¨®n sus consignas hacia la pasi¨®n por el deporte. Toda una generaci¨®n de deportistas espa?oles sube hoy a lo m¨¢s alto del podio, el deporte se ha convertido en gran empresa p¨²blica. Las canciones entretanto han perdido todo af¨¢n de originalidad, forzadas por el c¨¢lculo de audiencia en los medios. Los j¨®venes hacen cola para probar el estrellato, listos para soportar cualquier humillaci¨®n, siempre y cuando sea ante las c¨¢maras, con la bendici¨®n de sus padres. Los concursos televisivos de canto proliferan, mientras el repertorio se limita a la repetici¨®n est¨¦ril. La pasi¨®n por el deporte -el amor popular a sus ¨ªdolos quemados en pocos a?os- y la banalizaci¨®n comercial de las canciones parecen responder a un mismo patr¨®n ¨¦tico que no resulta ser ni musical ni deportivo. En la Grecia antigua la m¨²sica compart¨ªa con la educaci¨®n f¨ªsica la responsabilidad de formar buenos ciudadanos. ?En manos de qu¨¦ oscuro sentido del bien com¨²n han cedido una y otra sus valores?
Los adolescentes intentan escribir nuevas canciones, pero la sociedad medi¨¢tica les da la espalda, atenta s¨®lo al estribillo conocido. El p¨²blico educado por el rock envejece llenando festivales de jazz. La m¨²sica de improvisaci¨®n se ha hecho merecedora de reconocimiento por aunar la tradici¨®n afroamericana con el flamenco, pero necesita nuevas canciones para no repetir siempre la misma copla. Una buena canci¨®n no nace del talento solitario, sino de una trama de impl¨ªcitos renovados por el ingenio popular, cuando se opone al chiste recurrente. La canci¨®n pone en juego una modalidad de inteligencia que pocas veces se desarrolla en las aulas, nunca entre los que especulan con el suelo o la audiencia p¨²blica. Estamos ante un serio problema educativo. La excusa para frenar la cultura heredada de los sesenta es la supuesta tendencia de los j¨®venes a confundir m¨²sica y vicio. Suposici¨®n err¨®nea, si atendemos a la generalizaci¨®n de la corrupci¨®n en otras capas de la sociedad. La cultura del rendimiento forzoso se parece mucho al uso de est¨ªmulos artificiales. Lo que se teme de los j¨®venes no es tanto la formaci¨®n de malos h¨¢bitos, m¨¢s propios de los adultos, sino la capacidad de concebir alg¨²n valor que no se reduzca a mercanc¨ªa. La educaci¨®n musical no solamente influye en el sentido de las proporciones, como dec¨ªan los antiguos griegos, sino que nos convierte en testigos y art¨ªfices de v¨ªnculos que ning¨²n programa pol¨ªtico recoge. Sin buenas canciones los especuladores triunfan, pero los deportistas no saben qu¨¦ entonar en sus celebraciones. Los humoristas se ponen pesados, las artes y las letras se quedan sin un aliado imprescindible. Los pol¨ªticos imponen su visi¨®n restringida de lenguas y naciones, la sociedad entera sufre una carencia de aire fresco, de ganas de inventarse.
?Se imaginan un pa¨ªs en el que se pusiera de moda renunciar a toda forma de beneficio poco honesto, donde el machismo no se cobrase una sola v¨ªctima, donde las diversas comunidades y lenguas se exigiesen unas a otras lo mejor de s¨ª mismas, en vez de replegarse sobre un sacrosanto simulacro de identidad? Ese pa¨ªs s¨®lo existe en las canciones. En las canciones que todav¨ªa no existen. Pero es el ¨²nico que reconozco como propio.
Santiago Auser¨®n (Zaragoza, 1954) es cantante y escritor de canciones.
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