Sobredosis de infancias machacadas
Cuentan que en las c¨¢rceles, habitadas por gente cuya moral no se rige por las normas de la sociedad, familiarizada con la violencia, con conceptos transgresores sobre el significado del bien y del mal, hay un tipo de delito para el que no existe la comprensi¨®n, la solidaridad o la piedad. El que ha entrado all¨ª por violar, torturar, asesinar ni?os, sabe que lo va a tener muy crudo con sus compa?eros, que en la selva existen c¨®digos punitivos para los que se ensa?an con la inocencia y el desamparo. Es imposible acostumbrarse a la espantosa y cotidiana estad¨ªstica de que bombardean, disparan, torturan y destripan a criaturas sin culpa en cualquier lugar. Ser testigo real de esa barbarie ancestral debe de ser intolerable para cualquiera que no sea una bestia (y existen bastantes en ese gremio que presumen de civilizaci¨®n, que intentan justificar el horror como inevitables da?os colaterales en defensa de la libertad y de la democracia), pero verlo plasmado en el cine te alborota el organismo.
El ¨²ltimo festival de Berl¨ªn exhibi¨® demasiados argumentos en los que adultos tarados o s¨¢dicos andaban jodiendo a la infancia. En Cannes vimos la poderosa y sombr¨ªa Changeling, en la que Clint Eastwood vuelca su arte en la angustia de una madre cuyo hijo desapareci¨® misteriosamente y en un asesino en serie de ni?os. Las dos pel¨ªculas de la secci¨®n oficial de San Sebasti¨¢n en la jornada de ayer recreaban esa tem¨¢tica tan indeseable. Y me agobia. Y desear¨ªa no ver m¨¢s retratos de v¨ªctimas tan vulnerables.
No he le¨ªdo El ni?o con el pijama de rayas, un ¨¦xito de ventas del que me aseguran que tiene poder de conmoci¨®n. Por lo tanto, me evito el ritual fatigoso de las comparaciones entre el original literario y su adaptaci¨®n al cine. Pero lo que me muestran en la pantalla s¨®lo me parece correcto, aunque de lo que est¨¢ hablando hubiera podido causar el escalofr¨ªo. Me parece razonable y necesario que el Holocausto siga teniendo puntual protagonismo en el cine, que nos recuerden permanentemente que el nazismo hizo real la pesadilla y el triunfo del mal absoluto, pero tambi¨¦n resulta evidente que despu¨¦s de las magistrales La lista de Schindler y El pianista es muy complicado que cualquier retratista de aquella disciplinada monstruosidad te pueda poner la piel de gallina. El director Mark Herman describe la relaci¨®n, el conocimiento, el jugueteo, la complicidad, el cari?o, entre dos ni?os, el hijo del hombre que dirige un campo de concentraci¨®n y un prisionero jud¨ªo. Tambi¨¦n pretende huir del manique¨ªsmo revel¨¢ndonos, a trav¨¦s de los personajes de la madre y la esposa del pulcro matarife, que exist¨ªan alemanes adultos que ignoraban o abominaban del espanto que se estaba perpetrando en esas infames c¨¢rceles. Los ni?os y sus reacciones son cre¨ªbles, pero el lenguaje para describir ese tenebroso universo no me transmite ninguna emoci¨®n especial. Lo que veo y escucho me parece aceptable, pero no me perturba ni me implica demasiado, algo preocupante si pienso en la fuerza del material dram¨¢tico que ten¨ªan en las manos.
La pel¨ªcula de Samira Makhmalbaf El caballo de dos piernas tambi¨¦n habla de ni?os que sobreviven en infiernos terrenales, en el Afganist¨¢n fundamentalista, mugriento y cruel. Cuenta algo tan estremecedor como que los ni?os pueden imitar el acorralamiento del diferente y del d¨¦bil que practica el mundo adulto ceb¨¢ndose con el m¨¢s desprotegido. Aqu¨ª lo hace un cr¨ªo al que una mina le arranc¨® las piernas (no hay truco, est¨¢ tullido, es probable que al actor le ocurriera lo mismo que a su personaje) con un deficiente mental al que esclaviza utiliz¨¢ndolo como bestia de carga. La idea es fuerte e impresiona inicialmente, pero a los 20 minutos constatas que todo va a ser repetitivo, que a la directora no se le ocurre nada m¨¢s que prolongar hasta la n¨¢usea el sadismo del desesperado tullido hacia ese pat¨¦tico e indefenso subnormal.
Y dices: vale ya, creadora naturalista, amante de la met¨¢fora. S¨¦ lo que quiere contar con ese muestrario de la tortura, pero no se necesitan dos horas para que lo entendamos los espectadores. Hablando de las mismas cosas y en el mismo ambiente que la excelente Las tortugas tambi¨¦n vuelan y la emotiva Buda explot¨® por verg¨¹enza, logra el efecto contrario: que esa violencia te hast¨ªe en vez de hacerte pensar y sentir.
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