Nostalgia de cocodrilo
Embargado por una rara nostalgia fui al reencuentro del caim¨¢n de Collserola. Lo visit¨¦ el jueves en las instalaciones de acogida en Masquefa (Anoia), donde vive desde que lo capturaron hace justo dos a?os en el pantano de Can Borrell. Ha crecido mucho y yo dir¨ªa que le han salido m¨¢s dientes. Hoy no se dejar¨ªa atrapar tan f¨¢cilmente.
En este melanc¨®lico final de verano coinciden dos aniversarios: el de la captura del caim¨¢n y el de la muerte de Steve Irwin, el cazador de cocodrilos australiano fallecido el mismo septiembre de 2006, cuando una hura?a raya gigante le clav¨® el aguij¨®n en el pecho. Estos d¨ªas me he sumergido en su biograf¨ªa, la de Irwin: pensaba que me encontrar¨ªa un pu?ado de extravagantes aventuras del Aussie m¨¢s famoso y descerebrado, y me he topado con una inesperada historia de amor.
Visita al caim¨¢n de Collserola en el aniversario de la muerte de Crocodile Hunter
El libro (Steve & me, Simon & Shuster, 2007) lo ha escrito su viuda, Terri Irwin. Tiene mucho de endulzada hagiograf¨ªa y un punto enervante de intentar reconducir la popularidad -y el negocio- del finado hacia ella misma y sus hijos, Bindi Sue y Baby Bob, que con cuatro a?itos parece encaminado a seguir los pasos de su padre vestido de caqui y agarrando reptiles (el otro d¨ªa le mordi¨® una boa). Sin embargo, Terri, una veterinaria de Oregon amante de los pumas, parece sincera en su amor por Crocodile Hunter y la lectura es muy emotiva. Como luna de miel, la pareja fue a explorar los marjales de Cattle Creek y Steve le ense?¨® a su chica la manera de atrapar cocodrilos salt¨¢ndoles sobre el lomo al grito de "?cooee!". Eso s¨ª que es seducir.
El libro est¨¢ lleno de episodios sensacionales: Steve atrapando un em¨² a la carrera, a punto de liarse a bofetadas en plan Cocodrilo Dundee con un grupo de desolladores de saurios en un bar al norte de Queensland, o chillando cuando una ara?a le pica en los mism¨ªsimos (le qued¨® marca). Pero hay pasajes muy tiernos: "?Me querr¨ªas aunque un croc me arrancara un brazo o una pierna?", pregunta Steve a Terri entre arrumacos y reptiles. La viuda revela que bajo la capa extravertida e hiperactiva hab¨ªa un Crocodile Hunter m¨¢s profundo, casi -lo que hay que ver- existencialista, bien consciente de su mortalidad y convencido de que morir¨ªa joven, para lo que, es cierto, no hac¨ªa falta ser un vidente. Su amor por los cocodrilos, incluso por los grandes saltie, los enormes cocodrilos de agua salada -que son realmente dif¨ªciles de querer-, era, parece, verdadero.
Con Crocodile Hunter, sus sentimientos y su destino arremolin¨¢ndose en mi cabeza me dirig¨ª, pues, a Masquefa, en cuyo activo Centro de Recuperaci¨®n de Anfibios y Reptiles de Catalu?a (CRARC) reside el caim¨¢n de Collserola. Me recibi¨® Albert, el veterinario, que me dej¨® solo porque ten¨ªa, dijo, que operar de urgencia a una tortuga. As¨ª que deambul¨¦ por las instalaciones, hasta dar -hay un letrero- con el espacioso recinto que comparte el caim¨¢n con otros tres cong¨¦neres recogidos del arroyo. Me conmov¨ª al encontrarlo y estaba dirigi¨¦ndole unas cari?osas palabras australianas -G'day, mate!- cuando se me acerc¨® el director t¨¦cnico del CRARC, Joaquim Soler, para sacarme de mi error: ¨¦se era en realidad una hembra, la ¨²nica del lote, capturada el a?o pasado en el Bes¨°s a su paso por Santa Coloma de Gramenet, que ya es sitio para encontrarse un cocodrilo. "El de Collserola es aqu¨¦l", dijo se?alando otro caim¨¢n, mucho m¨¢s grande, grueso y con cara de autosatisfacci¨®n. "?Vaya, c¨®mo ha crecido!", me emocion¨¦. "S¨ª, se ha hecho guapo", concedi¨® Soler con un deje de orgullo, aunque, recalc¨®, en el centro no se da un trato especial a nadie, ni siquiera a los caimanes medi¨¢ticos. Me explic¨® que lo han sexado, "meti¨¦ndole el dedo" -qu¨¦ duro es a veces ser bi¨®logo-, y ha quedado bien establecido que es un macho. El pillastre ha iniciado ya pautas de cortejo. Pens¨¦ en Steve y Terri, y se me humedecieron los ojos. Soler carraspe¨®, inc¨®modo. Quise explicarle qu¨¦ me hab¨ªa llevado hasta all¨ª: el aniversario de la captura, el recuerdo de la muerte de Irwin, el eleg¨ªaco libro de su viuda, la repentina transparencia del aire que hace septiembre tan triste. Tuve un acceso depresivo y pens¨¦ que no era mala vida aquella en el centro, sin penas ni pasiones. Aunque tuvieras que comer despojos y compartir a la caimana del Bes¨°s. A lo mejor tambi¨¦n me acog¨ªan a m¨ª. Soler observ¨® preocupado mi ¨¢nimo sombr¨ªo y dud¨® si darme unas palmaditas en la espalda. Me dijo, en cambio, que parece haber pasado un poco la moda de los cocodrilos. "En todo este a?o s¨®lo ha entrado uno, de un particular que nos llam¨®. La gente parece haberse dado cuenta de que comprar un caim¨¢n es una majader¨ªa que comporta grandes problemas y pocas alegr¨ªas. En cambio, con las iguanas no hay manera".
Cuando volv¨ª a quedarme solo, saqu¨¦ de la cartera la biograf¨ªa de Irwin y rele¨ª acodado en la cerca de los caimanes los pasajes sobre su muerte: no hay morbo -nada sobre la angustiosa agon¨ªa subacu¨¢tica ni los intentos de reanimaci¨®n-, pero s¨ª una imagen desgarradora de la viuda en el hidroavi¨®n con el cad¨¢ver de su marido, d¨¢ndole el ¨²ltimo adi¨®s. Al acabar de leer, un pesado silencio cay¨® sobre el paisaje mineral de escamas y garras, y todos -hombre y reptiles- nos sumimos en un mudo y sentido homenaje, con alguna l¨¢grima, al cazador de cocodrilos.
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