Era una noche sin luna
El historiador Ian Gibson recrea la detenci¨®n y asesinato del poeta en agosto de 1936
Es la tarde del 17 de agosto de 1936. Ha pasado exactamente un mes desde el inicio de la sublevaci¨®n contra la Rep¨²blica. El golpe de Estado ha fracasado y Espa?a est¨¢ sumida en una atroz guerra civil. En la retaguardia de ambos bandos ya se mata a mansalva. Con la diferencia de que, en la zona nacional, quienes organizan, promueven y llevan a cabo los paseos son de clase media, y en la otra, no. Bastante de ello lo sabe Federico Garc¨ªa Lorca, encarcelado desde la tarde anterior en el Gobierno Civil de Granada, y cuyo cu?ado, Manuel Fern¨¢ndez Montesinos, alcalde socialista de la ciudad, acaba de ser fusilado contra las tapias del cementerio. Tapias donde ya han ca¨ªdo, seg¨²n los nombres inscritos en el libro oficial de entierros —copiados en su monograf¨ªa sobre la muerte del poeta (1983) por el periodista y archivero municipal Eduardo Molina Fajardo—, unas 300 v¨ªctimas de la vesania fascista. Y ello sin tener en cuenta los numeros¨ªsimos asesinatos cometidos en los pueblos de los alrededores.
A Lorca, amenazado en la Huerta de San Vicente y refugiado en casa del padre de los falangistas hermanos Rosales, lo ha detenido Ram¨®n Ruiz Alonso, ex diputado de la CEDA, famoso en toda la provincia por su chuler¨ªa y ahora uno de los principales agentes del terror establecido por los rebeldes. El poeta probablemente no est¨¢ al tanto de que Ruiz Alonso va diciendo que "ha hecho m¨¢s da?o con la pluma que otros con la pistola". ?O s¨ª est¨¢? ?Le han informado de que hay contra ¨¦l una denuncia escrita muy grave, donde se afirma que es "un enlace con Rusia", en contacto con los sovi¨¦ticos a trav¨¦s de una radio clandestina oculta en su piano de cola, nada menos; que es ¨ªntimo del socialista Fernando de los R¨ªos; que es un rojo peligroso, un escritor subversivo y por m¨¢s se?as "maric¨®n"? Si no lo sabe, cabe inferir que lo intuye, toda vez que, desde la furibunda recepci¨®n acordada por las derechas a Yerma a finales de 1934, no se le escapa el odio que provoca en ciertos sectores.
Acaso est¨¢ enterado, adem¨¢s, de que el militar que ha usurpado el puesto de gobernador civil de Granada, el comandante y camisa vieja Jos¨¦ Vald¨¦s Guzm¨¢n, es hijo de un general de la Guardia Civil, cuerpo que sigue sinti¨¦ndose gravemente insultado por su famoso romance.
Y hay m¨¢s, bastante m¨¢s. Por ejemplo, la entrevista publicada el 10 de junio en El Sol (algo as¨ª como El PA?S de entonces), en la cual declar¨® que la "toma" de Granada en 1492 fue un desastre y que dio paso "a una ciudad pobre, acobardada; a una 'tierra del chavico', donde se agita actualmente la peor burgues¨ªa de Espa?a". La frase tuvo una gran resonancia local y molest¨® a mucha gente de orden. ?Alguien se lo recuerda ahora en el Gobierno Civil, donde se tortura y se machaca, se oyen los gritos de las v¨ªctimas e incluso ha habido suicidios? Es muy posible. ?A ¨¦l tambi¨¦n le han pegado e insultado? Quiz¨¢.
El poeta es consciente, sin duda, de que tampoco le favorece la considerable animadversi¨®n que existe en Granada contra su padre, culpable de ser algo que apenas existe en la provincia: un rico terrateniente progresista, con antecedentes pol¨ªticos liberales.
Y hay algo tal vez peor que todo esto: la envidia de unos (por la fama y las ganancias del poeta) y el rencor de otros, entre ellos algunos familiares cedistas y rivales de la Vega, hondamente ofendidos por los rumores que circulan acerca de alusiones personales y despectivas en La casa de Bernarda Alba.
Vald¨¦s Guzm¨¢n, cuya crueldad es hoy legendaria en Granada, ?somete al poeta a un interrogatorio? No lo sabemos. Lo que s¨ª hace el gobernador es consultar con su superior en Sevilla, Gonzalo Queipo de Llano —hoy reconocido como uno de los mayores criminales de toda la historia espa?ola—, que, a tenor de varios testimonios, ordena que a Lorca, seg¨²n su f¨®rmula habitual, le den "caf¨¦, mucho caf¨¦". Y Vald¨¦s-Pilatos se lava las manos y entrega al preso a sus verdugos.
Angelina, la ni?era de la familia Garc¨ªa Lorca, hab¨ªa llevado comida al poeta aquella ma?ana. Lo encontr¨® deshecho. Unos d¨ªas antes el "se?orico" le hab¨ªa dicho en la Huerta: "Angelina, si a m¨ª me matasen, ?llorar¨ªais vosotras mucho?". ?Alguien m¨¢s le vio en su celda? Tal vez uno de los hermanos Rosales, tal vez el barbero falangista Benet, tal vez? Nada fiable sabemos al respecto.
Aquella noche —noche sin luna— sacan al poeta del Gobierno Civil esposado con Di¨®scoro Galindo Gonz¨¢lez, maestro del cercano pueblo de Pulianas y acendrado republicano. En la puerta los espera un coche de la infame Escuadra Negra, que arranca en direcci¨®n al pueblo de V¨ªznar, situado al pie de las monta?as a unos nueve kil¨®metros al noreste de la ciudad. All¨ª hay una improvisada c¨¢rcel donde suelen pasar sus postreras horas los condenados a muerte "no oficiales" (para los "oficiales" todo termina en el cementerio de Granada). Se conoce como La Colonia.
Cuando Lorca se da cuenta de que van a fusilarle, un joven que hace guardia en el edificio esa noche, Jos¨¦ Jover Tripaldi, le ayuda a rezar. Luego los suben a un veh¨ªculo y los llevan cerca de la Fuente Grande, manantial conocido en tiempos de los ¨¢rabes como Ainadamar (La Fuente de las L¨¢grimas), en el colindante municipio de Alfacar. All¨ª, en un olivar al borde del camino, los despachan. Seg¨²n varios testimonios, hubo antes brutalidad e insultos, y es incluso posible que al poeta le diesen en la cabeza con la culata de un fusil.
Entre los esbirros va Juan Luis Trescastro Medina, acaudalado terrateniente de Santa Fe, correligionario de Ram¨®n Ruiz Alonso y c¨¦lebre en Granada por su machismo. Aquella ma?ana se jacta en distintos caf¨¦s de la ciudad de haber participado en el asesinato y de haberle metido al poeta "dos balas en el culo por maric¨®n". Se ratific¨® en distintas ocasiones posteriores. Hacia 1950, cuatro a?os antes de su fallecimiento, exclam¨® ante su practicante, Rafael Rodr¨ªguez Contreras: "?Es que est¨¢bamos hartos ya de maricones en Granada!".
?En qu¨¦ pens¨® Lorca durante sus ¨²ltimas horas, sobre todo sus ¨²ltimos minutos; ¨¦l, tan hipersensible ante el horror de la muerte violenta? A m¨ª siempre me ha parecido que tendr¨ªa muy presente a la hero¨ªna granadina Mariana Pineda, cuya triste historia hab¨ªa llevado en 1927 a las tablas. Historia que ahora se iba a repetir en su persona. Poco antes de subir al pat¨ªbulo, la Marianita lorquiana oye cantar una escalofriante copla premonitoria: "A la orilla del agua / sin que nadie la viera / se muri¨® mi esperanza". El poeta hab¨ªa escrito su propio epitafio. Lo acompa?aron en su calvario, adem¨¢s del maestro Di¨®scoro Galindo Gonz¨¢lez, los toreros anarquistas Francisco Galad¨ª Melgar y Joaqu¨ªn Arcollas Cabezas, que se hab¨ªan opuesto con denuedo a los fascistas. Para m¨ª es un enorme alivio saber que, gracias al encomiable replanteamiento de los herederos del genio, ahora va a ser posible buscarlos. A ellos y a otros muchos. A partir de este momento hist¨®rico, Federico Garc¨ªa Lorca, siempre tan cerca de los que sufren, se puede y se debe convertir en el m¨¢ximo s¨ªmbolo de la reconciliaci¨®n definitiva de los espa?oles. O
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