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Entrevista:ENTREVISTA | JOANNA BOURKE

"Ha vuelto la matanza al descubierto"

Vicente Molina Foix

Esta mujer risue?a y de voz templada es una especialista en el horror. Su conocimiento del gore y de la violencia m¨¢s bruta no est¨¢, sin embargo, relacionado con los g¨¦neros del cine o la literatura de terror. Ella escribe sobre lo que pas¨® realmente, y en sus ¨²ltimos cuatro libros da gran importancia a la voz de los que han causado ese horror o lo han sufrido, a la voz de los ni?os atemorizados por miedos inexplicables y a la de las mujeres violentadas por seres concretos y entornos que consienten. Pero para llegar a su cuarto libro, Sed de sangre. Historia ¨ªntima del combate cuerpo a cuerpo en las guerras del siglo XX (editorial Cr¨ªtica), que ahora aparece en Espa?a, Joanna Bourke (Nueva Zelanda, 1963), catedr¨¢tica de Historia en el Birbeck College de la Universidad de Londres, recorri¨® un camino que va desde la estad¨ªstica hasta la confesi¨®n, de la gran historia social a la peque?a historia de los individuos en situaciones de extremo peligro.

"Mi primer libro fue una obra de historia econ¨®mica sobre un periodo muy preciso de fines del siglo XIX en Irlanda, y me temo que es uno de los libros m¨¢s aburridos del universo; creo poder asegurar que conozco a todos los que lo han le¨ªdo, ya que se trata, exclusivamente, de amigos m¨ªos [risas]. Mientras lo investigaba me fui interesando por los esquemas culturales de la clase obrera brit¨¢nica, sobre la que escrib¨ª mi segundo libro, y de ¨¦se sali¨® el siguiente [que, no traducido al castellano, podr¨ªamos interpretar como El hombre desmembrado. Cuerpos viriles en Gran Breta?a durante la Gran Guerra]".

Ni ese tercer t¨ªtulo ni los que Joanna Bourke ha publicado despu¨¦s -obteniendo varios premios prestigiosos y una muy favorable y amplia acogida ya fuera del campo de sus amistades- pueden tacharse de aburridos. La autora se basa en una impresionante documentaci¨®n (las notas y listados bibliogr¨¢ficos de Sed de sangre ocupan, por ejemplo, 180 p¨¢ginas de la edici¨®n espa?ola).

Pero su estilo es directo y sint¨¦tico, logrando en todo momento que los datos dejen hablar a los 'protagonistas'... Leyendo la enorme cantidad de documentos privados del periodo, mientras trabajaba en mi historia de las culturas obreras, me di cuenta de que es en tiempos de guerra, fundamentalmente, cuando los trabajadores, tanto los hombres como las mujeres, escriben de manera sistem¨¢tica y continua: cartas, diarios... En esas situaciones excepcionales se oye de modo distintivo y continuo la voz de la clase obrera, y no s¨®lo, como es habitual, las voces y las opiniones m¨¢s cultivadas de las clases altas y medias. En El hombre desmembrado quise reflejar c¨®mo los cuerpos fueron literalmente despedazados en las diferentes batallas, contando las amputaciones, las operaciones quir¨²rgicas, las heridas y cicatrices mentales que la I Guerra Mundial caus¨® en los combatientes brit¨¢nicos. Una historia de c¨®mo los hombres hac¨ªan frente a la muerte; no s¨®lo al riesgo de exterminio que toda acci¨®n b¨¦lica implica, sino a los avisos mortales que recibe el propio cuerpo del soldado y el de sus camaradas de milicia.

La alegr¨ªa de poder re¨ªr en un lugar y una situaci¨®n "donde la muerte es algo absurdo y la vida resulta a¨²n m¨¢s absurda". Esa mitigada alegr¨ªa la expres¨® Wilfred Owen en unos versos destacados en Sed de sangre. Pero Owen, uno de los m¨¢s prometedores poetas ingleses del arranque del siglo XX, muri¨® a los 25 a?os combatiendo en Francia en 1918, despu¨¦s de escribir extraordinarios poemas de guerra, y tambi¨¦n despu¨¦s de advertir, en un prefacio a su obra publicada p¨®stumamente, que el libro no trataba de h¨¦roes, ni de la gloria, el honor, la dominaci¨®n o el poder. "Mi tema es la guerra, y la pena de la guerra. La poes¨ªa est¨¢ en la pena".

Usted se detiene m¨¢s en las penalidades que en el triunfo. Y sobre todo habla del coste humano de toda victoria. En esas lecturas tambi¨¦n reparaba en otra cosa: la enorme disyunci¨®n entre lo que reflejan los historiadores militares y lo que escrib¨ªan en sus cartas y diarios ¨ªntimos los soldados. Pongo el ejemplo de un combatiente cualquiera en la batalla del Somme. Ese hipot¨¦tico soldado escribe en su diario ¨ªntimo del d¨ªa 3 de agosto: "Hoy hemos entrado en combate. He sentido miedo en muchos momentos terribles de pelea, y todo el d¨ªa he tenido diarreas. El peor d¨ªa de mi vida". Ley¨¦ndolo se puede ver f¨ªsicamente al soldado estremecido, con el l¨¢piz tembl¨¢ndole en la mano. Pero el historiador b¨¦lico toma nota de esas palabras y comenta: "El soldado muestra p¨¢nico, trauma, crisis nerviosa por el bombardeo". Pasan dos semanas, ese mismo soldado sigue vivo en primera l¨ªnea de fuego, y el tono de lo que escribe en su diario ha variado: "Otro d¨ªa de combate. Emocionante y estimulante. Buen rollo con los camaradas. Esto es lo mejor que me ha pasado nunca". A eso, el historiador militar apostilla: "No. No quiere decir lo que dice. Est¨¢ fardando, haciendo teatro para tranquilizar a su familia". Y el historiador no lo toma en consideraci¨®n. El trauma b¨¦lico me importa mucho, naturalmente, pero eso no es lo ¨²nico que el soldado experimenta. En Sed de sangre tambi¨¦n considero, sin descartarlo, lo que dicen, en distintos momentos, esos combatientes, y lo que les ocurre en las situaciones vividas. El libro no es una historia de la guerra, sino una historia de c¨®mo la gente recuenta lo que piensa, lo que sufre y lo que disfruta en la guerra.

?Y no hay riesgo de creer demasiado en lo que podr¨ªa no ser m¨¢s que una maniobra de ocultaci¨®n o disimulo por parte del soldado? Trato de operar sobre un material muy amplio, que incluye libros de historia, correspondencias, memorias y diarios, obras de ficci¨®n, pel¨ªculas..., quiz¨¢ al cine le he prestado demasiada poca atenci¨®n. Pero mi objetivo es siempre el mismo: usar materiales lo m¨¢s cercanos a la lucha. Aunque no ignoro, por supuesto, que el soldado no se pone a escribir en medio de un bombardeo o cuando est¨¢ esperando el asalto del enemigo a su trinchera...Tambi¨¦n tomo en consideraci¨®n los informes escritos por los oficiales. Y hay algo muy interesante: el modo en que esos relatos privados van cambiando. A veces cambian por ese deseo que ha mencionado usted de ocultar o disculparse, pero yo creo que cambia m¨¢s en funci¨®n de la audiencia a quien van dirigidos en cada momento. Tampoco hay que olvidar que en los sesenta a?os que pueden haber pasado desde que los hechos ocurrieron, el narrador habr¨¢ contado muchas veces y a gente muy distinta lo que sucedi¨® aquel d¨ªa. El suceso se ha convertido en cuento. La persona en cuesti¨®n crea historias y se crea una identidad mudable. Durante la guerra se sent¨ªa a gusto, incluso feliz, hablando rom¨¢nticamente y alardeando en una carta a la novia de sus hechos de sangre, de las bajas que ha causado en las filas enemigas, sin esconder el disfrute que ha podido sentir. Pero cuando regresa a casa decide callar, y aquella misma matanza en una pelea cuerpo a cuerpo se hace tab¨². Y yo no dir¨ªa que calla s¨®lo por prudencia o verg¨¹enza. Quiz¨¢ con el paso del tiempo ha ca¨ªdo en la cuenta de que aquel desconocido al otro lado de la trinchera al que ha abatido era un tipo que estaba tan asustado, tan hambriento y tan aterido por el fr¨ªo como ¨¦l mismo.

Algunas de las p¨¢ginas m¨¢s estremecedoras de Sed de sangre dan un papel de relieve a los cooficiantes del rito gore: los m¨¦dicos, los psic¨®logos, los capellanes castrenses, los altos mandos, las familias que recib¨ªan cartas donde la euforia del hijo o del marido soldado mezclaba el entusiasmo con la crueldad. De un extenso cat¨¢?logo de recomendaciones y arengas destaca la que Bourke cita en relaci¨®n a la masacre de casi setenta prisioneros italianos y alemanes que las fuerzas estadounidenses de la 45? Divisi¨®n de Infanter¨ªa llevaron a cabo en Biscari (Sicilia) el 14 de julio de 1943. Ante la corte marcial a la que fueron llevados los responsables fue le¨ªdo el discurso que el heroico general George S. Patton dirigi¨® a su Estado Mayor antes del desembarco: "?Ese bastardo tiene que morir! Y vosotros ten¨¦is que matarle. Traspasadlo entre la tercera y la cuarta costilla. Decidle eso a vuestros hombres. Ellos deben tener el instinto asesino. Decidles que atraviesen al enemigo. Despu¨¦s nada podr¨¢ hacer. Dadle en el h¨ªgado. Nos reconocer¨¢n como matadores, y los matadores son inmortales". Y Joanna Bourke a?ade: "Algunos oficiales interpretaron estas palabras como ¨®rdenes, y los prisioneros fueron asesinados en masa".

"No todos los soldados de estas guerras fueron verdugos", contin¨²a Bourke, "ni obtuvieron placer matando. Algunos resistieron, y me habr¨ªa gustado escribir m¨¢s acerca de esos resistentes en Sed de sangre. Quiz¨¢ escriba otro libro sobre ellos. En situaciones de guerra, es cierto, muchas veces se trata de elegir entre el enemigo y t¨². Dispara ¨¦l o le disparas t¨². Y en esos casos, todos reaccionamos, me parece, igual. Pero otras veces se mata a sabiendas a inocentes o a desarmados. Soldados que pudiendo haber dicho no a la atrocidad, dijeron s¨ª. Es por eso muy digno de resaltar el gran valor de quienes, en la guerra de Vietnam, por ejemplo, desviaban sus armas para disparar contra las cabras o los cerdos, no contra los habitantes de la aldea. Y dec¨ªan no en medio de un impulso general de sangre y venganza, sabiendo sin duda que con ese gesto pod¨ªan ganarse la ira de sus propios compa?eros de armas. Algo muy peligroso cuando se est¨¢ en el lugar m¨¢s solitario que hay en la Tierra, un campo de batalla, donde s¨®lo los tuyos pueden ayudarte. Pero esos resistentes fueron una peque?a minor¨ªa".

El cast de personajes de Sed de sangre es casi exclusivamente masculino, hasta que, en la parte final, despu¨¦s de trazar con gran despliegue de medios la m¨ªstica de una masculinidad belicosa, la autora introduce a las mujeres.

El libro analiza, como indica su subt¨ªtulo, las guerras del siglo XX, las dos mundiales y la de Vietnam. ?Cree que la creciente entrada de la mujer en los ej¨¦rcitos altera sus percepciones como historiadora? En efecto, las mujeres han entrado masivamente en los ej¨¦rcitos. Las necesitan: no hay hombres suficientes para cubrir las plazas de soldados. En este momento, las mujeres son un 40% de las Fuerzas Armadas norteamericanas. Pero al mismo tiempo, casi nada ha cambiado en el sistema militar. De esa gran presencia femenina en el ej¨¦rcito, lo que m¨¢s preocupa a los mandos son los retretes. ?C¨®mo organizarlos y distribuirlos? Parece un chiste, pero no lo es. El resto no ha variado: el entrenamiento, la rivalidad interna, el escalaf¨®n... Y tambi¨¦n hay que decir que las mujeres compiten, comparten los valores y aspiran a ocupar el papel que los varones tienen en las redes del poder militar. Ellas no quieren concesiones. Quieren probar que son tan buenas militares como los hombres. Y lo son realmente, incluso cometiendo atrocidades, como hemos visto en la guerra de Irak. Con una diferencia en las atrocidades m¨¢s sexuales. Los soldados americanos pisoteaban con sus botas a los prisioneros iraqu¨ªes, los violaban con tubos de ne¨®n. Las mujeres soldado prefer¨ªan humillarles con unos lentos strip-teases o ech¨¢ndoles encima de la cara sus l¨ªquidos menstruales, en una especie de ceremonial femenino con elementos de seducci¨®n. Usaban los tropos de la feminidad para abusar de los presos. Por principio, el alto mando militar teme que la presencia de la mujer haga cambiar de actitud a los hombres, debilit¨¢ndolos. Pero eso no ha pasado. Ellas se han endurecido hasta el mismo l¨ªmite de crueldad de sus camaradas.

Se ha insinuado que entre las militares hay un alto porcentaje de lesbianas.S¨ª, se dice, y en esa lectura, para m¨ª simplista, a las militares se las divide en dos grupos: la lesbiana que siente los mismos deseos sexuales que sus compa?eros y, en el extremo contrario, la superwoman, un prototipo de mujer superfemenina que se har¨ªa guerrera para dar salida al instinto, propio de las mujeres, de proteger a los suyos, a los ancianos, a los ni?os, a los d¨¦biles. Seg¨²n esa teor¨ªa de la "escuela del instinto", el soldado sublima los primitivos impulsos sangrientos del cazador en la guerra, mientras que la soldado sublima el ansia protectiva. Desconf¨ªo de esos esquemas de pensamiento. La belicosidad, la agresividad, no es innata en el ser humano; depende en gran medida del entorno social, seas hombre o mujer. Y en ese sentido yo soy, para algunos colegas, una historiadora optimista.

Hablemos [tras una pausa en la conversaci¨®n, que se desarrolla en pleno Bloomsbury, la zona universitaria y anta?o muy literaria de Londres, a cien metros del Museo Brit¨¢nico] de otro fen¨®meno que ha hecho igualitaria la violencia: el de las mujeres suicidas. Las guerras se han desplazado y fragmentado, y en ese sentido Sed de sangre refleja un estado de la cuesti¨®n que es literalmente hist¨®rico. ?D¨®nde se libran hoy los combates? Bueno, por desgracia, en muchos peque?os frentes, pero hay uno muy encarnizado del que al menos aqu¨ª en Gran Breta?a nunca se habla: el que todos los d¨ªas desde hace a?os tiene lugar en un peque?o rinc¨®n de la isla de Cuba llamado Guant¨¢namo. All¨ª se da la nueva intimidad de las guerras contempor¨¢neas. Algo, a mi modo de ver, terror¨ªfico. Pero aqu¨ª nadie habla de ello ni se opone. El Gobierno brit¨¢nico, por supuesto, defiende la prioridad de mantener sus buenas relaciones tradicionales con Estados Unidos, pero nadie, en el Parlamento o en la calle, protesta. Tampoco en la prensa, y conste que yo leo The Guardian. Ni siquiera en ese peri¨®dico progresista y liberal se leen opiniones contrarias a la situaci¨®n de indefensi¨®n absoluta en la que est¨¢n los presos de Guant¨¢namo, incluso habiendo algunos de nacionalidad brit¨¢nica. ?D¨®nde est¨¢n los intelectuales brit¨¢nicos opuestos a esa terrible injusticia?

?Vuelve ahora con el terrorismo, el odio ¨¦tnico, los talibanes y las masacres de inspiraci¨®n ultranacionalista ese combate cuerpo a cuerpo que se analiza en 'Sed de Sangre'? As¨ª es. Vuelve la matanza cara a cara, al descubierto, despu¨¦s de que los ¨²ltimos conflictos b¨¦licos parec¨ªan haber alcanzado el rango de grandes acciones hipertecnol¨®gicas. Se explotan bombas caseras en los mercados, se deg¨¹ella a los habitantes de la misma aldea, se viola a la vecina. Y en situaciones de ansiedad generalizada tan extendidas ahora, se acrecienta la necesidad del chivo expiatorio, proyectando los propios miedos sobre otros grupos. Tambi¨¦n se ha intensificado la desconfianza religiosa, especialmente contra los inmigrantes musulmanes. Si aqu¨ª en Gran Breta?a, por ejemplo, un musulm¨¢n mata a su hermana porque manten¨ªa un noviazgo con alguien de otra comunidad, el crimen inmediatamente se tilda de "religioso". Pero si un John Evans cualquiera, brit¨¢nico de toda la vida, mata a su mujer porque la encuentra en la cama con otro, se trata, simplemente, de "un hombre malo", sin aludir nunca a si este asesino era protestante o cat¨®lico. De ese modo, la comunidad a la que pertenece el asesino de la hermana queda manchada, mientras que el delito del que mat¨® a la esposa no afecta a ning¨²n otro miembro de su comunidad, siendo adem¨¢s bastante frecuente que en ciertos peri¨®dicos vespertinos y en ciertas cadenas de televisi¨®n aparezcan los vecinos del tal Evans disculp¨¢ndole: "Ha matado, es cierto, pero John era en el fondo muy buena persona.

?Hay tal vez un trasfondo socioecon¨®mico, ligado a la pura supervivencia en momentos de recesi¨®n, que influya en esa mutua desconfianza religiosa y esa b¨²squeda de figuras expiatorias cercanas? En otro de mis libros, Una historia cultural del miedo, distingo entre el miedo y la ansiedad. El miedo suele tener causas espec¨ªficas; alguien siente miedo a la oscuridad, a los lugares cerrados, y sobre ese problema puede la misma persona reflexionar o tratarlo cient¨ªficamente, m¨¦dicamente. La ansiedad es diferente; no sabes exactamente lo que te inquieta, y de tales situaciones nace la necesidad del chivo expiatorio. Muchas veces no se llega a precisar qui¨¦n es ese enemigo peligroso que te inquieta; lo ves por todas partes, y lo golpeas a ciegas. Por otro lado, conviene recordar que la intransigencia de inspiraci¨®n religiosa no es un patrimonio de los fundamentalismos isl¨¢micos. La Constituci¨®n de Estados Unidos separa el poder pol¨ªtico del religioso, pero en la realidad cada vez tienen m¨¢s fuerza institucional los grupos pentecostalistas y evang¨¦licos radicales, creyentes sin fisuras en un inminente fin de los tiempos y la llegada de un Cristo apocal¨ªptico que, en una operaci¨®n de m¨ªstico arrobo (the rapture), se llevar¨¢ a los cristianos al cielo. Muy significativo que un 38% de estadounidenses crea que la guerra de civilizaciones, y eso quiere decir b¨¢sicamente la guerra contra el islam, es inevitable a corto o largo plazo.

Joanna Bourke
Joanna BourkeChris Steele Perkins

Las perpetradoras

Nacida en Nueva Zelanda en 1963 de padres misioneros y educada en medio mundo, Joanna Bourke, adem¨¢s de dar clases en la Universidad de Londres desde hace ya a?os, es una autora prol¨ªfica. En febrero de 2009, la misma editorial Cr¨ªtica que publica hoy Sed de sangre sacar¨¢ en espa?ol Rape, su sexto y por ahora ¨²ltimo libro: una historia de la violaci¨®n desde 1860 hasta nuestros d¨ªas. Las guerras siguen obsesionando a Bourke en ese libro, y su mirada se pone sobre una de las ¨²ltimas vividas, y que contin¨²a, la de Irak. En un largo y muy interesante cap¨ªtulo central, Bourke examina las quiz¨¢ m¨¢s tristemente c¨¦lebres violaciones de nuestro tiempo, las que tuvieron por escenario la prisi¨®n de Abu Ghraib, introduciendo en su discurso sobre las formas de la violencia a la mujer, lo que ella llama "las perpetradoras femeninas".

"Rape' no es, parad¨®jicamente, un libro sobre la violaci¨®n, sino sobre los violadores. La historia de los que violan, de c¨®mo y por qu¨¦ lo hacen, y no la historia de las v¨ªctimas. Tengo que confesar que cuando empec¨¦ a investigar el tema lo hac¨ªa a mi habitual modo objetivo, calmo, fr¨ªo, hasta que en un momento dado me fui calentando de indignaci¨®n. Las estad¨ªsticas consultadas eran aterradoras. Por ejemplo: en la d¨¦cada de 1970, uno de cada cinco violadores denunciados sal¨ªa del juicio con una condena; hoy, s¨®lo uno de cada veinte es condenado. Han pasado treinta a?os de avance social y lucha feminista y, sin embargo, la situaci¨®n en ese aspecto ha empeorado notablemente. Tambi¨¦n es asombroso cuando se estudia comprobar que la violaci¨®n de ninguna manera ha sido una constante hist¨®rica; por eso es posible imaginar sin dificultad un mundo sin perpetradores de la violencia sexual. ?Optimismo? Bueno, en este caso m¨¢s bien me definir¨ªa como una futura optimista".

Bourke hace hincapi¨¦ en Rape en las instant¨¢neas de la soldado americana Lynddie England arrastrando perrunamente con un lazo a un prisionero iraqu¨ª. Las fotos, despu¨¦s de los sabidos intentos de supresi¨®n por parte del mando militar, alcanzaron gran fama, y la Red se convirti¨® en su lugar de difusi¨®n, m¨¢s -a veces- morbosa que espantada. Bourke cuenta que en Internet circulaban im¨¢genes de hombres y mujeres desnudos imitando las poses de la soldado, y a eso se le llamaba en la jerga de los internautas estar "haciendo un Lynddie" ("lindiando", podr¨ªamos decir con una apropiada alusi¨®n taurina). En algunos foros se buscaban voluntarios para ser lindiados. Bourke no obvia el posible sustrato sado-masoquista de esas horripilantes fotograf¨ªas (la soldado como dominatrix), pero tambi¨¦n analiza otras formas de violencia no sexual perpetrada por mujeres.

"Pero respecto a la violaci¨®n, m¨¢s que respecto a la guerra, se puede elegir. Los soldados que luchaban en el siglo XX cuerpo a cuerpo no ten¨ªan, a veces, como hemos dicho, otro remedio que defenderse matando, en medio de la presi¨®n b¨¦lica de las trincheras y los bombardeos. El violador no tiene la menor excusa de autodefensa o de tensi¨®n ambiental. Y aun as¨ª se le entiende, se le disculpa, se le deja a menudo libre. La sociedad tiende a ser tenue con el perpetrador sexual: el marido que fuerza a su esposa que no quiere saber de ¨¦l, el joven que viola a la muchacha con la que ha ido a bailar a la discoteca. 'No es tan grave', se oye decir en voz baja. Es bueno recordar a esos condescendientes que los violadores no est¨¢n en primera l¨ªnea de una batalla campal ni forman una milicia del sexo. La mayor¨ªa de hombres son encantadores y no van por ah¨ª violando".

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