En el estreno de la pel¨ªcula de Woody Allen
Recibo por correo electr¨®nico una invitaci¨®n para ir al estreno de la pel¨ªcula de Woody Allen rodada en Barcelona. Es en el Auditori, el d¨ªa 20 a las diez de la noche. Pero hab¨ªa que confirmar la presencia antes del d¨ªa 12.
Escribo un correo electr¨®nico a la persona que me ha enviado el correo para preguntarle si a¨²n estoy a tiempo de confirmar mi presencia y me dice que s¨ª. Me pide una direcci¨®n postal para enviarme las entradas "f¨ªsicas". Se la doy, pero le expreso mi temor a que no lleguen, porque vivo en la zona de Sant Cugat. Pero no hab¨ªa calculado que las entradas llegar¨ªan con un mensajero.
Ese d¨ªa leo comentarios de la pel¨ªcula en la prensa. En El Peri¨®dico hacen una encuesta para preguntar a los espectadores qu¨¦ les ha parecido. Una persona dice que "no le ha gustado" porque no ve representada a Barcelona. Otra dice que no le gusta el modernismo. Es aquello de dar opini¨®n al pueblo, que est¨¢ siempre muy bien, aunque no me imagino a los ciudadanos de Nueva York diciendo que no ven Manhattan representado. Hombre, claro. Si Woody Allen hubiese querido que estos se?ores viesen Barcelona representada, tendr¨ªa que haber sacado a las estatuas humanas de La Rambla y los carteristas (y entonces ya no podr¨ªa ser una pel¨ªcula rom¨¢ntica, sino m¨¢s bien del tipo "problem¨¢tica social"). A ver si ahora Ventura Pons, que siempre saca Barcelona en sus pel¨ªculas, tendr¨¢ que hacer una encuesta por si sus habitantes la ven bien representada o no.
No somos nadie. No contamos en la sociedad catalana. Todos tienen mejores entradas.
Mientras llegamos a Barcelona especulamos. En los fotogramas que hemos visto de la pel¨ªcula los personajes hacen un pic-nic. ?D¨®nde ser¨¢? En los alrededores de la ciudad, imaginamos. ?En Sant Adri¨¤? ?En L'Hospitalet? Bajamos por la calle de Lepant y, como vamos bien de tiempo, nos paramos en el m¨ªtico bar Samba Brasil, donde hacen las mejores caipiri?as que hemos probado (y hemos probado muchas). Son tan buenas que superan incluso las nuestras. Tomamos una y seguimos hasta el Auditori, que est¨¢ lleno de gente. Los curiosos miran desde el otro lado de las vallas, como en Hollywood. Los invitados van muy puestos, porque despu¨¦s habr¨¢ lo que se llama "un picoteo". "Es por all¨ª", nos indica un vigilante. Y eso significa que, para entrar, no cruzaremos la alfombra roja. Nuestras entradas son la 26 y 28 del lateral escena. De entre los famosos distiguimos a Pasqual Maragall, Jaume Roures -claro-, ?ngel Casas y Jordi Bast¨¦.
Entramos por la platea y a lo lejos ya vemos que nuestros puestos est¨¢n ocupados. Maldici¨®n. ?Se habr¨¢n colado esas dos usurpadoras que se sientan en el lugar que la historia nos hab¨ªa reservado? Llamamos al acomodador para que nos explique si las entradas est¨¢n duplicadas. "No, no", nos dice con una sonrisa de circunstancias. "Es que... creo que sus entradas son las de all¨ª". Nos se?ala una especie de palco que pr¨¢cticamente est¨¢ encima del escenario. Para escuchar m¨²sica puede ser apto, pero jam¨¢s podr¨ªas ver una pel¨ªcula desde all¨ª. Tienes la pantalla en la oreja. No debes de ver nada. "Esperen, porque es un poco raro...", dice. "Voy a comprobarlo". Lo comprueba y resulta que s¨ª, que nuestros asientos est¨¢n casi detr¨¢s de la pantalla. No somos nadie. No contamos en la sociedad catalana. Todos los miembros del mundo del entretenimiento tienen mejores entradas que nosotros. Seguramente, sus productoras televisivas tienen hasta logotipo.
Podr¨ªamos quedarnos en el vest¨ªbulo tratando de parecer gente de mundo, para esperar lo del picoteo, pero decidimos que es mejor ir a cenar a un restaurante italiano finolis. Nos vamos a toda prisa. Comemos raviolis de calabaza y tambi¨¦n de patata, provolone y calamar. Y tomamos un vino siciliano aceptable. Y los camareros -tan estirados y cursis como imagin¨¢bamos- nos hacen re¨ªr. Veremos la pel¨ªcula ma?ana. Total, nosotros no hacemos en ella ning¨²n cameo...
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