El ¨²ltimo alfarero de Gundiv¨®s
El¨ªas Gonz¨¢lez lucha por mantener viva la alfarer¨ªa m¨¢s ancestral del pa¨ªs
Los romanos se llevaban el tinto de Amandi en ¨¢nforas de Gundiv¨®s. Al llegar al puerto de Roma, el vino se vend¨ªa y las vasijas, de cuatro en cuatro, se transportaban en burro hasta un lugar de la urbe, dentro de la muralla Aureliana, porque por entonces no se hab¨ªan inventado los envases con retorno. El Monte Testaccio o Monte dei Cocci era el vertedero oficial y controlado de ¨¢nforas en la ciudad. Sobre una capa de cacharros sucios, se echaba otra de cal para matar los olores. Entre los siglos I y III despu¨¦s de Cristo, sobre el llano se levant¨® una monta?a triangular con millones de recipientes de barro para el aceite y el vino, la mayor¨ªa procedentes de Espa?a y, buena parte, de Gundiv¨®s. Bajo los a?icos se fueron formando cuevas que hoy se consideran perfectas para conservar el vino. En las tripas del monte, la temperatura constante es de 17 grados. Y eso es gracias al barro.
Al llegar a Roma, las ¨¢nforas del Amandi se romp¨ªan en el monte Testaccio
Nada ha cambiado: torno bajo, cocci¨®n con le?a y pez para impermeabilizar
En los mejores tiempos, en Santiago de Gundiv¨®s, parroquia de Sober, llegaron a trabajar a la vez unos 30 oleiros. Pero en la d¨¦cada de los 50 del siglo pasado, desplazados por el pl¨¢stico y el cristal, los aperos dom¨¦sticos de arcilla de Gundiv¨®s perdieron demanda. Los oleiros tuvieron que emigrar, y s¨®lo qued¨® uno trabajando en la aldea. La alfarer¨ªa m¨¢s ancestral de Galicia, quiz¨¢s tambi¨¦n la m¨¢s primitiva de Espa?a, hubiera desaparecido entonces si no fuese porque, a finales de los 70, retornaron a la parroquia los viejos oleiros reconvertidos durante d¨¦cadas en cualquier otra cosa. En 1980, se celebr¨® en Sober la primera Feira do Amandi, y las jarras en las que se sirvi¨® el vino eran nuevas y de Gundiv¨®s.
Al fin de vuelta, Obdulia Lula Rodr¨ªguez, Xos¨¦ Ventura, Alonso D¨ªaz, Agapito Gonz¨¢lez y Federico D¨ªaz volvieron a sentarse delante del torno y recuperaron la tradici¨®n sin caer en la tentaci¨®n de adulterarla. Frente al apetecible torno alto, que se acciona con el pie, o el el¨¦ctrico, todav¨ªa m¨¢s c¨®modo, respetaron el sistema primigenio, de rueda baja, casi a ras de suelo, que hab¨ªa que mantener girando con impulsos de la mano. As¨ª que tambi¨¦n continuaron trabajando en una silla de patas recortadas, un escabel que obliga a modelar con los codos clavados en las ingles, el mejor punto de apoyo para mantener el pulso sin cansarse.
Y siguieron, adem¨¢s, usando la arcilla aut¨®ctona, cociendo en horno de le?a, ahumando las piezas para ennegrecerlas, impermeabilizando los jarros con resina de pino y derritiendo esta pez con fuego de carqueixa antes de verterla dentro de los cacharros. Ni siquiera innovaron en los adornos, aquellos oleiros: siguieron decor¨¢ndolo todo con "bincos" y "bigotes". Sin m¨¢s historias. Como cuando los romanos escachaban las ¨¢nforas en la cima del Testaccio.
Pero en la ¨²ltima d¨¦cada, tres de estos viejos artesanos murieron y los otros dos se retiraron. Lula y Agapito siguen en Gundiv¨®s, pero ya no producen para comerciar. Si no fuese porque un rapaz de la aldea se resisti¨® a seguir el camino de los otros chicos del lugar, la tradici¨®n alfarera estar¨ªa extinta. A sus padres, El¨ªas Gonz¨¢lez les dio el disgusto del siglo cuando les anunci¨® que no iba a buscar trabajo en Ourense ni en Monforte. La FP que hab¨ªa estudiado este hijo ¨²nico no le iba a servir para nada, porque hab¨ªa resuelto meterse en el taller de Agapito hasta aprender un oficio que tambi¨¦n hab¨ªa sido el de su bisabuelo.
Y El¨ªas, demasiado alto para el torno bajo, dobl¨® la espalda y aprendi¨®. Y al cumplir los 30 embauc¨® a sus padres, de nuevo sus padres, para comprar y restaurar la rectoral de Gundiv¨®s, una hermosa ru¨ªna del XVIII que puso a la venta entonces el Obispado de Lugo. "Soy el alfarero m¨¢s endeudado de Espa?a", confiesa cinco a?os despu¨¦s de aquello.
El¨ªas ha hecho de la rectoral un museo. Los tabiques siguen siendo de paja y barro. Y el palomar, habitado ahora por murci¨¦lagos, es su estancia favorita. Las celdas donde anidaban las palomas son vasijas de barro incrustadas en la pared. Y en la lareira sigue estando la mesa abatible en la que com¨ªa el cura durante el invierno. En verano, seguramente lo hac¨ªa en el patio, ahora emparrado de vides de uva blanca. Es ah¨ª donde El¨ªas trabaja cuando tiene p¨²blico, porque los turistas no cesan de llegar por eso del boca a boca. El ¨²ltimo alfarero de Gundiv¨®s ha hallado en la rectoral la forma de darle vida al rito moribundo. Es fiel a la tradici¨®n y s¨®lo se permite una licencia: cuando ahuma, fuerza el negro, porque "es lo que ahora le gusta a la gente".
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