El genocidio franquista
Jaime Mayor Oreja calific¨® la Guerra Civil de "lo peor de nuestra historia". Su prop¨®sito era mostrar la inconveniencia de todo intento de ahondar en las responsabilidades que acompa?aron a la tragedia. Ser¨ªa tanto como reabrir heridas mal cicatrizadas y poner en peligro la reconciliaci¨®n alcanzada gracias al ejercicio de olvido que acompa?¨® a la transici¨®n. El argumento tiene un punto de raz¨®n: despu¨¦s de un pasado tan traum¨¢tico, cualquier ejercicio de recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica ha de ser llevado a cabo pensando en primer t¨¦rmino en una mejor convivencia futura. Y es precisamente esto ¨²ltimo lo que justifica una actitud opuesta a la preconizada por nuestros conservadores. Los espa?oles tienen derecho a un conocimiento preciso de lo ocurrido en los a?os treinta y, como ha sucedido en tantos otros pa¨ªses, Alemania, Francia o Italia, a exigir siquiera simb¨®licamente responsabilidades a los culpables.
El reconocimiento de las v¨ªctimas republicanas es una tarea pendiente de la Espa?a democr¨¢tica
?Es genocidio que miles de "rojos" fueran asesinados de modo sistem¨¢tico?
Por esas mismas experiencias sabemos que no es tarea sencilla. Una labor incompleta ha favorecido en Italia la supervivencia pol¨ªtica de un fascismo reformado. En Alemania la rigurosa condena del nazismo y el reconocimiento pleno del Holocausto, hasta el punto de seguir prohibida hasta hoy la reedici¨®n de Mein Kampf, tuvieron como contrapartida la d¨¦bil voluntad para aplicar justicia a los criminales. Tampoco fue f¨¢cil en Francia superar el trauma de que tantos, incluido el luego resistente Mitterrand, se apuntaran tras la derrota de 1940 al Mar¨¦chal, nous voil¨¤!. Tal vez la reconstrucci¨®n de la verdadera biograf¨ªa del presidente socialista a partir del libro de Pierre P¨¦an en 1994 tuvo un saludable efecto al mostrar que tambi¨¦n en el v¨¦rtice de la izquierda las cosas distaban de haber sido de blanco sobre negro, y que detr¨¢s de la emotiva ceremonia de la rosa roja depositada al ganar las presidenciales en la tumba del resistente asesinado Jean Moulin se encontraban su duradera amistad con Ren¨¦ Bousquet, verdugo de jud¨ªos en 1942, y el respeto mal disimulado hacia P¨¦tain.
Es de desear que en Espa?a la ponderada Ley de la Memoria Hist¨®rica y la reciente iniciativa procesal del juez Garz¨®n contribuyan a un ejercicio similar de esclarecimiento. "Una naci¨®n no puede olvidar su pasado", declar¨® Jacques Chirac al poner en marcha hace una d¨¦cada los procedimientos para devolver los bienes secuestrados a los jud¨ªos. El reconocimiento y la reparaci¨®n de los da?os sufridos por las v¨ªctimas son en este sentido prioritarios, m¨¢s aun cuando en nuestro caso, tras sufrir la muerte, los republicanos asesinados fueron en tan gran n¨²mero condenados a la humillaci¨®n adicional de la fosa com¨²n. Sigue siendo al respecto v¨¢lida la apreciaci¨®n del rom¨¢ntico Ugo Foscolo en su poema De los sepulcros, al presentar el enterramiento digno de los restos como signo de la transformaci¨®n de "las humanas fieras" en seres "piado
sos hacia s¨ª mismos y hacia los dem¨¢s".
Nuestras fieras humanas del bando vencedor de la guerra incumplieron conscientemente ese deber y toca ahora por fin a las instituciones democr¨¢ticas asumirlo, dando adem¨¢s satisfacci¨®n a los descendientes de las v¨ªctimas. Nada tiene esto de revancha. Es un puro y simple acto de humanidad y de justicia.
En la din¨¢mica que Garz¨®n intenta poner en marcha, el establecimiento de un censo fiable de los asesinados podr¨ªa llevar a la determinaci¨®n de responsabilidades retrospectivas, sirvi¨¦ndose del ¨²nico camino que soslaya la prescripci¨®n: la figura del genocidio. La cuesti¨®n es s¨ª la misma conviene a los sublevados del 17 al 20 de julio de 1936. El creador del t¨¦rmino fue en 1944 Rafael Lemkin, jurista judeopolaco, en su libro El dominio del Eje en la Europa ocupada, para calificar la novedad de la destrucci¨®n programada de una naci¨®n o de un grupo ¨¦tnico. Franco escapar¨ªa gracias a esta acepci¨®n restrictiva. En 1946, el campo de aplicaci¨®n se amplia a los grupos religiosos y este l¨ªmite es respetado en 1948 en la Convenci¨®n dedicada al tema, por el veto ingl¨¦s a incluir el genocidio pol¨ªtico.
Los dos componentes del concepto, la voluntad programada de aniquilamiento y la designaci¨®n de un sujeto pasivo identificable, permiten sin embargo su aplicaci¨®n al campo pol¨ªtico. Los cientos de miles de "gente del 17 de abril" ejecutada por los jemeres rojos, o de enemigos del pueblo fusilados en la gran purga de Stalin en 1936-38, comparten con los miles de rojos exterminados en Espa?a el hecho de haber sido v¨ªctimas de un proyecto deliberado de aniquilamiento y de constituir un grupo humano bien delimitado. Fueron gentes del Frente Popular, masones, personas conocidas por su laicismo, sindicalistas: en una palabra, esa izquierda sobre la cual Francisco Franco, en conversaci¨®n de noviembre de 1935 con el embajador franc¨¦s Jean Herbette, declar¨® la necesidad de ejecutar "una operaci¨®n quir¨²rgica", la amputaci¨®n de la parte perniciosa de la sociedad espa?ola. Genocidio pol¨ªtico y tambi¨¦n cultural, de destrucci¨®n de las ¨¦lites que proporcionaban en la izquierda inspiraci¨®n cultural y cohesi¨®n social. Los textos de Mola o de Queipo refrendan ese prop¨®sito, comparable al expresado por Hitler contra jud¨ªos y comunistas. Y bien que la pusieron en pr¨¢ctica. La mejor prueba de que la acci¨®n de exterminio era consciente lo tenemos en su sa?uda prolongaci¨®n en los a?os de la posguerra. "Vencido y desarmado el Ej¨¦rcito rojo", tocaba borrar el rastro de la Rep¨²blica mediante la eliminaci¨®n de todo aquel que hubiera sido un cuadro o l¨ªder de opini¨®n. No hubo piedad ni humanidad. Calificaci¨®n de genocidio bien ganada.
Ahora bien, tal valoraci¨®n, asociada al hecho de que el "alzamiento" fue una insurrecci¨®n contra el r¨¦gimen legalmente constituido, no debe ocultar que si entramos en el terreno de las responsabilidades tambi¨¦n hubo "humanas fieras" en el sector republicano, unas individuales, otras organizadas. De modo especial, en la CNT-FAI y en el PCE/Internacional Comunista la comisi¨®n de actos conscientes de barbarie se encuentra suficientemente probada, por contraste con la nobleza de figuras como Manuel Aza?a o Joan Peir¨°. Los dem¨®cratas de hoy no deben cerrar los ojos ante las "patrullas de control" anarquistas en Barcelona, Paracuellos o el entorno pol¨ªtico de la mejor conocida muerte de Andreu Nin. Hubo terror libertario y terror estaliniano.
La excepcional longevidad de Santiago Carrillo debiera permitir el esclarecimiento de episodios capitales, de los que fue observador privilegiado. El hecho de que en sus frecuentes relatos nunca mencione al mandam¨¢s delegado de Mosc¨², el siniestro Victorio Codovila, ni a la NKVD, indica que habla pero no cuenta. Y ya que en las entrevistas, por ejemplo una muy reciente a la SER, insta a la recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica, tiene el deber moral de contar lo que realmente pas¨®. No lo har¨¢.
Volvamos a la aspiraci¨®n ¨²ltima de Goethe: "Luz, m¨¢s luz".
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica.
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