La perseverancia de los desaparecidos
Los debates pol¨ªticos muchas veces terminan encon¨¢ndose y de nada sirven los argumentos racionales. Es entonces cuando acaso sirvan las historias, como ¨¦sta, que trata de un maestro de escuela de la Rep¨²blica
Guardo en mi casa de vacaciones -la vieja casa de mi familia- el retrato de un hombre al que no conoc¨ª, pero cuya presencia me ha acompa?ado siempre, al igual que a mis padres y a mis abuelos. Se trata del retrato de un t¨ªo m¨ªo, maestro de la Rep¨²blica, que desapareci¨® en la guerra y al que, mientras vivieron, sus padres y sus hermanos buscaron in¨²tilmente. Tal vez por eso su foto permaneci¨® siempre en el comedor presidiendo las comidas y reuniones familiares y por eso yo la conservo, no en el mismo lugar, pero s¨ª en otro preeminente, despu¨¦s de reformar la casa hace algunos a?os.
La perseverancia de los desaparecidos (tomo la frase de un t¨ªtulo del poeta Miguel Su¨¢rez que public¨® Hiperi¨®n) se muestra en esos detalles, pero tambi¨¦n en su resistencia a desaparecer del todo, como sucede con las estrellas, que siguen dando luz despu¨¦s de muertas, incluso cuando llevan millones de a?os apagadas. Y es que los desaparecidos se convierten en fantasmas que contin¨²an viviendo junto a nosotros, por m¨¢s que no los veamos salvo en las fotograf¨ªas que conservamos de ellos.
La pena fue tan grande que a mi abuela la llev¨® a experimentar incluso fen¨®menos de aparici¨®n
No est¨¢n muertos, o no lo est¨¢n del todo, pues su recuerdo sigue turb¨¢ndonos
La providencia del juez Garz¨®n recabando de todos los archivos la relaci¨®n de desaparecidos en la Guerra Civil y en la posguerra (para muchos, una continuaci¨®n de aqu¨¦lla) en orden a confeccionar la lista completa de sus nombres con el fin de proceder a su rescate -en el caso de que se sepa d¨®nde se encuentran sus restos- o a su b¨²squeda y reivindicaci¨®n -en el contrario- me ha hecho recordar a mi t¨ªo ?ngel y a revivir escenas de mi ni?ez, cuando mi padre y sus hermanos le buscaban todav¨ªa, cosa que no dejaron de hacer, ya digo, mientras vivieron, aunque en los ¨²ltimos tiempos ya sin ninguna esperanza. Por edad, no alcanc¨¦ a vivir el dolor de mis abuelos, que se fueron con la pena de morirse sin saber qu¨¦ hab¨ªa sido de su hijo ni si en verdad les hab¨ªa precedido en su destino, como todo hac¨ªa pensar; una pena tan grande que a mi abuela la llev¨® a experimentar incluso fen¨®menos de aparici¨®n (lleg¨® a ver a su hijo una noche en la cocina y a escuchar su voz varias veces, seg¨²n me contaron luego) y que se vio agrandada por el acoso que ambos tuvieron que soportar por parte de los guardias y la polic¨ªa franquistas, que pensaban que mi t¨ªo pudiera estar escondido en casa, o en el monte, con los grupos de huidos republicanos que durante muchos a?os resistieron en la zona.
Si cuento todo esto no es, por supuesto, por hacer p¨²blica una historia privada y personal, sino por transmitir a quienes se oponen a la b¨²squeda y reivindicaci¨®n de los miles de personas desaparecidas en Espa?a a lo largo de la guerra y la posguerra el sufrimiento experimentado durante a?os por sus familias y -algo que les sorprende a¨²n m¨¢s- la raz¨®n de que ese sentimiento perdure en sus descendientes, incluso en aquellos que, como yo, ni siquiera llegamos a conocer a los protagonistas. La experiencia personal, por m¨¢s que sea limitada, alumbra muchas veces m¨¢s que todos los an¨¢lisis te¨®ricos.
En el debate que ¨²ltimamente se est¨¢ librando en nuestro pa¨ªs sobre la necesidad de la recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica, como se ha dado en llamar, de una manera eufem¨ªstica, a la b¨²squeda de los desaparecidos, se han esgrimido por una y otra parte todo tipo de argumentos y razones. Por parte de quienes la rechazan (la derecha, sobre todo, pero tambi¨¦n un n¨²mero no peque?o de personas sin ideolog¨ªa concreta, incluso de la izquierda m¨¢s pragm¨¢tica o m¨¢s muelle), que hay que mirar hacia delante y no hacia atr¨¢s, que la guerra ya ocurri¨® hace m¨¢s de medio siglo, que el andar escarbando en el pasado puede reabrir heridas, que a los que lo pretenden s¨®lo les mueven el odio y el revanchismo. Por parte de los que la defienden (la recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica), que el olvido no es justicia, sino todo lo contrario, que la memoria es una necesidad vital, aparte de un derecho de todas las personas y los pueblos, que las heridas no se reabren por buscar a los muertos y enterrarlos dignamente, puesto que nunca se llegaron a cerrar (entre otras muchas razones, por la oposici¨®n de aqu¨¦llos a que pudiera hacerse cuando deb¨ªa), que el tiempo transcurrido es garant¨ªa de que la historia se puede conocer sin gran peligro, que no parece muy coherente que se reivindique a cada momento la memoria de las v¨ªctimas de ETA mientras que se les niega lo mismo a las del franquismo o que, en fin, ya es hora de que los desaparecidos afloren de sus limbos y sus tumbas clandestinas y descansen para siempre donde deben, esto es, donde deseen sus familiares, como ocurre en todos los pa¨ªses democr¨¢ticos. No ser¨¦ yo, aunque podr¨ªa hacerlo sin duda alguna, el que a?ada m¨¢s razones y argumentos al debate (en mi caso, por supuesto, a favor de los que quieren y reclaman la verdad), entre otras cosas porque por experiencia s¨¦ que, en los debates pol¨ªticos, y ¨¦ste lo es, nadie convence a nadie de nada racionalmente. Me limito, por ello, a contar mi historia, como comenc¨¦ este art¨ªculo, por si con ella logro ablandar la sensibilidad de alguno de esos que, insolidariamente o por conveniencia, se resisten a que otros conozcamos qu¨¦ ocurri¨® con nuestros familiares o vecinos y podamos, llegado el caso, darles la paz que nunca tuvieron.
Cuando estudiaba bachillerato, en una clase de religi¨®n, entonces obligatoria como determinada gente pretende volver a hacer (se ve que no conf¨ªan demasiado en sus ideas), recuerdo que el profesor, un cura, l¨®gicamente, nos explic¨® las razones morales por las que el robo era considerado un pecado por la religi¨®n cat¨®lica. De todas las esgrimidas, que eran bastantes, hubo una que a¨²n recuerdo, pues me llam¨® la atenci¨®n poderosamente en aquel momento. Era aquella que dec¨ªa que "las cosas claman por su due?o" y no dejan de hacerlo hasta que se le restituyen. Imaginaba yo entonces un sordo rumor de ambiente producido por todos los objetos que, robados, permanec¨ªan en manos de los ladrones y c¨®mo ¨¦ste deb¨ªa de delatarlos, as¨ª como la paz que los propios objetos habr¨ªan de sentir cuando por fin eran devueltos a sus leg¨ªtimos due?os. Como si los objetos tuvieran alma y sufrieran igual que las personas.
Yo no s¨¦ si la religi¨®n cat¨®lica sigue alentando esa presunci¨®n, tan literaria por otra parte, para condenar el robo (y para sacralizar, de paso, la necesidad de la restituci¨®n de lo robado, condici¨®n imprescindible para el perd¨®n del pecador), pero la he recordado muchas veces para explicarme a m¨ª mismo la raz¨®n de que hechos sucedidos hace d¨¦cadas contin¨²en planeando sobre m¨ª y, por lo que puedo ver, sobre muchos otros compatriotas. Que 70 a?os despu¨¦s de acabada la guerra y comenzada la posguerra, con todo lo que ha ocurrido desde esas fechas, mucha gente contin¨²e reclamando conocer el paradero de sus desaparecidos no indica m¨¢s, aparte de que, contra lo que muchos quieren, las heridas siguen abiertas, que aquellos siguen clamando en nuestras conciencias y que lo hacen con perseverancia. S¨®lo as¨ª puede explicarse que, despu¨¦s de tantos a?os de silencio, de olvido institucional, de persecuci¨®n incluso de su memoria, y despu¨¦s de muertos ya la mayor¨ªa de los que los conocieron, su recuerdo y sus nombres sigan vigentes y que haya gente que contin¨²e busc¨¢ndolos. De la misma manera que s¨®lo as¨ª se explica la perseverancia de ¨¦sta, hijos y nietos de los desaparecidos muchas veces, que, aunque no llegaron a conocerlos, crecieron, como yo, viendo sus fotos y oyendo a sus padres y a sus abuelos hablar de ellos como si siguieran vivos.
No lo est¨¢n (el tiempo transcurrido ya ha dejado lugar a la verdad), pero tampoco est¨¢n muertos, o no lo est¨¢n del todo, pues su recuerdo sigue turb¨¢ndonos. ?C¨®mo entender, si no, que haya gente que siga todav¨ªa buscando el paradero de personas de las que no posee ninguna pista o que las fotos de ¨¦stas permanezcan en sus sitios, como la de mi t¨ªo ?ngel, al rev¨¦s que las de los muertos, que desaparecen de nuestras vidas a medida que el tiempo va transcurriendo? Personalmente a m¨ª nadie me pidi¨® que la conservara, ni que estuviera atento a cualquier noticia que sobre mi t¨ªo pudiera aparecer, pero lo hice y lo sigo haciendo, y ello a pesar de que ya no vive nadie de cuantos lo conocieron de mi familia. El recuerdo de mi padre busc¨¢ndolo in¨²tilmente y el conocimiento del sufrimiento de mis abuelos es motivo suficiente para hacerlo. Eso y la perseverancia de mi t¨ªo ?ngel, aquel maestro que llevaba a los ni?os a lavarse antes de empezar la escuela y que so?aba con un mundo m¨¢s justo y cuya foto me espera cada verano en la casa en la que naci¨®.
Julio Llamazares es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.