El archipi¨¦lago de las lagartijas
Las islas Columbretes, un ecosistema ¨²nico y bien preservado. Desde Castell¨®n y Pe?¨ªscola se viaja a este para¨ªso para las aves migratorias y los buceadores
Quiz¨¢ es cierto que ya no queden para¨ªsos. Quiz¨¢ por ello, viajar, como alguien dijo, no pueda ser sino el m¨¢s triste de los placeres. Y sin embargo a veces nos sorprende descubrir peque?os indicios del mito, aunque para ello debamos abandonar las rutas convencionales.
A treinta millas na¨²ticas (50 kil¨®metros) al este del cabo de Oropesa, en la costa de Castell¨®n de la Plana, las islas Columbretes podr¨ªan pasar desapercibidas, y de hecho ¨¦sa ha sido su mejor estrategia de conservaci¨®n. Dos horas en barco nos separan de este grupo de islotes que constituye un enclave privilegiado ¨²nico en el Mediterr¨¢neo. Fauna y flora han mantenido all¨ª una pujanza que nos retrotrae a estadios ya periclitados de este mare nostrum agonizante.
Se conoce como Columbretes a cuatro grupos de islotes de origen volc¨¢nico que toman nombre de sus elementos mayores: la Illa Grossa, la Ferrera, la Foradada y el Carallot. Cada uno de ellos tiene su idiosincrasia particular y tambi¨¦n su subespecie end¨¦mica de lagartija: la Podarcis atrata (m¨¢s grandes y de constituci¨®n m¨¢s robusta que las peninsulares, debido a la escasez de depredadores). Durante siglos -hasta el XIX- la ¨²nica presencia humana la compartieron al alim¨®n los pescadores y los piratas.
Los contrabandistas mallorquines (que navegaban con bandera inglesa), encontraban un excelente refugio en el agujero -abrigo natural- de la Foradada, mientras que los corsarios berberiscos prefer¨ªan la Illa Grossa, cuyo puerto natural, abierto hacia Levante, les permit¨ªa reposar tras asaltar como un solo hombre la costa propiciatoria.
Primeros habitantes
En este panorama humano, s¨®lo echo en falta alg¨²n profeta de barba puntiaguda que buscara a Dios a trav¨¦s del silencio salobre del archipi¨¦lago, y confundiera su ira, entornando los ojos, con la chiller¨ªa de las gaviotas. En su lugar, a mediados del siglo XIX, desembarcaron los encargados de construir un faro. Con ellos llegaron los primeros habitantes fijos de las islas, que se mantuvieron all¨ª hasta 1975. En la actualidad el faro est¨¢ automatizado, y los ¨²nicos habituales de las islas son los funcionarios de la Generalitat Valenciana, que acogen a los visitantes -unos pocos miles al a?o- que llegan en barco desde Castell¨®n o desde Pen¨ªscola.
Parece el de farero un oficio razonable para estas islas. Se han conservado los dietarios donde el farero de finales del XIX anotaba las oscilaciones meteorol¨®gicas con la precisi¨®n y la meticulosidad con que un poeta de coraz¨®n inflamado hubiera consignado los cataclismos que azotaban su estado de ¨¢nimo. Gracias a esos apuntes sabemos que una gran tormenta iniciada a las tres de la madrugada del 5 de noviembre de 1891, con viento constante y del noreste, pero sin aparato el¨¦ctrico, hizo desaparecer la boya del puerto Tofi?o (en la isla mayor) y no termin¨® hasta el d¨ªa 7 a las cinco de la tarde. Y as¨ª iban pasando los d¨ªas en la monoton¨ªa virgen de las islas.
El detalle del dietario del farero se lo debemos al archiduque Ludwig von Salvator. Este arist¨®crata austriaco, afincado en Mallorca y gran propagandista de las bondades baleares por todo el mundo, es el autor del primer libro dedicado a la fauna y la flora de las Columbretes. El libro se edit¨® en 1895 en Praga, y quiz¨¢ lo m¨¢s sorprendente es que los tesoros que se describ¨ªan all¨ª han llegado hasta nosotros pr¨¢cticamente inc¨®lumes.
Salvator supo entender muy bien que estaba ante un enclave privilegiado como pocos. Por usar sus mismas palabras: "Uno de los lugares m¨¢s bellos del Mediterr¨¢neo occidental". Esa belleza se concreta, en primer lugar, en la configuraci¨®n de los islotes. La Illa Grossa, por ejemplo, tiene forma de herradura como resto geol¨®gico del cr¨¢ter volc¨¢nico que fue (en realidad, una serie de cr¨¢teres). El Carallot, por su parte, exhibe la chimenea central de un volc¨¢n. Como la piel de un dios dormido, la lava fosilizada dota el paisaje de una p¨¢tina caracter¨ªstica.
Especies ¨²nicas
Fauna y flora constituyen un conjunto ¨²nico. Lo primero que observaron los griegos cuando llegaron aqu¨ª fue la abundancia de serpientes. Bautizaron el lugar como Islas Ophiusas. Tambi¨¦n los romanos continuaron esta tradici¨®n onom¨¢stica, llam¨¢ndolas Serpentaria y Colubraria. En la actualidad la poblaci¨®n de serpientes es nula (fueron eliminadas en el siglo XIX por razones utilitarias), pero, en cambio, encontramos especies pr¨¢cticamente ¨²nicas, como la gaviota de Audouin (Larus audouinii o gavina corsa, en catal¨¢n), el halc¨®n de Eleonor (Falco eleonorae o falc¨® de la reina) o el cormor¨¢n mo?udo (Phalacrocorax aristotelis o corba marina). Estas especies tienen en las islas sus ¨²nicos puntos posibles de nidificaci¨®n en muchos kil¨®metros a la redonda. Y durante los pasos migratorios primaverales y oto?ales, las Columbretes act¨²an como un portaaviones natural, permitiendo el reposo de las aves peregrinas entre Europa y ?frica.
No es tan halag¨¹e?a la situaci¨®n de la flora. De la antigua vegetaci¨®n s¨®lo perduran ejemplos de margall¨® (Chamaerops humilis), ilentiscle (Pistacia lentiscus) y aritjol (Smilac aspera). La acci¨®n antr¨®pica ha dejado sentir su labor de destrucci¨®n, sobre todo por la introducci¨®n de animales dom¨¦sticos por parte de los fareros.
Desde 1988, las Columbretes son parque natural de la Generalitat Valenciana, y en 1990 fueron declaradas reserva marina por el Ministerio de Agricultura. La reserva, con 4.000 hect¨¢reas de superficie, es la mayor de Espa?a. Estas medidas han contribuido a que el peque?o para¨ªso que sin duda son las Columbretes pueda ser disfrutado ahora por los visitantes, que vienen hasta aqu¨ª a bucear o simplemente a comprobar la autenticidad del pregonado privilegio.
Bucear en estas aguas nos permite descubrir un Mediterr¨¢neo ya imposible, con langostas en las oquedades y manadas de corvinas o de sargos pase¨¢ndose indolentes ante los ojos del intruso, como si el mare nostrum no fuera un mar muerto en ciernes y el esplendor en las algas se presumiera digno del mejor Wordsworth.
No hay en las islas infraestructura tur¨ªstica, as¨ª que el visitante ha de saber a lo que va. El centro de informaci¨®n para poder visitarlas se encuentra en el planetario de Castell¨®n y hay un cupo fijo de personas que puede acceder al archipi¨¦lago. Las islas se pueden visitar a lo largo de todo el a?o (en el centro de informaci¨®n facilitan un listado de empresas que ofrecen el viaje). Nunca el para¨ªso estuvo tan al alcance de la mano.
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