El ejemplo del koala
El koala parece feliz. Quiz¨¢ lo es. M¨ªrenlo: una monada. Y, sin embargo, podemos catalogarlo como el mam¨ªfero m¨¢s lamentable del planeta. En ciertos aspectos, muestra rasgos que sugieren un alto nivel evolutivo: sus huellas digitales (un elemento raro en la naturaleza) son casi indistinguibles de las humanas. Pero, y eso tambi¨¦n es raro, est¨¢ en regresi¨®n. Evoluciona al rev¨¦s. Cada generaci¨®n es un poquito m¨¢s imb¨¦cil que la anterior.
Hace unos veinte millones de a?os, el koala, marsupial arb¨®reo y herb¨ªvoro, viv¨ªa en las selvas australianas, aliment¨¢ndose de hojas muy diversas. Cuando el clima empez¨® a enfriarse, las selvas fueron reemplazadas por bosques de eucaliptos. ?Han probado una hoja de eucalipto? No lo hagan. Es correosa, t¨®xica y apenas proporciona alimento. Much¨ªsimas especies se extinguieron con la llegada del eucalipto. Otras buscaron nuevos lugares para establecerse. El koala, no. El koala prefiri¨® adaptarse y conformarse con lo que hab¨ªa. Desde entonces, su vida ha ido convirti¨¦ndose en una aut¨¦ntica porquer¨ªa.
?Han probado una hoja de eucalipto? No lo hagan. Es correosa, t¨®xica y apenas proporciona alimento
Para arregl¨¢rselas con la nueva dieta y digerir las hojas de eucalipto, el koala desarroll¨® una especie de microbio estomacal. Pero eso lo hizo entonces, cuando pose¨ªa la inteligencia que puede esperarse de un mam¨ªfero. Ahora, el microbio se transmite por la v¨ªa m¨¢s f¨¢cil: a partir de los seis meses, y hasta que cumple un a?o, el koala pasa gran parte de su tiempo amorrado al ano de su madre, sorbiendo un tipo de excremento rico en microbios. En este caso, como en otros, la infancia define la vida.
Una vez adulto, el koala puede dedicarse ya a masticar hojas de eucalipto. Dedica a ello unas cinco horas diarias. Luego necesita una siesta de unas 18 horas, para que act¨²e el microbio intestinal. El animalito es altamente irritable mientras come: ni se le ocurra tocarlo. Tambi¨¦n es irritable mientras digiere. En eso se le va pr¨¢cticamente toda la jornada: come, digiere y se cabrea. No hay tiempo para m¨¢s.
La dieta de eucalipto, muy pobre en prote¨ªna y en cualquier otro elemento nutritivo, ha provocado un progresivo empeque?ecimiento del cerebro. Los f¨®siles demuestran que, antes, en la ¨¦poca selv¨¢tica, el cr¨¢neo del koala estaba lleno de masa cerebral. Ahora, el cerebro es como una nuez peque?a, con dos l¨®bulos desconectados entre s¨ª, flotando en fluido. El koala viene a pesar entre 5 y 12 kilos. Su cerebro supone el 0,2% de esa masa corp¨®rea. Si el humano hubiera seguido la tendencia regresiva del koala, ahora, en lugar de poseer un cerebro de 1,4 kilos, tendr¨ªa uno de 100 gramos. A¨²n hay tiempo para conseguirlo. S¨®lo es cuesti¨®n de perseverar.
No creo que haga falta comer todos los d¨ªas medio kilo de hojas, como el koala, para convertirse en un imb¨¦cil. Quiz¨¢ sea posible conseguir el mismo efecto con unas cuantas ideas, masticadas durante a?os y a?os. Se podr¨ªa empezar con un par de conceptos b¨¢sicos, patria y naci¨®n, tan correosos, t¨®xicos y carentes de prote¨ªna como el eucalipto. Al cabo de un cierto tiempo, m¨¢s o menos largo, seg¨²n los casos, el aspirante a koala nota los efectos iniciales: una sensaci¨®n de pertenencia intensa a un grupo, y de diferencia respecto a otros grupos. El siguiente paso ser¨¢ una inefable sensaci¨®n de superioridad respecto a otros grupos. Lo principal ya est¨¢ hecho.
Pero no hay que conformarse con eso. Es necesario encontrar un equivalente al microbio que el koala chupa del ano materno. Ah¨ª nos valdr¨ªa, quiz¨¢, algo m¨¢s tenue que un concepto. Como, por ejemplo, lo que algunos llaman "fidelidad ideol¨®gica". Recuerden, sobre todo, que no hablamos de principios y ¨¦tica, o moral: si se tiene de eso, resulta casi imposible convertirse en koala. No, aqu¨ª nos referimos a esos prejuicios sectarios que nos llevan a votar a un partido, o a comprar un peri¨®dico, o a ver una cadena de televisi¨®n, con un ¨²nico fin: que refuercen nuestros prejuicios; es decir, que nos mantengan firmes en el punto de partida y no intenten inocularnos la funesta man¨ªa de pensar.
Cuando, para nosotros, los buenos sean siempre los mismos y lo hagan siempre bien, y los malos sean siempre los mismos y lo hagan siempre mal; cuando nos moleste la duda; cuando seamos incapaces de percibir nuestra propia ignorancia; cuando nuestro mecanismo mental se limite a conjugar el "yo", el "nosotros" y el "ellos", lo habremos conseguido. Basta ponerse a ello. Vocaci¨®n no nos falta.
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