La seriedad del humor
La virtud central del capitalismo cl¨¢sico era el trabajo. Marx parti¨® de ah¨ª, de esa noci¨®n burguesa esencial, para elaborar sus ideas sobre el materialismo dial¨¦ctico y el socialismo. El capitalismo moderno estaba relacionado con la revoluci¨®n protestante, con el calvinismo, con una ¨¦tica del rigor, del esfuerzo. Hay que leer a los cl¨¢sicos, desde Adam Smith hasta Max Weber. Y entender a Carlos Marx y a Federico Engels. Pero tengo la impresi¨®n de que los te¨®ricos de la econom¨ªa actual se olvidaron de los autores fundamentales, de los maestros, de los grandes precursores. El valor del trabajo se degrad¨® y se convirti¨® en el de la especulaci¨®n, de las burbujas financieras, de la riqueza f¨¢cil. He le¨ªdo y recordado en estos d¨ªas algunas p¨¢ginas de humor sobre la crisis de 1929, adem¨¢s de algunas an¨¦cdotas reveladoras. Groucho Marx, que no pertenece a la misma familia que Carlos Marx, describe en sus memorias una ¨¦poca en que las acciones de Wall Street, todos los valores burs¨¢tiles, sub¨ªan todos los d¨ªas. Todo el mundo quer¨ªa comprar en la Bolsa, y ¨¦l mismo Groucho fue contagiado por la fiebre especulativa. Cerraba los ojos, pon¨ªa un dedo en alg¨²n lugar de la lista, compraba la acci¨®n respectiva y ganaba. Todos ganaban y compraban como locos. Groucho no sab¨ªa, hasta ese momento, que se pod¨ªa vivir en el lujo, en la opulencia, en la extravagancia, sin trabajar, pero hab¨ªa comenzado a saberlo. Hasta que un d¨ªa cualquiera, un inversionista cualquiera, un poco preocupado, dominado por un soplo vago de incertidumbre, hizo c¨¢lculos y resolvi¨® vender. Otra persona se contagi¨® con su pesimismo, o al menos con su vacilaci¨®n, con su incertidumbre, y tambi¨¦n puso sus acciones en venta. Hasta que la Bolsa de Wall Street, un buen d¨ªa, o un d¨ªa negro, para decirlo de un modo m¨¢s preciso, se derrumb¨® en forma estrepitosa.
Los gur¨²s y magos de las finanzas se re¨ªan de los viejos valores, pero ellos han ca¨ªdo cual saco de papas
Washington llega tarde, con voz alterada y manotazos de ahogado
Los economistas nos hablan en dif¨ªcil, pero Groucho Marx es tanto o m¨¢s certero que ellos. Porque Groucho nos habla de la crisis desde adentro, como persona que participaba en el delirio colectivo y que de repente, de un d¨ªa para otro, perdi¨® hasta la camisa. Hemos vivido rodeados de gur¨²s, de magos de las finanzas, de poseedores de ciencias infusas, de ricos repentinos y que se han re¨ªdo de los valores tradicionales, y de pronto se han ca¨ªdo al suelo como sacos de papas o de patatas. Me parece que la explicaci¨®n de un humorista, aunque no tenga terminachos, aunque huya de la jerga t¨¦cnica, es mejor que muchas otras. Una vez, hace ya largos a?os, di una conferencia en alg¨²n recinto madrile?o o de las Islas Canarias, ya no me acuerdo con exactitud, y consegu¨ª que la audiencia se riera a carcajadas. Al final de la charla se me acerc¨® el escritor y ensayista Juan Marichal, marido de Soledad, Solita, Salinas, hija del gran poeta Pedro Salinas, y me dijo las siguientes palabras textuales: "Es que la gente no se ha dado cuenta de que el humor es una cosa muy seria".
Le¨ª hace poco una an¨¦cdota de Kennedy el mayor, el padre de los hermanos Kennedy. En v¨ªsperas de la crisis, Kennedy el mayor po-
se¨ªa una cantidad importante de acciones de Wall Street. Una ma?ana se dirigi¨® a los recintos de la Bolsa y se detuvo en una esquina, en la mitad de su camino, para lustrarse los zapatos. El lustrabotas, mientras le pasaba cera y le sacaba lustre, le hac¨ªa comentarios sobre sus propias compras en la Bolsa y sobre las alzas que hab¨ªan obtenido los t¨ªtulos suyos. Kennedy el mayor, con sus zapatos relucientes, se dirigi¨® de inmediato a la oficina de sus corredores y les orden¨® que vendieran todo. Si hasta los lustrabotas compraban acciones, algo estaba podrido en el Reino de Dinamarca. Vendi¨® todo, y esa decisi¨®n de vender a tiempo fue uno de los pilares m¨¢s s¨®lidos de su futura fortuna. Pero el problema, claro est¨¢, consiste en vender a tiempo, y en comprar a tiempo. Parece f¨¢cil, pero no lo es tanto. El capitalismo especulativo es uno de los grandes vicios del mundo moderno (para citar al poeta Nicanor Parra). Y el otro, el de los calvinistas, el de los artesanos hugonotes, el de los banqueros de la Comedia Humana de Honorato de Balzac, pertenece a un pasado remoto, anacr¨®nico, desaparecido.
Lula, el presidente brasile?o, nos habl¨® en la Asamblea General de las Naciones Unidas de fiebre especulativa, y Michelle Bachelet, en tonos acusatorios, recurri¨® a los conceptos de codicia y desidia. Fueron nociones ¨¦ticas, severas, esgrimidas en la mayor tribuna internacional. Pero el problema de gobernar consiste en conocer la naturaleza humana y actuar para controlarla, encauzarla, llevarla por caminos decentes, de solidaridad, de justicia, de progreso aut¨¦ntico. Porque si usted coloca a un gato en una carnicer¨ªa, no puede pedirle que se abstenga de comer la carne. Es necesario, en consecuencia, conocer la naturaleza de los seres humanos, y la naturaleza de los gatos. En mis a?os de formaci¨®n, el h¨¦roe de la econom¨ªa moderna, a lo largo y lo ancho del mundo capitalista, era John Maynard Keynes. Parec¨ªa que Keynes hab¨ªa sacado al capitalismo de su etapa salvaje, descontrolada, primitiva, y lo hab¨ªa canalizado, moderado, humanizado. En resumidas cuentas, si la crisis derivaba de un estado anterior de libertinaje, los keynesianos aplicaban medidas para salvar en definitiva, en sus componentes b¨¢sicos, el sistema. Era otra versi¨®n de lo que propon¨ªa el Pr¨ªncipe de Salina en El Gatopardo: cambiar para que todo siga igual. Es lo que sostiene ahora el Gobierno de Washington, pero lo sostiene tarde, con voz alterada y sofocada, con manotazos de ahogado. No hacer nada, dice, es lo peor y lo m¨¢s peligroso que podemos hacer. Y lo dice mientras hace esfuerzos desesperados para tapar los hoyos, los feroces agujeros financieros, inmobiliarios, hipotecarios, con el dinero de los contribuyentes.
Lo que ocurre es que lo m¨¢s abstracto del mundo, lo m¨¢s enigm¨¢tico del mundo, son las altas finanzas. Se barajan cifras en un tablero electr¨®nico, se hacen fortunas y se deshacen en cuesti¨®n de horas, pero, ?d¨®nde est¨¢n los respaldos, el oro, el dinero efectivo? Muchas veces, casi siempre, no est¨¢n en ninguna parte. En la Comedia Humana, para volver a Balzac, hay dos especies de personajes: los avaros, los que atesoran riquezas lenta y trabajosamente, los Primos Pons, que guardan una fortuna en muebles, en cristaler¨ªas y porcelanas, en cuadros, en luises de oro, debajo de los colchones, en espacios de pocos metros cuadrados, y los barones del primer imperio, los Nuncingen, que especulan y manejan valores puramente abstractos, y que anuncian algunos de los rasgos del capitalismo de este siglo XXI. Algunos comentan, con visible entusiasmo, con acentos triunfalistas, que los fan¨¢ticos del neoliberalismo quedaron en evidencia. Quiz¨¢ sea verdad. Pero tiendo a ver las cosas de otro modo. Toda la econom¨ªa, en casi todas partes, en Occidente, pero tambi¨¦n en China, en Rusia, en la India, hab¨ªa entrado en una forma de delirio, en una fiebre que iba en aumento y que nos contagiaba a todos. Y de repente, por la fuerza de los hechos, por obra de las circunstancias, hemos despertado y nos hemos tenido que restregar los ojos. ?Adi¨®s, sombras fugaces!, hemos exclamado, como los personajes del drama cl¨¢sico. Despertamos, aterrizamos en la realidad, y la fuerza, el drama de la experiencia viva y reciente, nos marea y nos perturba. En Chile, dice alguien, estamos m¨¢s preparados que antes, que en 1982 y en 1929, para resistir la crisis. M¨¢s preparados hasta cierto punto, y siempre que las cosas no lleguen a mayores. Pero lo m¨¢s probable es que no se salve nadie, y que no consigamos, tampoco, al final del tormentoso recorrido, aprender nada.
Jorge Edwards es escritor chileno.
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