Liberalismo, tabaquismo, democracia
La supuestamente modern¨ªsima sociedad espa?ola posee una de las m¨¢s ineficaces leyes contra el tabaco del continente. Gobierno, oposici¨®n y muchos ciudadanos parecen contentos con que no se cumpla
Se acuerdan ustedes de la ley contra el tabaco? Probablemente no, tal es la facilidad con que el asunto ha desaparecido, literalmente, de la agenda p¨²blica. Ni una sola palabra durante la campa?a electoral, ni un solo anuncio despu¨¦s. Cuando se les pregunta, los responsables de la sanidad espa?ola sostienen alegremente que la ley funciona; y asunto resuelto. ?No dicen desde la Secretar¨ªa de Universidades que los estudiantes Erasmus vienen a Espa?a por la excelencia del sistema educativo! Hablar es gratis. Sin embargo, sucede exactamente lo contrario: la modern¨ªsima -y aun posmodern¨ªsima- sociedad espa?ola que dibuja la astuta propaganda oficial posee ya una de las m¨¢s ineficaces leyes contra el tabaco del continente. ?Espa?a como retrovanguardia! M¨¢s bien, se trata de una ley sobre el tabaco: una amable glosa legislativa. Basta salir a la calle para comprobarlo: prueben a tomar un caf¨¦, a cenar o a tomar una copa en un espacio libre de humo; es imposible. Desde luego, la ley naci¨® muerta, dadas las voluntarias ambig¨¹edades que conten¨ªa; pero es que su incumplimiento ha sido, por a?adidura, generalizado. En ese sentido, es conveniente volver sobre este problema, dado que constituye un caso ejemplar de algunas de las patolog¨ªas m¨¢s recurrentes de la sociedad espa?ola: la incapacidad para el debate pol¨ªtico razonado, la degradaci¨®n del espacio p¨²blico, el incumplimiento generalizado de las normas. Y as¨ª sucesivamente.
Ni se cumple la ley ni se sanciona. Apenas pueden calcularse unas 400 multas en dos a?os
El ¨²nico criterio v¨¢lido para la prohibici¨®n es el del derecho a la salud de quien no fuma
Aprobar la ley, a condici¨®n de que no se cumpla; incumplirla, para que no importe si se aprueba. Tal parece haber sido la divisa con que Gobierno, oposici¨®n y ciudadanos asumieron la entrada en vigor, durante la anterior legislatura, de la ley contra el tabaco. ?Admirable, espa?ol¨ªsimo c¨¢lculo! Recordemos que la norma proh¨ªbe fumar en todos los edificios p¨²blicos y lugares de trabajo; al tiempo, establece unas restricciones de grado para los establecimientos privados abiertos al p¨²blico: por debajo de 100 metros cuadrados, pueden elegir entre ser bares para fumadores y bares para no fumadores; por encima, obliga a crear espacios separados para los segundos. Dada la lenidad impl¨ªcita en una ley semejante, la sociedad se ha apresurado a recoger el guante: ni se cumple ni se sanciona. No, pero s¨ª. Seg¨²n informaba este peri¨®dico el pasado mes de febrero, apenas pueden calcularse unas 400 sanciones en dos a?os; el heroico Partido de los No Fumadores ha presentado en vano hasta 1.100 denuncias. ?Sorprendente? Desgraciadamente, no: a fin de cuentas, durante al menos una d¨¦cada, este pa¨ªs ha sacrificado el sue?o de sus ciudadanos en el altar de la diversi¨®n juvenil; qu¨¦ no har¨¢ por satisfacer un h¨¢bito tan popular. Hace mucho tiempo que las autoridades espa?olas, inexplicablemente, renunciaron a la pedagog¨ªa de la multa como medio de cumplimiento de las normas; y la consecuencia inmediata es que el espacio p¨²blico se ha convertido en aqu¨¦l donde uno hace lo que no har¨ªa en el privado: pintar un graffiti, tirar cosas al suelo, dar gritos. Y el resultado neto es que, en lugar de aproximarnos a Suecia, vamos pareci¨¦ndonos -sin ofender- a Bogot¨¢.
Desde luego, este decepcionante resultado demuestra que s¨®lo una norma que imponga sin distingos la prohibici¨®n absoluta de fumar en cualquier espacio p¨²blico puede ser eficaz. Es el llamamiento que ha hecho este verano el Tribunal Constitucional alem¨¢n, despu¨¦s de anular las leyes de aquellos l?nder que establec¨ªan prohibiciones mixtas, sobre la base de un principio de igualdad: si se da libertad de disposici¨®n, debe ser para todos. Esa prohibici¨®n total rige, por ejemplo, en Italia, donde parece cumplirse; y desde hace tiempo en la muy liberal -en sentido tanto europeo como americano- California. Nuestra ley es ya, en el contexto europeo, obsoleta. Y un pa¨ªs lleno de colillas, donde la ropa nos huele a humo al llegar a casa, es un pa¨ªs antiguo. ?Por qu¨¦ no puede aplicarse una norma as¨ª en Espa?a? No quiero pensar que el Gobierno quisiera aplicarla pero haya capitulado ante el rechazo de los ciudadanos: esa raz¨®n no ser¨ªa aceptable. Y en este punto es donde cobra importancia el problema de la fundamentaci¨®n de una ley contra el tabaco; una fundamentaci¨®n correcta, cabr¨ªa a?adir, a la vista del esperp¨¦ntico debate p¨²blico desarrollado con motivo de la tramitaci¨®n de la norma vigente.
Despu¨¦s de que el Gobierno hubiese anunciado su intenci¨®n de promulgar la ley, quedaron fijadas dos posiciones b¨¢sicas y, como siempre, impermeables a la argumentaci¨®n ajena. Por una parte, el Gobierno sosten¨ªa la necesidad de proteger a los trabajadores expuestos al humo -argumento insostenible si pensamos en las excepciones contenidas en la ley, que por ejemplo dejan sin protecci¨®n a la mayor parte de los trabajadores de la hosteler¨ªa y la restauraci¨®n- y defend¨ªa simult¨¢neamente la necesidad de defender la salud del fumador. Por otra, la oposici¨®n enarbol¨® la bandera de la libertad, pero, ?adivinan de qui¨¦n? Tambi¨¦n del fumador, claro. Esta divisoria en absoluto reproduce un antagonismo ideol¨®gico entre izquierda y derecha, o socialismo y liberalismo: si invirti¨¦ramos los papeles y pusi¨¦ramos al Gobierno donde la oposici¨®n, y viceversa, cada uno habr¨ªa dicho lo contrario de lo que realmente dijo: la tediosa danza y contradanza partidista. Ni unos ni otros aciertan, desgraciadamente: el sintagma correcto es la defensa de la libertad de quien no fuma. Y la raz¨®n es muy sencilla. Esa libertad abarca el derecho del trabajador, pero sobre todo establece el ¨²nico criterio v¨¢lido para la prohibici¨®n total, esto es, el derecho a la salud de quien no fuma.
?Y la libertad del fumador? S¨®lo puede ejercerse all¨ª donde no supone una carga sobre la libertad ajena; punto. Puede arg¨¹irse que existe algo as¨ª como un derecho hist¨®rico de los fumadores, derivado de su adicci¨®n, a poder seguir fumando; pero esto s¨®lo obligar¨ªa a crear espacios reducidos y cerrados para ellos, algo muy razonable: no al contrario. Hay un aspecto, sin embargo, donde el argumento de la libertad es certero: un fumador puede elegir, libremente, arruinar su salud. ?De algo hay que morir! Es incoherente que una sociedad que autoriza el aborto y piensa en legalizar alguna forma de eutanasia, adopte con el fumador una actitud paternalista. Distinto es que el fumador compense al Estado por los costes sanitarios que se derivan de su estilo de vida, algo que en parte ya se hace a trav¨¦s de los elevados impuestos sobre el tabaco.
Pero la prohibici¨®n de fumar no es una limitaci¨®n arbitraria de la libertad del fumador, ni la imposici¨®n gubernamental de un modo saludable de vida; adem¨¢s, esto no tiene nada que ver con el liberalismo. En cambio, la libertad de los no fumadores para disfrutar del espacio p¨²blico es un argumento incontestable, que en cualquier pa¨ªs avanzado liquidar¨ªa el debate sobre este asunto; de hecho, ya lo hace. Que aqu¨ª no suceda lo mismo se debe, en parte, a la imposibilidad de que este argumento sea reconocido como v¨¢lido por quienes se ver¨ªan afectados tras su transformaci¨®n en norma: los fumadores mismos. Porque, ?puede confiarse en que un fumador antepondr¨¢ el inter¨¦s general a su necesidad privada? Dif¨ªcilmente; su razonabilidad argumentativa es bien sospechosa. Esto no supone negar su capacidad para participar en el debate, faltar¨ªa m¨¢s, sino comprender su singular punto de partida: defender un h¨¢bito del que casi todos ellos querr¨ªan apartarse.
As¨ª pues, ahora que hablamos tanto del medio ambiente, bien podr¨ªamos empezar por mejorar el entorno m¨¢s inmediato, aquel en que se desarrolla nuestra vida cotidiana. Espa?a no puede ser, tambi¨¦n en esto, una excepci¨®n. Y sobre todo, no puede serlo por las razones equivocadas, a saber: la tiran¨ªa consuetudinaria de una parte de la poblaci¨®n que, so pretexto de un ins¨®lito excepcionalismo moral, convierte a los dem¨¢s en paganos de su forma de vida.
Manuel Arias Maldonado es profesor de Ciencia Pol¨ªtica y de la Administraci¨®n en la Universidad de M¨¢laga. Este oto?o publicar¨¢ Sue?o y mentira del ecologismo. Naturaleza, sociedad, democracia (Siglo XXI).
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