Coloc¨®n de arte
El 's¨ªndrome de Stendhal' sigue afectando a quienes se adentran en la ciudad del Renacimiento, donde confluyen criterio urbano, creatividad y riqueza
Hay una enfermedad caracterizada por el v¨¦rtigo, la confusi¨®n, la taquicardia y ciertas alucinaciones que se ha convertido en el s¨ªmbolo de la reacci¨®n rom¨¢ntica ante el intenso gozo art¨ªstico. Fue descrita cl¨ªnicamente por la psiquiatra Graziella Magherini en 1979, quien analiz¨® m¨¢s de cien casos similares entre turistas y visitantes de Florencia, pero es conocida como s¨ªndrome de Stendhal, porque fue ¨¦l quien escribi¨® la primera descripci¨®n del fen¨®meno despu¨¦s de su visita, el 22 de enero de 1817, a la bas¨ªlica de la Santa Croce, tambi¨¦n en Florencia: "Absorto en la contemplaci¨®n de la belleza sublime, hab¨ªa llegado a ese punto de emoci¨®n en el que se concentran las sensaciones celestes producidas por las bellas artes y los sentimientos apasionados. Al salir de Santa Croce, me palpitaba fuertemente el coraz¨®n, se me hab¨ªa agotado la vida y andaba temeroso de caerme".
Tambi¨¦n se le llama s¨ªndrome de Florencia. No es extra?o; esta ciudad admirable lo tuvo todo: criterio, inteligencia creativa y riqueza. Su moneda, el fiorino d'oro, domin¨® el comercio europeo durante casi dos siglos. Aqu¨ª surgi¨® el renacimiento y se dise?¨® el engranaje de la cultura moderna. Por sus calles camin¨® una nueva generaci¨®n en la que coincidieron algunos de los talentos m¨¢s notables de la historia de la humanidad.
Estos nuevos hombres amaban la naturaleza, rend¨ªan culto a las ciencias, descre¨ªan del Dios terrible del medievo y estaban empe?ados en aprender, o bien de su experiencia, o bien del pasado cl¨¢sico. De Grecia, las ideas; de Roma, las formas. Los nuevos artistas, todos florentinos -a partir de ahora, con nombre, con firma-, desde Giotto o Alberti hasta Leonardo da Vinci o Miguel ?ngel, fueron al mismo tiempo fil¨®sofos, poetas, pintores, arquitectos, escultores, orfebres, constructores de m¨¢quinas, que ambicionaban un arte como medio de expresi¨®n del esp¨ªritu humano, por encima de la trascendencia religiosa.
Pensaba en estas cosas mientras contemplaba Florencia desde la plaza Michelangelo, y ve¨ªa sobresalir la c¨²pula del Duomo entre las colinas que la rodean. Recordaba haber le¨ªdo que este hecho, su tama?o y el que fuera pensada no s¨®lo en relaci¨®n con la catedral y las calles de la ciudad, sino en competici¨®n con la misma naturaleza, fue subrayado desde el principio. Era cierto: vistas desde all¨ª, ni las ocho caras rojas partidas por nervios blancos de la c¨²pula de Brunelleschi, ni la linterna octogonal de m¨¢rmol apuntando al c¨¦nit, guardaban la menor relaci¨®n con la l¨ªnea de la tierra.
La c¨²pula como emblema
La simetr¨ªa de ese inmenso artefacto estaba dirigida hacia el cielo, o m¨¢s bien, como escribi¨® el mismo Alberti, hacia los cielos, aludiendo con ello tanto al cielo f¨ªsico como al metaf¨ªsico; es decir, al que se yergue por encima de ¨¦l y, aun no teniendo l¨ªmites, puede ser comprendido y delineado. Por eso -me dije-, la c¨²pula era el emblema de la ciudad: se trata del cielo de Dante y de los nuevos hombres del renacimiento empe?ados en dominar la tierra y hacer del hombre la medida de todas las cosas.
Desgraciadamente, Florencia est¨¢ invadida por oleadas de turistas con auriculares y mirada bovina caminando detr¨¢s de se?oritas que parecen un poco locas: hablan consigo mismas mientras sostienen por delante una sombrilla rematada con un pa?uelo de color chill¨®n. Y si a m¨ª me resulta imposible sustraerme a cierta hostilidad contra estas cosas, creo que con ello se duplica la que impone la misma ciudad con todos los visitantes, sobre todo aqu¨ª, con tanta arquitectura rotunda.
As¨ª que -pens¨¦-, una vez visto lo que no puedo dejar de ver, ser¨¢ cuesti¨®n de seguir el consejo de Walter Benjamin, quien sosten¨ªa que importaba poco no saber orientarse en una ciudad; pero perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque requiere aprendizaje. Aclarado este punto, me volv¨ª a la plaza y entr¨¦ en San Miniato al Monte, una iglesia rom¨¢nica dedicada al primer m¨¢rtir de Florencia, quien, tras haber sido decapitado en el anfiteatro romano, se agach¨®, recogi¨® su cabeza y se fue caminando por el r¨ªo Arno a vivir a esta colina.
Al anochecer me acerqu¨¦ a la Piazza della Signoria para mezclarme con el surtido de esculturas que simbolizan la volatilidad pol¨ªtica de Florencia: Cosme I, a caballo, y H¨¦rcules y Caco, representando el poder de los Medicis; la placa de la hoguera de las vanidades y del ajusticiamiento del monje Savonarola recordando la reforma religiosa; el Marzocco (el le¨®n her¨¢ldico de la ciudad) y la presuntuosa fuente de Neptuno simbolizando a la misma Florencia, y, por fin, Judith y Holofernes y el famoso David (o su copia) como afirmaciones de identidad republicana.
Luego busqu¨¦ entre las sombras de la logia-escaparate la apoteosis de la espiral del Rapto de las sabinas y al Perseo de Benvenuto Cellini, cuya fundici¨®n, seg¨²n cuenta el mismo autor en su divertida autobiograf¨ªa, pudo irse al traste si no se le hubiera ocurrido lanzarle l¨¢minas de esta?o cuando el bronce empez¨® a solidificar. Aunque lloviznaba por momentos, continu¨¦ mi paseo y termin¨¦ asom¨¢ndome al r¨ªo desde la orilla del puente Santa Trinit¨¤. La corriente del Arno bajaba tan lenta como mi melancol¨ªa y me qued¨¦ un buen rato pendiente de los sonidos de la memoria, hasta que el fr¨ªo y la prudencia condujeron mis pasos a buscar cierto consuelo brindando, entre otros, a la salud del conde Camillo Negroni en el Casoni, el caf¨¦ donde ide¨® el c¨®ctel inmortal.
Me levant¨¦ tarde, lo que no me impidi¨® cumplir con varios deberes; a saber: rendir tributo a la capilla de los Magos en el palacio Medici Ricardi; sentarme bajo las b¨®vedas de la Capella Pazzi, un espacio min¨²sculo dise?ado en m¨®dulos por Brunelleschi que representa como ninguno la armon¨ªa de la arquitectura. Y visitar algunos negocios: la farmacia de Santa Mar¨ªa Novella, la zapater¨ªa de Roberto Ugolini, las telas y brocados del Antico Setificio Fiorentino, los quesos y trufas de Dita Procacci. Cansado, hice un alto y me adelantaron dos florentinas caminando con la cadencia perezosa del gran estilo, quiz¨¢ entre los treinta y los cuarenta y cinco, ?qui¨¦n podr¨ªa aventurar un dato m¨¢s preciso? Asent¨ª con reconocimiento y me encamin¨¦ a la plaza de la Rep¨²blica, el antiguo foro de la ciudad romana. Mi caf¨¦ favorito, el Gilli, abierto en 1773, permanec¨ªa fiel a la ¨²ltima reforma de principios del siglo XX: estilo liberty, frescos en el techo, l¨¢mparas de Murano y una enorme barra curvada de caoba donde tomar con calma un capuchino cremoso o un chocolate alla Sacher.
Despu¨¦s del aperitivo hab¨ªa pensado reparar fuerzas con una buena bistecca a la florentina, pero acab¨¦ en Da Nerbone, dentro del mercado de San Lorenzo, bebiendo sangiovese y comiendo lampredotto, un plato todav¨ªa m¨¢s local, de intenso sabor y dif¨ªcil descripci¨®n.
Uno de los espect¨¢culos de Florencia son los mercados. Hay que pasear al lado de los carniceros, las verduler¨ªas y los puestos de pasta fresca para percibir el car¨¢cter de los toscanos: astutos, sociables, ir¨®nicos, el¨¢sticos -quiz¨¢ demasiado el¨¢sticos-, amantes de la belleza hasta el punto de tener un sentido de la est¨¦tica que desborda el de la ¨¦tica, propensos al acuerdo y al mismo tiempo negados para el compromiso.
Probablemente sea ¨¦ste el rasgo que m¨¢s nos separa: a los espa?oles nos gusta comprometernos, somos formales, rotundos, serios, poco dados a los matices -s¨ª o no, a favor o en contra- y, por consiguiente, nos cuesta entender la ambig¨¹edad de este pa¨ªs c¨ªnico y cansado en el que todo puede ser negociable excepto la ¨²nica fe: la familia (la nuclear y la del clan).
Tambi¨¦n tienen un mercado llamado (sic) Nuevo (funciona desde el siglo XI), con una estatua de bronce que representa un jabal¨ª dorado -il procellino-, en la que se debe colocar una moneda sobre la lengua e intentar que caiga de la lengua a la fuente que est¨¢ debajo. No es f¨¢cil, pero si se logra, est¨¢ garantizado el retorno a Florencia. Una ma?ana fui temprano a la Capella Brancacci para contemplar en soledad el conjunto de frescos en los que Masolino permiti¨® trabajar a su alumno Massaccio hasta que result¨® imposible distinguir la obra del maestro y el disc¨ªpulo. Poco despu¨¦s, cuando Massaccio termin¨® de pintar la escena de la expulsi¨®n de Ad¨¢n y Eva del para¨ªso, la distancia entre ambos pintores era tan grande que se?alaba n¨ªtidamente el tr¨¢nsito de una ¨¦poca a otra.
Pasadizo luminoso
Regres¨¦ al Palazzo Vecchio; hab¨ªa reservado turno en el Corridoio Vasariano, un pasadizo luminoso que serpentea por las alturas de media ciudad, se introduce clandestinamente en palacios, torres e iglesias, supera el r¨ªo por el Ponte Vecchio y sirve para comunicar todas las estructuras del poder civil (Ayuntamiento, Administraci¨®n y palacio de Gobierno). Es decir, para que los Medicis y otros gobernantes pudieran controlar Florencia sin correr el menor riesgo. A la salida me detuve bajo una peque?a placa que conmemora a Dostoievski, quien, al mismo tiempo que escrib¨ªa en esa casa El idiota, miraba el Palazzo Pitti, recordaba que acababa de salvarse de la pena de muerte en Siberia e iba enter¨¢ndose de otras muertes, la de su primera mujer, Mar¨ªa Dimitrievna, y, m¨¢s tarde, de la de su hermano Mija¨ªl.
Desde ah¨ª me dej¨¦ llevar por la idea de los domicilios y pas¨¦ por otras puertas, por la de la casa de Dante; por la de Galileo, en costa de San Giorgio, 11, y por la casa Buonarriti, que si bien fue de Miguel ?ngel, ¨¦l nunca vivi¨® en ella, sino que la dej¨® en herencia a su sobrino, y ¨¦ste, ya desde entonces, la dedic¨® a la memoria de su t¨ªo abuelo.
Los italianos llevan un siglo, casi dos, asistiendo impotentes al crep¨²sculo por cap¨ªtulos de su creatividad. En Florencia se muestra muy bien; es la ¨²nica ciudad del mundo que puede permitirse el lujo de tener alguno de los museos indispensables b¨¢sicamente con obra de artistas locales: los Ufficci, la Academia, el Pitti, el Bargello, albergan la mejor selecci¨®n de arte toscano entre los siglos XII y XIX. Todas las gu¨ªas lo explican en detalle. Desde entonces ha sido otra cosa; por dar un dato: el primer edificio importante que se est¨¢ edificando en Florencia en los ¨²ltimos 50 a?os, la estaci¨®n de alta velocidad, se ha encargado a Norman Foster, un arquitecto ingl¨¦s. El de Roma, en el mismo lapso, lo ha hecho Richard Meier, un americano. Quiz¨¢ por eso, puestos a elegir museo, me fui a visitar, en el Palazzo Spini Feroni, uno dedicado a un dise?ador, uno de los pocos territorios junto al cine donde han seguido brillando los italianos.
Aqu¨ª cre¨® Salvatore Ferragamo muchos de sus zapatos m¨ªticos, exclusivamente con tacones de 11 cent¨ªmetros para Marilyn Monroe, con aplicaciones de encaje para Sof¨ªa Loren, con las suelas de corcho que adoraba Judy Garland, o, en fin, las inolvidables zapatillas planas que convirti¨® en un must Audrey Hepburn.
Jardines y espejismos
Los jardines son otro hallazgo. Detr¨¢s del Palazzo Pitti est¨¢ el Giardino di Boboli, con la gruta de Buontalenti cubierta de estalactitas falsas y personajes estrafalarios, como los esclavos de Miguel ?ngel (desde 1908, sus copias), en cuyo extremo la imp¨²dica Venus de Giambologna sale del ba?o bajo la mirada lasciva de los diablillos.
Hay muchos parques. Hace poco han reabierto el Bardini con su impresionante escalera barroca, las fuentes y la cascada; contin¨²a casi igual a los ¨²ltimos 450 a?os el Jard¨ªn Bot¨¢nico del Giardino dei Simplici; y, en fin, ah¨ª siguen las decenas de palacios con jardines renacentistas o neorrenacentistas.
Pero, adem¨¢s, puede visitarse previa reserva un lugar m¨¢gico en los alrededores de Pistoia, llamado Fattoria delle Celle, donde Giuliano Gori, empresario textil de profesi¨®n, convoc¨® hace 30 a?os a un grupo de artistas de fama internacional con una propuesta: ten¨ªan que elegir un lugar entre el parque, los campos o las habitaciones de la villa, y realizar una obra que se apoderase del espacio para transformarlo en parte de su trabajo art¨ªstico. Hoy, el conjunto acoge m¨¢s de 70 instalaciones de autores de la talla de Alberto Burri, Robert Morris, Richard Serra, Sol LeWitt o nuestra Susana Solano.
Yo puse fin a mi viaje dentro de una especie de casa de los espejos situada en mitad de la campi?a llamada La Cabanne ?clat¨¦e. Est¨¢ hecha con muros de cristal a menudo cubiertos de colores saturados; al interior, los juegos ¨®pticos te dan la extra?a sensaci¨®n de encontrarte al mismo tiempo en varios lugares, inmerso en un plano arquitect¨®nico, caminando por una casa real y formando parte de un espacio virtual.
Con mi imagen proyectada sobre las paredes y el paisaje, es decir, un tanto confuso, pero sin alteraciones del ritmo cardiaco ni otros s¨ªntomas del s¨ªndrome, me sent¨¦ en el suelo de hierba y pens¨¦ en el cuento del hombre extraviado que llega a un oasis y encuentra junto al manantial a una hermosa doncella. Se acerca y le dice: "Por favor, dime que no eres un espejismo". Ella responde: "El espejismo eres t¨²". Acto seguido, el hombre desaparece.
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? Pedro Jes¨²s Fern¨¢ndez (Albacete, 1956) es autor de las novelas Pe¨®n de rey y Tela de juicio (Alfaguara).
Gu¨ªa
C¨®mo ir
? Meridiana (www.meridiana.it/es; 902 10 12 49) tiene en octubre vuelos directos de ida y vuelta a Florencia desde Madrid y Barcelona a partir de 249,30 euros, tasas y suplementos incluidos.
Visitas
? Fattoria delle Celle (www.goricoll.it; 0039 05 73 47 99 07). Via Santomato, 7a. Santomato di Pistoia. Entrada y visita guiada; gratis. Es necesario realizar una reserva previa.
Comer
? Il Latini (0039 055 21 09 16; www.illatini.com). Via dei Palchetti, 6. Trattoria toscana de enorme ¨¦xito entre los florentinos. Se reconoce por la cola en la puerta. 35 euros.
? Il Francescano (www.ilfrascescano.com; 0039 055 24 16 05). Largo Bargellini, 16. Comida y ambiente elegante junto a Santa Crocce. 25 euros.
? Da Nerbone (0039 055 21 85 50). Mercato Centrale di San Lorenzo. En el interior del mercado de San Lorenzo, uno de los lugares cl¨¢sicos de la comida toscana desde mediados del siglo XIX. 20 euros.
Dormir
? Hotel Cellai (www.hotelcellai.it; 0039 055 489 29 11). Via XXVII Aprile, 14. En el coraz¨®n de Florencia; habitaciones con vigas y muebles antiguos. 20 euros la doble con desayuno.
? Hotel Lorenzo Il Magnifico (www.lorenzoilmagnifico.net; 0039 05 54 63 08 78). Situado en una villa de principios del XX, en una calle residencial cerca del centro. Desde 91 euros la doble con desayuno.
? Residenza Santo Spirito (www.residenzasspirito.com; 0039 05 52 65 83 76). Piazza S. Spirito, 9. Bed & breakfast
c¨¦ntrico y c¨®modo, con habitaciones muy amplias. 100 euros la doble con desayuno.
Informaci¨®n
? Turismo de Florencia (www.firenzeturismo.it).
? Oficina de la Agencia Tur¨ªstica de Florencia (0039 05 52 33 20). Via A. Manzoni, 16.
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