Piedras duras

El tema de este ballet narrativo ya est¨¢ en la historia del teatro musical desde antiguo. Pensemos en Montesuma de Vivaldi o en tantas versiones de Hern¨¢n Cort¨¦s. No hay espacio para entrar en los antecedentes, Pocahontas incluida, pero la Malinche sobrevuela la pieza casi como una maldici¨®n que se ceba en la exacerbaci¨®n de los s¨ªmbolos. Ya lo dijo Balanchine: narrar en ballet es casi un imposible.

Se reconoce, eso s¨ª, el estilo de Jos¨¦ Antonio, su pericia para el manejo de grupos corales, su musicalidad. A veces se acerca al estilo del Gades de Fuenteovejuna y otras acude a su propio cat¨¢logo. En El coraz¨®n... no hay demasiada danza como tal, pues el tracto pantom¨ªmico consume demasiado tiempo, con muchos y gratuitos desnudos.

Los dos personajes que destacan son los de Moctezuma e Icauatzin, interpretados respectivamente por los invitados Primitivo Daza y Carlos Rodr¨ªguez. Ambos dan cre¨ªble intensidad a sus caracteres adem¨¢s de aportar sus fuertes personalidades. La m¨²sica de Nieto es eficiente y posee fragmentos de lectura bailable, aunque otras veces se quede en la vertiente incidental; las luces cumplen atinadamente al drama y la escenograf¨ªa, gen¨¦rica y en clave oper¨ªstica, acierta en su funcionalidad monumental. Quiz¨¢s el elemento perturbador y responsable de que pueda considerarse toda la obra un acto fallido, es el vestuario de Yvonne Blake, que a pesar de su dilatada experiencia en cine y teatro, aqu¨ª resulta delirante. Trata de ser imaginativa y moderna y deviene en disfraz humor¨ªstico; su barniz ecl¨¦ctico la hizo pensar m¨¢s en los navajos que el huipil, por no hablar de esas casi ofensivas estrellas de David que jalonan indescriptibles h¨¢bitos, am¨¦n de poner tac¨®n de carrete a las ep¨®nimas de Malintzin, la tan presente en Madariaga madre-princesa n¨¢hualt.