El hombre de los peces rojos
Conoc¨ª a Sergio Pitol a partir de sus traducciones de cuentos polacos contempor¨¢neos y gracias a ¨¦l, encontr¨¦ a Witold Gombrowicz, a Bruno Schulz y hall¨¦ una extensi¨®n de las fronteras, donde los sue?os son m¨¢s que fantas¨ªas, pron¨®sticos: huevos de avestruz que empollan p¨¢ginas; carta perdida que aparece denunciando el horror cometido contra Meyerhold; fragmento sobre Marina Tsviet¨¢ieva en un vitral de familia donde se pueden tocar, los a?icos en los que convirtieron su vida; o las sanguijuelas prendidas a la nariz de Gogol que uno quisiera tambi¨¦n, arrancar.
Sergio Pitol, como autores que Angelo Maria Ripellino convirti¨® en personajes de su Praga m¨¢gica: Kafka con traje negro y bomb¨ªn; Egon Edwin Kisch rayando f¨®sforos hasta llegar a su casa "a trav¨¦s del color ahumado de la oscuridad"; est¨¢ obsesionado por recuperar las p¨¦rdidas de una inminente ruina geogr¨¢fica, humana, sentimental y literaria. Una aparici¨®n repentina se entrecruza con lo real para darnos poblados en un cambio de estaci¨®n, flora o fauna embrionaria renovando as¨ª, las letras hispanoamericanas con "su extra?a juventud". Nunca hay un viaje hacia donde presumiblemente se llega sino, a procesos sin g¨¦neros, a regodeos con enfermedades, aspirinas, recuerdos, buscando sin querer, ese algo anterior y perdido; corriendo, "la misma suerte que corri¨® Don Quijote, catalogado... entre lecturas f¨¢ciles y divertidas y, m¨¢s tarde... no como la gran parodia que es" -dice, Luz Fern¨¢ndez de Alba-, uno puede extraviarse por espacios que interact¨²an en un juego incesante. Porque, Pitol est¨¢ en el cambio mismo, esa encrucijada, donde contrapone al movimiento del mundo, su propio movimiento. De ah¨ª, su juventud (esa inmadurez que Witold Gombrowicz busc¨® hasta su muerte). Inmadurez de lo vivo, contra demasiados fines dictaminando la cultura, la vida. Risa, iron¨ªa, parodia. Se esconde en los residuos para ganar tiempo; busca autores extraviados de alg¨²n centro o poder: Cervantes, Kafka, Bernhard; Bulg¨¢kov, Beckett, anteponiendo, como ¨¦l dice, "el triunfo de la man¨ªa sobre la propia voluntad". Esa man¨ªa, es su escritura. Un achaque.
Ahora, ha vuelto a La Habana, un lugar detenido en el tiempo y le pregunto, ?c¨®mo est¨¢ en el presente, ese sitio que f¨¢cilmente extrapolamos y perdemos? No trajo sus libros, sonr¨ªe. Sale en busca de otras historias: Victorio Ferri cuenta un cuento; Tiempo cercado; Infierno de todos; Los climas; No hay tal lugar; Asimetr¨ªa; Nocturno de Bujara; El desfile del amor; Juegos florales, El arte de la fuga que logran, "una visi¨®n especial del hombre", en un encuentro casual, tr¨¢gico y divertido a la vez, devorado desde afuera por su presente porque, la forma puede salir de una conversaci¨®n intrascendente para quienes olvidan la carnavalizaci¨®n a la que estamos condenados, esa esfera que Bruno Schulz llama, "zona de contenidos subculturales, no acabados de formar y rudimentarios", donde se ahoga la inmadurez del hombre, para construir la madurez de un relato en la pr¨®xima aventura: Domar a la divina garza.
El viaje termina con otro proceso que se abre y el ni?o (Iv¨¢n, ni?o ruso), aparecer¨¢ persigui¨¦ndolo, cuando atraviesa el ingenio y camina hasta un mont¨®n de bagazo de ca?a. "No logro saber, dice, de qu¨¦ modo lleg¨® a conocer ese sitio solitario ni qui¨¦n me ense?¨® a orientarme en aquel laberinto obstruido a cada momento por m¨¢quinas gigantescas. Una vez all¨ª, me sentaba o tend¨ªa sobre el bagazo tibio...".
Reina Mar¨ªa Rodr¨ªguez (La Habana, 1952), poeta, es autora, entre otros libros, de Al menos, as¨ª lo ve¨ªa a contraluz (Archione Editorial). Ha obtenido en dos ocasiones el Premio Casa de las Am¨¦ricas.
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